“El permanecer recíproco entre la vid y los sarmientos"

Miércoles, 13 de mayo de 2020

Introducción

Recemos hoy por los estudiantes, por los jóvenes que estudian y por los enseñantes que deben encontrar nuevos métodos para avanzar en la enseñanza: que el Señor les ayude en este camino, les dé valentía y también un buen resultado.

Homilía

El Señor vuelve sobre el “permanecer en Él”, y nos dice: “La vida cristiana es permanecer en mí”. Permanecer. Y utiliza aquí la imagen de la vid y de los sarmientos permanecen en la vid (cfr. Jn 15, 1-8). Y este permanecer no es un permanecer pasivo, un adormecimiento en el Señor: esto sería quizás un “sueño beatífico”, pero no es eso. Este permanecer es un permanecer activo, y también es un permanecer recíproco. ¿Por qué? Porque Él dice: «Permaneced en mí, como yo en vosotros» (v. Jn 15, 4). Él también permanece en nosotros, no sólo nosotros en Él. Es una permanencia recíproca. En otra parte dice: Yo y el Padre «vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 14, 23). Es un misterio, pero un misterio de vida, un hermoso misterio. Esta permanencia recíproca. También con el ejemplo de los sarmientos: es cierto, los sarmientos sin la vid no pueden hacer nada porque la savia no circula, necesitan la savia para crecer y dar fruto; pero también el árbol, la vid necesita sarmientos, porque los frutos no están unidos al árbol, a la vid. Es una necesidad recíproca, es una permanencia recíproca para dar fruto.

Y esta es la vida cristiana. Es verdad, la vida cristiana es cumplir los mandamientos (cfr. Ex 20, 1-11), y esto debe hacerse. La vida cristiana es ir por el camino de las bienaventuranzas (cfr. Mt 5, 1-13), y esto debe hacerse. La vida cristiana es llevar a cabo las obras de misericordia, como el Señor nos enseña en el Evangelio (cfr. Mt 25, 35-36), y esto debe hacerse. Pero es también más: es esta permanencia recíproca. Sin Jesús no podemos hacer nada, como los sarmientos sin la vid. Y Él -me permita el Señor decirlo- sin nosotros parece que no puede hacer nada, porque el fruto lo da el sarmiento, no el árbol, la vid. En esta comunidad, en esta intimidad del “permanecer” que es fecunda, el Padre y Jesús permanecen en mí y yo permanezco en Ellos.

¿Y cuál es -se me ocurre decir- la “necesidad” que tiene el árbol de la vid de los sarmientos? Es dar frutos. ¿Qué  “necesidad” -por así decir, con un poco de audacia-, qué “necesidad”  tiene Jesús de nosotros? El testimonio. Cuando en el Evangelio dice que nosotros somos luz, dice: “Brille vuestra luz, para que los hombres «vean vuestras buenas obras y alaben a vuestro Padre»” (Mt 5, 16). Es decir, el testimonio es la necesidad que tiene Jesús de nosotros. Dar testimonio de su nombre, porque la fe, el Evangelio crece por el testimonio. Esto es un modo misterioso: después de haber pasado la Pasión, Jesús glorificado en el cielo necesita nuestro testimonio para hacer crecer, para anunciar, para que la Iglesia crezca. Y este es el misterio recíproco del “permanecer”. Él, el Padre y el Espíritu permanecen en nosotros, y nosotros permanecemos en Jesús.

Nos hará bien pensar y reflexionar sobre esto: permanecer en Jesús; y Jesús permanece en nosotros. Permanecer en Jesús para tener la savia, la fuerza, para tener la justificación, la gratuidad, para tener la fecundidad. Y Él permanece en nosotros para darnos la fuerza de [dar] fruto (cfr. Jn 5, 15), para darnos la fuerza del testimonio con el que la Iglesia crece.

Me hago una pregunta: ¿cómo es la relación entre Jesús que permanece en mí y yo que permanece en Él? Es una relación de intimidad, una relación mística, una relación sin palabras. “¡Pero padre, pero esto es para los místicos!”. No: esto es para todos nosotros. Con pequeños pensamientos: “Señor, sé que estás conmigo: dame la fuerza y haré lo que me digas”. Ese diálogo de intimidad con el Señor. El Señor está presente, el Señor está presente en nosotros, el Padre está presente en nosotros, el Espíritu está presente en nosotros; permanecen en nosotros. Pero yo debo permanecer en Ellos...

Que el Señor nos ayude a comprender, a sentir esta mística del permanecer en la que Jesús insiste tanto, tanto, tanto. Muchas veces, cuando hablamos de la vid y los sarmientos, nos detenemos en la figura, en el oficio del agricultor, del Padre: que lo [el sarmiento] que da fruto lo corta, es decir, lo poda, y lo que no da fruto lo arranca y lo tira (cfr. Jn 15, 1-2). Es cierto que hace esto, pero eso no es todo, no. Hay más. Esta es la ayuda: las pruebas, las dificultades de la vida, incluso las correcciones que el Señor nos hace. Pero no nos detengamos aquí. Entre la vid y los sarmientos se da este permanecer íntimo. Los sarmientos, nosotros, necesitamos la savia, y la vid necesita los frutos, el testimonio.

Oración para recibir la Comunión espiritual

Las personas que no pueden recibir la comunión hacen ahora la comunión espiritual.

Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Ya que no puedo recibirte sacramentalmente ahora, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Y como si te hubiese recibido, me abrazo y me uno todo a ti. No permitas que jamás me aparte de ti.