En el Evangelio de hoy (Lc 13, 18-21) Jesús compara el Reino de Dios al grano de mostaza y a la levadura, y ambos elementos son pequeños, pero tienen dentro una potencia que crece. Así es el Reino de Dios, cuyo poder viene de dentro. También San Pablo en la Primera Lectura (Rm 8, 18-25) pone de relieve cuántas tensiones hay en la vida, pero los sufrimientos de ahora no se pueden comparar con la gloria que un día se nos dará. Se trata pues de una tensión entre sufrimiento y gloria. En esas tensiones hay una ardiente expectativa de una revelación grandiosa del Reino de Dios. Así lo dice el Apóstol: Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto. Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo. Y la fuerza interna que nos lleva con esperanza a la plenitud del Reino de Dios, es la del Espíritu Santo.
Es precisamente la esperanza la que nos lleva a la plenitud, la esperanza de salir de esa cárcel, de esa limitación, de esa esclavitud, de esa corrupción, y llegar a la gloria: un camino de esperanza. Y la esperanza es un don del Espíritu. El Espíritu Santo está dentro de nosotros y nos lleva a eso: a algo grandioso, a una liberación, a una gran gloria. Por eso, Jesús dice: dentro de la semilla de mostaza, de aquel grano pequeñito, hay una fuerza que produce un crecimiento inimaginable. Dentro de nosotros, y en la creación, hay una fuerza increíble: está el Espíritu Santo, que nos da la esperanza. ¿Y qué quiere decir vivir de esperanza? Dejar que esas fuerzas del Espíritu nos ayuden a crecer hacia la plenitud que nos espera en la gloria. Y como la levadura debe ser mezclada y el grano de mostaza enterrado, porque de lo contrario esa fuerza interior queda estéril, así en el Reino de Dios, que crece desde dentro, con la fuerza del Espíritu Santo. La Iglesia siempre tuvo el valor de sembrar y enterrar, de tomar y mezclar, y también el miedo de hacerlo. Y muchas veces vemos se prefiere una pastoral de conservación y no deja que el Reino crezca. Porque si seguimos siendo lo que somos, pequeñitos, donde estamos seguros, entonces el Reino no crece. Para que el Reino crezca hace falta valor: enterrar el grano, mezclar la levadura.
Pero también es cierto que, si se entierra la semilla, se pierde, y si se mezcla la levadura, me ensucio las manos, ya que siempre hay alguna pérdida al sembrar en el Reino de Dios. ¡Ay de aquellos que predican el Reino de Dios con la ilusión de no mancharse las manos! Esos son vigilantes de museos: prefieren las cosas bonitas, y no ese gesto de enterrar para que la fuerza se desencadene, de mezclar para que la fuerza haga crecer. Ese es el mensaje de Jesús y de Pablo: esa tensión que va de la esclavitud del pecado, para ser sencillos, a la plenitud de la gloria.
Y la esperanza es la que saca adelante, la esperanza no defrauda, porque la esperanza es muy pequeña, la esperanza es tan pequeña como el grano y como la levadura. La esperanza es la virtud más humilde, la sierva, pero donde hay esperanza, está el Espíritu Santo, que lleva adelante el Reino de Dios. Preguntémonos hoy si creemos que ahí, en la esperanza, está el Espíritu Santo con el que hablar.