Oremos hoy por las familias. En este tiempo de cuarentena, la familia, encerrada en casa, trata de hacer muchas cosas nuevas, mucha creatividad con los niños, con todos, para seguir adelante. Pero también está lo otra cosa, que a veces hay violencia doméstica. Oremos para que las familias continúen en paz con creatividad y paciencia en esta cuarentena.
Cuando Pedro subió a Jerusalén, los fieles le reprocharon (cfr. Hch 11, 1-8). Le reprocharon que había entrado en casa de los incircuncisos y comido con ellos, con los gentiles: eso no se podía hacer, era un pecado. La pureza de la ley no lo permitía. Pedro lo había hecho porque el Espíritu lo había llevado allí. Hay siempre en la Iglesia -y en la Iglesia primitiva mucho, porque el asunto no estaba claro- este espíritu de “nosotros somos los justos, los otros los pecadores”. Este “nosotros y los otros”, “nosotros y los otros”, las divisiones: “Nosotros tenemos la posición correcta ante Dios”. En cambio están “los otros”, también se dice que son los “condenados” ya. Y esta es una enfermedad de la Iglesia, una enfermedad que surge de las ideologías o de los partidos religiosos... Pensemos que en la época de Jesús había por lo menos cuatro partidos religiosos: el partido de los fariseos, el partido de los saduceos, el partido de los zelotes y el partido de los esenios, y cada uno interpretaba la ley según “la idea” que tenía. Y esta idea es una escuela “fuera de la ley” cuando es una forma de pensar, de sentir mundano que se hace intérprete de la ley. También le reprocharon a Jesús que entrara en casa de los publicanos -que eran pecadores, según ellos- y que comiera con ellos, con los pecadores, porque la pureza de la ley no lo permitía (cfr. Mt 9, 10-11); y que no se lavara las manos antes del almuerzo (cfr. Mt 15, 2.20). Siempre ese reproche que crea la división: esto es lo importante, que quisiera subrayar.
Hay ideas, posiciones que crean división, hasta el punto de que la división es más importante que la unidad. Mi idea es más importante que el Espíritu Santo que nos guía. Hay un cardenal “emérito” que vive aquí en el Vaticano, un buen pastor, que les decía a sus fieles: “La Iglesia es como un río, ¿saben? Algunos están más de este lado, otros del otro, pero lo importante es que todos están dentro del río”. Esa es la unidad de la Iglesia. Nadie fuera, todos dentro. Luego, con las peculiaridades: esto no es dividir, no es ideología, es lícito. ¿Pero por qué la Iglesia tiene este ancho de río? Es porque el Señor lo quiere así.
El Señor, en el Evangelio, nos dice: «También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas debo conducir: escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, bajo un solo pastor» (Jn 10, 16). El Señor dice: “Tengo ovejas por todas partes y soy el pastor de todos”. Este todos es muy importante en Jesús. Pensemos en la parábola del banquete nupcial (cfr. Mt 22, 1-10), cuando los invitados no querían ir: uno porque había comprado un campo, otro porque se había casado... todos dieron sus motivos para no ir. Y el rey se enfadó y dijo: «Id, pues, a los cruces de los caminos e invitad a la boda a todos los que encontréis» (v. Mt 22, 9). Todos. Grandes y pequeños, ricos y pobres, buenos y malos. Todos. Este “todos” es un poco la visión del Señor que vino por todos y murió por todos. “¿También murió por ese miserable que me hizo la vida imposible?” También murió por él. “¿Y por ese bandido?”: murió por él. Por todos. Y también por las personas que no creen en él o son de otras religiones. Murió por todos. Eso no significa que hay que hacer proselitismo, no. Pero murió por todos, justificó a todos.
Aquí en Roma había una señora, una mujer buena, una profesora, la profesora [Maria Grazia] Mara, que cuando surgían dificultades por tantas cosas y había divisiones, decía: “Cristo murió por todos: ¡sigamos adelante!”. Esa capacidad constructiva. Tenemos un solo Redentor, una sola unidad: Cristo murió por todos. En cambio la tentación... Pablo también la sufrió: “Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de este, yo del otro...” (cfr. 1Co 3, 1-9). Pensemos en nosotros, hace cincuenta años, en el postconcilio: las divisiones que sufrió la Iglesia. “Yo estoy de este lado, yo pienso así, tú así...”. Sí, es legítimo pensar así, pero en la unidad de la Iglesia, bajo el Pastor Jesús.
Dos cosas. El reproche de los apóstoles a Pedro por haber entrado en casa de los paganos. Y Jesús que dice: “Yo soy el pastor de todos”. Soy el pastor de todos, y que dice: “Tengo otras ovejas, que no son de este redil. También a esas debo conducir. Escucharán mi voz y habrá un solo rebaño” (cfr. Jn 10, 16). Es la oración por la unidad de todos los hombres, porque todos, hombres y mujeres, todos tenemos un solo Pastor: Jesús.
Que el Señor nos libere de esa psicología de la división, del dividir, y nos ayude a ver esto de Jesús, esta gran cosa de Jesús, que en Él todos somos hermanos y Él es el Pastor de todos. Que hoy esta palabra: todos, todos, nos acompañe durante todo el día.
Las personas que no pueden recibir la comunión hacen ahora la comunión espiritual.
A tus pies me postro, ¡oh Jesús mío!, y te ofrezco el arrepentimiento de mi corazón contrito, que se hunde en la nada, ante tu santa Presencia. Te adoro en el Sacramento de tu amor, la inefable Eucaristía, y deseo recibirte en la pobre morada que te ofrece mi alma. Esperando la dicha de la comunión sacramental, quiero poseerte en espíritu. Ven a mí, puesto que yo vengo a ti, ¡oh mi Jesús!, y que tu amor inflame todo mi ser en la vida y en la muerte. Creo en ti, espero en ti, te amo.