La primera lectura de la misa de hoy (Gn 6, 5-8; Gn 7, 1-5.10) recoge el relato del diluvio universal. Y a mí me llama mucho la atención el dolor de Dios ante la maldad de los hombres y su arrepentimiento por haberlos creado, hasta el punto de decir: «Voy a borrar de la superficie de la tierra al hombre que he hecho». Dice el texto: «Al ver el Señor que la maldad del hombre crecía sobre la tierra, y que todos los pensamientos de su corazón tienden siempre y únicamente al mal, el Señor se arrepintió de haber creado al hombre en la tierra, y le pesó de corazón».
Como vemos, es un Dios que tiene sentimientos –no es algo abstracto, de puras ideas–, y sufre. ¡El misterio del Señor! Los sentimientos de Dios, de un Dios Padre que nos ama –el amor es una relación–, pero que también es capaz de enfadarse, de enojarse. Es Jesús que viene y da la vida por nosotros, con el sufrimiento de su corazón. ¡Sí, nuestro Dios tiene sentimientos! Nuestro Dios nos ama con el corazón –no nos ama con ideas–, nos quiere con su corazón. Y cuando nos acaricia, nos acaricia con el corazón, y cuando nos pega –como un buen padre–, nos pega con el corazón…, ¡y sufre más Él que nosotros!
Es, pues, una relación de corazón a corazón, de hijo a padre, y si Él es capaz de dolerse en su corazón, también nosotros seremos capaces de dolernos delante de Él. Y esto no es sentimentalismo: es la pura verdad. Desgraciadamente los tiempos de hoy no son tan distintos a los del diluvio; hay problemas, calamidades en el mundo, sigue habiendo pobres, hambrientos, perseguidos, torturados, gente que muere en la guerra porque ¡tiran bombas como si fueran caramelos! Yo no creo que nuestros tiempos sean mejores que los tiempos del diluvio, no creo: las calamidades son más o menos las mismas, las víctimas son más o menos las mismas. Pensemos por ejemplo en los más débiles: los niños. La cantidad de niños hambrientos y malnutridos, de niños sin educación: ¡no pueden crecer en paz! Sin padres, porque han sido masacrados en las guerras… ¡Y niños soldado! Basta que pensemos solo en esos niños…
Está la gran calamidad del diluvio, está la gran calamidad de las guerras de hoy, donde "la cuenta de la fiesta" la acaban pagando los débiles, los pobres, los niños, los que no tienen recursos para salir adelante. Pensemos que el Señor está dolido en su corazón y acerquémonos a Él y hablémosle, digámosle: "Señor, mira estas cosas… yo te entiendo". Consolemos al Señor: "Yo te comprendo y te acompaño, te acompaño en la oración, en la intercesión por todas esas calamidades, que son fruto del diablo que quiere destruir la obra de Dios".
Por eso, debemos pedir hoy la gracia de un corazón que se parezca al corazón de Dios, capaz de enfadarse, de dolerse, pero sobre todo de ser hermano con los hermanos, padre con los hijos: ¡un corazón humano y divino! Un corazón humano, como el de Jesús, es un corazón divino.