Como los apóstoles Pedro, Andrés, Santiago y Juan, dejemos todo lo que nos impida avanzar en el anuncio del testimonio de Cristo. Y en esta fiesta de San Andrés estemos cercanos a la Iglesia de Constantinopla, la Iglesia de Andrés, rezando por la unidad de las Iglesias.
Dejemos aparte esa actitud, ese pecado, ese vicio que cada uno lleva dentro, para ser más coherentes y anunciar a Jesús, y la gente crea con nuestro buen ejemplo. En la Primera Lectura (Rm 10, 9-18) San Pablo explica que "la fe nace del mensaje que se escucha, y viene a través de la palabra de Cristo". Por eso es importante el anuncio del Evangelio: que Cristo nos salvó, murió y resucitó por nosotros. El anuncio de Jesucristo no es dar una simple noticia sino la única gran Buena Noticia. No es publicidad, ni hacer propaganda de una persona muy buena, que hizo el bien, curó a tanta gente, y nos enseñó cosas bonitas. No, no es publicidad. Tampoco es proselitismo. Si uno va a hablar de Jesucristo, a predicar para hacer proselitismo, eso no es anuncio de Cristo: es un oficio de predicador llevado por la lógica del márquetin. ¿Qué es, pues, el anuncio de Cristo, que no es ni proselitismo ni publicidad ni márquetin? Va más allá. ¿Cómo se puede entender esto?
Es ante todo ser enviado. Ser enviado a la misión, jugándose la vida. El apóstol, el enviado que lleva el anuncio de Jesucristo, lo hace a condición de poner en juego su vida, su tiempo, sus intereses, su carne. Hay un dicho castellano: "poner toda la carne en el asador". El viaje del anuncio –arriesgando la vida, jugándose la vida, la carne– solo tiene billete de ida, no de vuelta. Volver es apostasía. Anuncio a Jesucristo con el ejemplo, y ejemplo quiere decir jugarse la vida. Lo que digo lo hago. La palabra, para ser anuncio, debe ser testimonio. Es un escándalo esos cristianos que dicen serlo y luego viven como paganos, como no creyentes, como si no tuviesen fe. Seamos coherentes con la palabra y la vida: eso se llama testimonio. El apóstol, el que lleva la Palabra de Dios, es un testigo, que se juega la vida hasta el final, y es también un mártir. Por otra parte, fue Dios Padre quien, para darse a conocer, envió a su Hijo hecho carne, dando su vida. Un hecho que escandalizaba tanto y sigue escandalizando, porque Dios se hizo uno de nosotros, en un viaje con billete solo de ida.
El diablo intentó convencerlo para que tomara otro camino, y Él no quiso, hizo la voluntad del Padre hasta el final. Y el anuncio de Él debe ir por el mismo camino: el testimonio, porque Él fue el testigo del Padre hecho carne. Nosotros debemos hacernos carne, es decir, hacernos testigos: hacer lo que decimos. Ese es el anuncio de Cristo. Los mártires demuestran que el anuncio fue de verdad. Hombres y mujeres que dieron la vida –los apóstoles dieron la vida– con su sangre; y también tantos hombres y mujeres escondidos en nuestra sociedad y en nuestras familias, que dan testimonio todos los días, en silencio, de Jesucristo, pero con su propia vida, con esa coherencia de hacer lo que dicen. Todos, con el Bautismo, asumimos la misión de anunciar a Cristo. Viviendo como Jesús nos enseñó a vivir, en armonía con lo que predicamos, el anuncio será fructuoso. Si, en cambio, vivimos sin coherencia, diciendo una cosa y haciendo lo contrario, el resultado será el escándalo. Y el de los cristianos hace mucho daño al pueblo de Dios.