En el Evangelio de hoy (Jn 3, 1-8) Jesús explica a Nicodemo, con amor y paciencia, que hay que nacer de lo alto, nacer del Espíritu, o sea, pasar de una mentalidad a otra. Para entender esto mejor, nos podemos detener precisamente en lo que narra la Primera Lectura, de los Hechos de los Apóstoles (Hch 4, 23-31). Pedro y Juan han curado al cojo y los doctores de la ley no saben qué hacer, cómo esconder eso, porque el asunto era público y notorio. En el interrogatorio, ellos responden con sencillez, pero cuando les intimidan a no hablar más de eso, Pedro responde: ¡No! No podemos callar lo que hemos visto y oído. Y…seguiremos así.
He aquí la concreción de un hecho, la concreción de la fe respecto a los doctores de la ley que quieren entrar a negociar para llegar a compromisos. Pedro y Juan tienen valentía, tienen la franqueza, la franqueza del Espíritu, que significa hablar abiertamente, con valor, la verdad, sin componendas. Este es el punto, la concreción de la fe. A veces olvidamos que nuestra fe es concreta: el Verbo se hizo carne, no se hizo idea: se hizo carne. Y cuando rezamos el Credo, decimos todas cosas concretas: ‘Creo en Dios Padre, que hizo el cielo y la tierra, creo en Jesucristo que nació, que murió…’, son todas cosas concretas. El Credo nuestro no dice: ‘Yo creo que debo hacer esto, que debo hacer aquello, que debo hacer lo otro, o que las cosas son por esto…’: ¡no! Son cosas concretas. La concreción de la fe que lleva a la franqueza, al testimonio hasta el martirio, que está contra los compromisos o la idealización de la fe.
Para esos doctores de la ley, el Verbo no se hizo carne: se hizo ley: ¡y hay que hacer esto hasta aquí y no más, hay que hacer esto y no otra cosa! Y así estaban enjaulados en esa mentalidad racionalista, que no acabó con ellos, no. Porque en la historia de la Iglesia tantas veces, a pesar de que la misma Iglesia ha condenado el racionalismo, el Iluminismo, luego tantas veces ha caído en una teología del ‘se puede y no se puede’, ‘hasta aquí hasta allá’, y ha olvidado la fuerza, la libertad del Espíritu, ese renacer del Espíritu que te da la libertad, la franqueza de la predicación, el anuncio de que Jesucristo es el Señor.
Pidamos al Señor esta experiencia del Espíritu que va y viene y nos lleva adelante, del Espíritu que nos da la unción de la fe, la unción de las concreciones de la fe. El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabemos de dónde viene ni adónde va. Así es todo lo que ha nacido del Espíritu. En este mensaje se percibe un aire de libertad: oye la voz, sigue el viento, sigue la voz del Espíritu sin saber adónde acabará. Porque ha tomado una opción por la concreción de la fe y el renacer del Espíritu. Que el Señor nos dé a todos ese Espíritu pascual, de ir por las calles del Espíritu sin componendas, sin rigideces, con la libertad de anunciar a Jesucristo como Él vino: en la carne.