Recemos hoy por los difuntos, los que a causa del virus han perdido la vida; de manera especial, me gustaría que rezáramos por los trabajadores de la salud que han muerto en estos días. Han donado sus vidas al servicio de los enfermos.
El tema de las dos Lecturas de hoy es la Ley (cf. Dt 4, 1.5-9; Mt 5, 17-19). La Ley que Dios da a su pueblo. La Ley que el Señor quiso darnos y que Jesús quiso llevar a la más alta perfección. Pero hay una cosa que llama la atención: la forma en que Dios da la Ley. Moisés dice: «En efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor nuestro Dios siempre que lo invocamos?» (Dt 4, 7). El Señor da la Ley a su pueblo con una actitud de cercanía. No se trata de prescripciones de un gobernante, que puede estar lejos, o de un dictador… No. Es la cercanía. Y nosotros sabemos por revelación que es una cercanía paternal, de un padre, que acompaña a su pueblo dándole el don de la Ley. El Dios cercano. «En efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor nuestro Dios siempre que lo invocamos?».
Nuestro Dios es el Dios de la cercanía, es un Dios cercano, que camina con su pueblo. Esa imagen en el desierto, en el Éxodo: la nube, la columna de fuego para proteger al pueblo; Él camina con su pueblo. No es un Dios que deja las prescripciones escritas y dice: "Sigue adelante". Hace las prescripciones, las escribe con sus propias manos en la piedra, se las da a Moisés, las entrega a Moisés, pero no deja las prescripciones y se va: camina, está cerca. "¿Qué nación tiene un Dios tan cercano?". Es la cercanía. El nuestro es un Dios de la cercanía.
Y la primera respuesta del hombre, en las primeras páginas de la Biblia, son dos actitudes de no proximidad. Nuestra respuesta siempre es alejarnos, nos alejamos de Dios. Él se acerca y nosotros nos distanciamos. En esas dos primeras páginas, la primera actitud de Adán con su esposa, es esconderse: se esconden de la cercanía de Dios, se avergüenzan, porque han pecado, y el pecado nos lleva a escondernos, a no querer la cercanía (cf. Gn 3, 8-10). Y muchas veces, [lleva] a hacer una teología sólo basada en un Dios juez, y por eso me escondo: tengo miedo. La segunda actitud, humana, a la propuesta de esta cercanía de Dios es matar. Matar al hermano. "No soy el guardián de mi hermano" (cf. Gn 4, 9).
Dos actitudes que borran toda proximidad. El hombre rechaza la cercanía de Dios, él quiere ser amo de las relaciones y la cercanía siempre trae consigo alguna debilidad. El "Dios cercano" se vuelve débil, y cuanto más cercano se hace, más débil parece. Cuando viene a nosotros, a habitar con nosotros, se hace hombre, uno de nosotros: se hace débil y lleva la debilidad hasta la muerte y la muerte más cruel, la muerte de los asesinos, la muerte de los más grandes pecadores. La proximidad humilla a Dios. Se humilla para estar con nosotros, para caminar con nosotros, para ayudarnos.
El "Dios cercano" nos habla de humildad. No es un "gran Dios", no. Está cerca. Está en casa. Y esto lo vemos en Jesús, Dios hecho hombre, cercano hasta la muerte. Con sus discípulos: los acompaña, les enseña, los corrige con amor… Pensemos, por ejemplo, en la cercanía de Jesús a los angustiados discípulos de Emaús: estaban angustiados, estaban derrotados y Él se acerca a ellos lentamente, para hacerles comprender el mensaje de vida, de resurrección (cf. Lc 24, 13-32).
Nuestro Dios está cerca y nos pide que estemos cerca unos de otros, que no nos alejemos unos de otros. Y en este momento de crisis por la pandemia que estamos viviendo, nos pide que manifestemos más esta cercanía, que la mostremos más. No podemos, quizás, acercarnos físicamente por miedo al contagio, pero sí podemos despertar en nosotros una actitud de cercanía entre nosotros: con la oración, con la ayuda, muchas formas de cercanía. ¿Y por qué deberíamos estar cerca el uno del otro? Porque nuestro Dios está cerca, quiso acompañarnos en la vida. Es el Dios de la cercanía. Por eso no somos personas aisladas: estamos cerca, porque la herencia que hemos recibido del Señor es la cercanía, es decir, el gesto de cercanía.
Pidamos al Señor la gracia de estar cerca unos de otros; no nos escondamos unos de otros; no nos lavemos las manos de los problemas de los demás, como hizo Caín: no. Juntos. Proximidad. Cercanía. «En efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor nuestro Dios siempre que lo invocamos?».