"No olvidemos la gratuidad de la revelación"

Viernes, 13 de marzo de 2020

Introducción a la Misa

En estos días nos unimos a los enfermos, a las familias, que sufren esta pandemia. Y también me gustaría rezar hoy por los pastores que deben acompañar al pueblo de Dios en esta crisis: que el Señor les dé la fuerza y también la capacidad de elegir los mejores medios para ayudar. Las medidas drásticas no siempre son buenas, por eso rezamos: que el Espíritu Santo dé a los pastores la capacidad y el discernimiento pastoral para que proporcionen medidas que no dejen solo al santo y fiel pueblo de Dios. Que el pueblo de Dios se sienta acompañado por los pastores y el consuelo de la Palabra de Dios, los sacramentos y la oración

Homilía

Ambas lecturas son una profecía de la Pasión del Señor. José vendido como esclavo por 20 siclos de plata, entregado a los paganos (cf. Gn 37, 3-4.12-13.17-28). Y la parábola de Jesús, que claramente habla simbólicamente del asesinato del Hijo (cf. Mt 21, 33-43.45). Esta historia de un hombre que poseía un pedazo de tierra, «plantó una viña allí –el cuidado con que lo hizo–, la cercó con un vallado, cavó un lagar en ella, construyó una torre –lo había hecho bien–, luego la arrendó a unos viñadores y se fue lejos» (v. 33). Este es el pueblo de Dios. El Señor eligió ese pueblo, hay una elección de esa gente. Es el pueblo de la elección. También hay una promesa: "Sigue adelante. Tú eres mi pueblo", una promesa hecha a Abraham. Y también hay una alianza con el pueblo en el Sinaí. El pueblo debe conservar siempre en su memoria la elección, que es un pueblo elegido, la promesa para mirar hacia adelante con esperanza y la alianza para vivir la fidelidad cada día.

Pero en esta parábola sucede que cuando llegó el momento de cosechar los frutos, esta gente había olvidado que no eran los dueños: «Los viñadores se apoderaron de los siervos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron, a otro lo apedrearon. De nuevo envió otros siervos, más numerosos que los primeros, pero los trataron de la misma manera» (v. 35-36). Ciertamente Jesús muestra aquí –está hablando con los doctores de la ley– cómo trataron los doctores de la ley a los profetas. «Finalmente les envió a su propio hijo, pensando: "Respetarán a mi hijo". Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: "Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia"» (v. 37-38). Robaron la herencia, que era otra. Una historia de infidelidad, de infidelidad a la elección, de infidelidad a la promesa, de infidelidad a la alianza, que es un don. La elección, la promesa y la alianza son un don de Dios. Infidelidad al don de Dios. No comprender que era un don y tomarlos como propiedad. Esta gente se apropió del don y ha desvirtuado su naturaleza de don para convertirlo en su propiedad. Y el don que es riqueza, es apertura, es bendición, fue encerrado, enjaulado en una doctrina de leyes, muchas. Fue ideologizado. Y así el don ha perdido su naturaleza de don, ha terminado en una ideología. Sobre todo en una ideología moralista llena de preceptos, incluso ridícula porque se reduce a la casuística para todo. Se apropiaron del don.

Este es el gran pecado. Es el pecado de olvidar que Dios se ha hecho don él mismo para nosotros, que Dios nos ha dado esto como un regalo y, olvidando esto, nos convertimos en dueños. Y la promesa ya no es promesa, la elección ya no es elección, la alianza se interpreta según "mi" opinión, ideologizada.

Aquí, en esta actitud, veo quizás el comienzo, en el Evangelio, del clericalismo, que es una perversión, que siempre reniega la elección gratuita de Dios, la alianza gratuita de Dios, la promesa gratuita de Dios. Se olvida la gratuidad de la revelación, se olvida que Dios se ha manifestado como don, se hizo don por nosotros y nosotros debemos darlo, hacerlo ver a los demás como don, no como una posesión nuestra. El clericalismo no es solo algo de nuestros días, la rigidez no es algo de nuestros días, ya existía en tiempos de Jesús. Luego Jesús continuará con la explicación de las parábolas –este es el capítulo 21–, seguirá adelante hasta llegar al capítulo 23 con la condena, donde se ve la ira de Dios contra los que toman el don como propiedad y reducen su riqueza a los caprichos ideológicos de su pensamiento.

Pidamos hoy al Señor la gracia de recibir el don como un regalo y de transmitir el don como un regalo, no como una propiedad, no de una manera sectaria, de una manera rígida, de una manera clericalista.