Las lecturas de la liturgia en esta última semana del Año Litúrgico son como una llamada del Señor a pensar en serio en el final, el final de cada uno de nosotros, porque cada uno tendrá su fin.
No nos gusta pensar en esas cosas, pero es la verdad. Y cuando uno se haya ido, pasarán los años y casi nadie nos recordará. Yo tengo una agenda donde escribo cuando muere una persona y cada día veo los aniversarios y ¡cómo ha pasado el tiempo!
Esto nos obliga a pensar en lo que dejamos, en cuál es la huella de nuestra vida. Y después del fin, como se cuenta en la lectura de hoy del Apocalipsis de Juan (Ap 14, 14-19), tendrá lugar el juicio para cada uno de nosotros. Nos vendrá bien pensar: ¿Cómo será aquel día cuando esté delante de Jesús? Cuando Él me pregunte por los talentos que me dio, ¿qué he hecho con ellos? Cuando me pregunte cómo ha estado mi corazón cuando cayó la semilla, ¿como un camino o como las espinas? Son las Parábolas del Reino de Dios. ¿Cómo recibí la Palabra? ¿Con corazón abierto? ¿La ha hecho germinar por el bien de todos o a escondidas?
Cada uno estará delante de Jesús en el día del juicio. Por tanto, retomando las palabras del Evangelio de Lucas (Lc 21, 5-11), mirad que nadie os engañe. Y el engaño del que habla es la alienación, el engaño de las cosas superficiales, que no tienen trascendencia, el engaño de vivir como si nunca fuera a morir. Cuando venga el Señor, ¿cómo me encontrará? ¿Esperando, o en medio de tantas alienaciones de la vida? Recuerdo que siendo niño, cuando iba al catecismo, nos enseñaban cuatro cosas: muerte, juicio, infierno o gloria. Después del juicio existen esas posibilidades. Pero, Padre, eso es para asuntarnos. No, ¡es la verdad! Porque si no cuidas tu corazón para que el Señor esté contigo, y vives siempre alejado del Señor, quizá exista el peligro de continuar así de alejado del Señor por toda la eternidad. ¡Y eso es tremendo!
Por tanto, pensemos cómo será nuestro fin y qué pasará delante del Señor. Y el remedio para no tener miedo en ese momento está en el Apocalipsis: Sé fiel hasta la muerte -dice el Señor- y te daré la corona de la vida. La fidelidad al Señor, y Él no defrauda. Si cada uno de nosotros es fiel al Señor, cuando venga la muerte, diremos: ¡Ven, hermana muerte! No nos asusta. Y cuando llegue el día del juicio, miraremos al Señor y le diremos: Señor tengo tantos pecados, pero he procurado ser fiel. Y el Señor es bueno. Así pues, os doy este consejo: Sé fiel hasta la muerte -dice el Señor- y te daré la corona de la vida. Con esa fidelidad no tendremos miedo del fin, ni nos asustará el día del juicio.