En la primera lectura de hoy (1Co 2, 10b-16), el apóstol San Pablo enseña a los Corintios el camino para tener "la mente de Cristo", un camino que pasa por el abandono en el Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo, de hecho, quien nos lleva a conocer a Jesús, a tener sus mismos sentimientos, a comprender su corazón.
Acabamos de leer: "Nosotros hemos recibido un Espíritu que no es del mundo, es el Espíritu que viene de Dios, para que tomemos conciencia de los dones que de Dios recibimos. (…) A nivel humano, uno no capta lo que es propio del Espíritu de Dios, le parece una necedad; no es capaz de percibirlo, porque sólo se puede juzgar con el criterio del Espíritu. En cambio, el hombre de espíritu tiene un criterio para juzgarlo todo, mientras él no está sujeto al juicio de nadie".
El hombre dejado a sus propias fuerzas no comprende las cosas del Espíritu. Hay como dos espíritus, dos modos de pensar, de sentir, de actuar: el que me lleva al Espíritu de Dios y el que me lleva al espíritu del mundo. Y esto sucede en nuestra vida: todos tenemos esos dos espíritus, digamos así. El Espíritu de Dios, que nos lleva a las obras buenas, a la caridad, a la fraternidad, a adorar a Dios, a conocer a Jesús, a hacer tantas obras buenas de caridad, a rezar… a todo eso. Y el otro espíritu del mundo, que nos lleva a la vanidad, al orgullo, a la suficiencia, al chismorreo: un camino completamente diferente. Nuestro corazón –decía un santo– es como un campo de batalla, un campo de guerra donde esos dos espíritus luchan.
En la vida cristiana hay que combatir para dejar sitio al Espíritu de Dios y expulsar el espíritu del mundo. Y un examen de conciencia diario ayuda a advertir las tentaciones, a aclarar cómo actúan esas fuerzas contrapuestas. En realidad, es muy sencillo: tenemos este gran don, que es el Espíritu de Dios, pero somos frágiles, somos pecadores y también tenemos la tentación del espíritu del mundo. Y en ese combate espiritual, en esa guerra del espíritu, hay que ser vencedores como Jesús, pero es necesario saber qué camino se recorre.
Por eso es tan útil el examen de conciencia: hoy he sido tentado aquí, he vencido allá, el Espíritu Santo me ha dado esta inspiración. Todas las noches el cristiano debería repasar la jornada recién transcurrida para comprobar si ha prevalecido la vanidad y la soberbia o si hemos logrado imitar al Hijo de Dios. Saber qué pasa en el corazón. Si no hacemos esto, si no sabemos qué sucede en nuestro corazón –y esto no lo digo yo, lo dice la Biblia– somos como los animales que no entienden nada, van adelante con el instinto. Pero nosotros no somos animales, somos Hijos de Dios, bautizados con el don del Espíritu Santo. Por eso es importante saber qué ha pasado hoy en mi corazón. Que el Señor nos enseñe a hacer siempre, todos os días, el examen de conciencia.