En esta última semana del año litúrgico la Iglesia nos hace reflexionar sobre el final de nuestra vida, y es una gracia porque en general no nos gusta pensar en eso, y siempre lo dejamos para mañana.
En la primera lectura (Ap 14, 14-19), san Juan habla del fin del mundo con la figura de la siega, con Cristo y un ángel armados con hoces. «Yo, Juan, miré y apareció una nube blanca; y sentado sobre la nube alguien como un Hijo de hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro y en su mano una hoz afilada. Salió otro ángel del santuario clamando con gran voz al que estaba sentado sobre la nube: mete tu hoz y siega; ha llegado la hora de la siega, pues ya está seca la mies de la tierra».
Cuando llegue nuestra hora, deberemos mostrar la calidad de nuestro grano, la calidad de nuestra vida. Quizá alguno diga: "No sea tan tétrico, que esas cosas no nos gustan…", pero es la verdad. Es la siega, donde cada uno se encontrará con el Señor. Será un encuentro y cada uno dirá al Señor: "Esta es mi vida. Este es mi grano. Esta es mi calidad de vida. ¿Me he equivocado?" –todos tendremos que decir esto, porque todos nos equivocamos–; "he hecho cosas buenas" –todos hacemos cosas buenas–, y enseñar al Señor el grano.
¿Qué diré si el Señor me llamase hoy? "Ah, no me di cuenta, estaba distraído…". No sabemos ni el día ni la hora. "Pero padre, no hable así que yo soy joven". Pues mira cuántos jóvenes se van, cuántos jóvenes son llamados… Nadie tiene la vida asegurada. En cambio, es seguro que todos tendremos un final. ¿Cuándo? Solo Dios lo sabe. Nos vendrá bien en esta semana pensar en el final. Si el Señor me llamase hoy, ¿qué haría? ¿Qué le diría? ¿Qué grano le mostraré? El pensamiento del fin nos ayuda a seguir adelante; no es un pensamiento estático: es un pensamiento que avanza porque es llevado adelante por la virtud, por la esperanza. Sí, habrá un final, pero ese final será un encuentro: un encuentro con el Señor. Es verdad, será un dar cuentas de lo que he hecho, pero también será un encuentro de misericordia, de alegría, de felicidad. Pensar en el final, en el final de la creación, en el final de nuestra vida, es sabiduría; ¡los sabios lo hacen!
Así pues, la Iglesia esta semana nos invita a preguntarnos: "¿Cómo será mi final? ¿Cómo me gustaría que el Señor me encontrase cuando me llame?". Debo hacer un examen de conciencia y valorar qué cosas debería corregir, porque no van bien; y qué cosas debería apoyar y llevar adelante, porque son buenas. Cada uno tiene tantas cosas buenas. Y en ese pensamiento no estamos solos: está el Espíritu Santo que nos ayuda. Esta semana pidamos al Espíritu Santo la sabiduría del tiempo, la sabiduría del final, la sabiduría de la resurrección, la sabiduría del encuentro eterno con Jesús; que nos haga entender esa sabiduría que está en nuestra fe. Será un día de alegría el encuentro con Jesús. Recemos para que el Señor nos prepare. Y cada uno, esta semana, acabe la semana pensando en el final: "Yo acabaré. No permaneceré eternamente. ¿Cómo me gustaría acabar?".