La meditación sobre la justa relación que el cristiano debe tener con el dinero, con la riqueza, llevó al Papa Francisco, durante la misa celebrada en Santa Marta el jueves 19 de mayo, a denunciar las «esclavitudes de hoy» y a quien, aprovechando la difundida falta de trabajo, «explota a la gente» y la obliga a aceptar contratos injustos, en negro. Traficantes que «aumentan las riquezas» y viven como «auténticas sanguijuelas», viven «de la sangre de la gente. Y esto es pecado mortal», comentó con palabras duras.
Por lo demás, inspiradas en la lectura tomada de la carta del apóstol Santiago (St 5, 1-6) el Papa mismo las definió «un poquito fuertes». Evidentemente, destacó Francisco, «el apóstol había entendido el peligro que existe cuando un cristiano se deja dominar por las riquezas» y por esto en su texto «no ahorra palabras: es directo y claro», y escribe: «Ahora bien, vosotros, ricos, llorad y dad alaridos por las desgracias que están para caer sobre vosotros. Vuestra riqueza está podrida y vuestros vestidos están apolillados». «¿Qué pensará un rico que escucha esto?». Si vamos a ver, explicó el Papa, lo que «nos enseña la Palabra de Dios sobre las riquezas», comprendemos que «las riquezas en sí mismas son buenas», tanto que Dios mismo da al hombre la tarea de prosperar («Sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla»). Y también en la Biblia «encontramos muchos hombres ricos que son justos». El Pontífice recordó algunos de ellos: de Job, por ejemplo, se encuentra la lista «de todas las riquezas que Dios le da»; pero podemos recordar también a Tobías, Joaquín, el marido de Susana. A muchos «el Señor da la riqueza como una bendición».
Así, pues, «las riquezas son buenas, pero, añadió Francisco, son también «relativas». En efecto, el Señor «alaba a Salomón por haber pedido no riquezas sino la sabiduría del corazón para juzgar al pueblo». Las riquezas «no son algo absoluto». Algunos, en cambio, dijo, creen «en lo se llama la "teología de la prosperidad", es decir, Dios te hace ver que tú eres justo si te da muchas riquezas». Pero «es un error». Por ello también el salmista dice: «A las riquezas no apeguéis e corazón». Y es este precisamente el «problema» que implica a cada uno de nosotros: «¿está mi corazón apegado a las riquezas, o no? ¿Cómo es mi relación con la riqueza?». Al respecto Jesús «habla de "servir": no se puede servir a Dios y a las riquezas; son opuestos. En sí mismas son buenas, pero si tú prefieres servir a Dios, las riquezas pasan a un segundo plano: al sitio justo». Para explicarse mejor, el Papa recordó el episodio evangélico del «joven rico que Jesús amó, porque era justo», él «era bueno pero estaba apegado a las riquezas y esas riquezas, al final, para él se convirtieron en cadenas que le quitaron la libertad de seguir a Jesús».
Es el mismo problema que Santiago afronta en su carta, donde «mira a los que consideran a las riquezas casi como dios» y «viven para las riquezas». A ellos, duramente, el apóstol escribe: «Vuestro oro y vuestra plata están tomados de herrumbre y su herrumbre será testimonio contra vosotros y devorará vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado riquezas en estos días que son los últimos». Para aclarar que «la relación con la riqueza que tenía esta gente es una relación perjudicial», Santiago usa palabras que, destacó el Pontífice, parecen escritas por alguien que vive «hoy, en una de nuestras ciudades del mundo: "Mirad, el salario que no habéis pagado a los obreros que segaron vuestros campos está gritando; y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos"». Se refiere a esas situaciones en las que «las riquezas se obtienen con la explotación de la gente» y «esa pobre gente se convierte en esclava». En este punto Francisco invitó a pensar en el mundo de hoy, donde «pasa lo mismo» y sucede, por ejemplo, que a quien busca trabajo le hacen un contrato «de septiembre a junio, sin posibilidad de jubilación, sin asistencia sanitaria», luego lo suspenden durante los meses de verano, como si en julio y agosto se comiese aire, y en septiembre lo contratan de nuevo. Quienes hacen esto, dijo claramente el Papa, «son auténticas sanguijuelas», que hacen a la gente esclava del trabajo.
El apóstol Santiago hacía referencia al trabajo de los segadores, hoy más en general, conocemos la «esclavitud del trabajo». Al respecto el Pontífice contó la experiencia de una joven a la que habían propuesto once horas de trabajo al día con salario en negro de 650 euros mensuales. Ante sus protestas le dijeron: «Mira, mira detrás de ti la fila que hay. Si te gusta, tómalo, si no te gusta, te puedes marchar. Hay otros que esperan». Estos ricos, comentó Francisco, «acumulan riquezas» y parecen los mismos a los que escribe el apóstol: «Habéis acumulado riquezas en estos días que son los últimos». Y dirigiéndose idealmente a ellos el Papa añadió: «La sangre de toda esta gente que habéis chupado» es «un grito al Señor, es un grito de justicia».
Quienes se comportan de esta forma, dijo el Pontífice, son «traficantes» y «no se dan cuenta de ello». Nosotros, explicó, «pensábamos que los esclavos ya no existían: existen. Es verdad, la gente no va a buscarlos a África para venderlos en América: no. Pero están en nuestras ciudades», está en la «explotación de la gente, la explotación no sólo de los niños, de los jóvenes», sino de «toda la gente» que, en el trabajo, se la trata «sin justicia».
Reflexionando sobre estos temas, el Papa recordó también la catequesis de la audiencia general del día anterior, dedicada al rico Epulón y a Lázaro. Ese rico, dijo, «estaba en su mundo, no se daba cuenta que del otro lado de la puerta de su casa había alguien que tenía hambre» y «lo dejaba morir». En cambio, destacó, aquí hay algo «peor»: vemos «que se hace pasar hambre a la gente con su trabajo para mi beneficio. Vivir de la sangre de la gente. Y esto es pecado mortal. Es pecado mortal, que pide mucha penitencia, mucha restitución para convertirse de este pecado».
Se hace eco de las duras palabras del apóstol Santiago, en la liturgia del día, también el Salmo 48, «una bonita meditación serena, sobre la pobreza –"Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos"», donde de los ricos se lee de modo "claro" que «bajarán derecho a la tumba, su figura se desvanecerá… el seol será su residencia».
Al respecto, el Pontífice contó otra anécdota breve recordando «a un hombre avaro» de quien, al morir, la gente decía: «"Se ha arruinado el funeral". –"¿Por qué?", comentaban. "Es que no pudieron cerrar el ataúd". –"¿Por qué?". –"Porque quería llevar consigo todo lo que tenía, y no podía"». Nadie, comentó Francisco, «puede llevar consigo sus riquezas».
Concluyendo la homilía, el Papa invitó de nuevo a pensar en «este drama de hoy: la explotación de la gente». Y no sólo en los tráficos relacionados con la prostitución o el trabajo de menores, sino en «ese tráfico –digamos– más "civilizado"», del que hay quien dice: «Yo te pago hasta aquí, sin vacaciones, sin asistencia sanitaria, todo en negro… así yo llego a ser rico». Y, recordando el pasaje del Evangelio del día (Mc 9, 41-50), pidió al Señor que «nos haga comprender esa sencillez de la que habla Jesús en el Evangelio de hoy: es más importante un vaso de agua en nombre de Cristo que todas las riquezas acumuladas con la explotación de la gente».