La única medicina contra el espíritu de la mundanidad"

Sábado, 16 de de mayo de 2020

Introducción

Hoy rezamos por las personas que se ocupan de enterrar a los muertos durante esta pandemia. Enterrar a los difuntos es una de las obras de misericordia y, naturalmente, no es algo agradable. Oremos por ellos que arriesgan sus vidas y corren el peligro de contagiarse.

Homilía

Jesús muchas veces, y especialmente en su despedida con los apóstoles, habla del mundo (cfr. Jn 15, 18-21). Y aquí dice: «Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros» (v. Jn 15, 18). Claramente habla del odio que el mundo ha tenido contra Jesús y tendrá contra nosotros. Y en la oración que hace en la mesa con los discípulos durante la Cena, le pide al Padre que no los retire del mundo, sino que los defienda del espíritu del mundo (cfr. Jn 17, 15)

Creo que podemos preguntarnos: ¿cuál es el espíritu del mundo? ¿Qué es esta mundanalidad, capaz de odiar, de destruir a Jesús y sus discípulos, es más de corromperlos y corromper a la Iglesia? Nos hará bien reflexionar sobre cómo es el espíritu del mundo, qué es. Es una propuesta de vida, la mundanidad. Hay quien piensa que la mundanidad es ir de fiesta, vivir haciendo fiestas... No, no. La mundanidad puede ser esto, pero fundamentalmente no es esto.

La mundanidad es una cultura; es una cultura de lo efímero, una cultura de la apariencia, del maquillaje, una cultura de “hoy sí, mañana no, mañana sí y hoy no”. Tiene valores superficiales. Una cultura que no conoce la fidelidad, porque cambia según las circunstancias, lo negocia todo. Esta es la cultura mundana, la cultura de la mundanidad. Y Jesús insiste en defendernos de esto y reza para que el Padre nos defienda de esta cultura de la mundanidad. Es una cultura de usar y tirar, según la conveniencia. Es una cultura sin lealtad, no tiene raíces. Pero es una forma de vida, un modo de vivir también de muchos que se llaman cristianos. Son cristianos pero son mundanos.

En la parábola de la semilla que cae en la tierra, Jesús dice que las preocupaciones del mundo -es decir, de la mundanidad- sofocan la palabra de Dios, no la dejen crecer (cfr. Lc 8, 7). Y Pablo dice a los Gálatas: “Eráis esclavos del mundo, de la mundanidad” (cfr. Ga 4, 3). Siempre me causa profunda impresión leer las últimas páginas del libro del padre De Lubac: “Las meditaciones sobre la Iglesia” (cf. Henri de Lubac, Meditación sobre la Iglesia, Bilbao 1958), las últimas tres páginas, donde habla precisamente de la mundanidad espiritual. Y dice que es el peor daño que le puede pasar a la Iglesia; y no exagera, porque luego dice algunos males que son terribles, y este es el peor: la mundanalidad espiritual, porque es una hermenéutica de vida, es una forma de vida; también un modo de vivir el cristianismo. Y para sobrevivir ante la predicación del Evangelio, odia, mata.

Cuando se dice de los mártires que son asesinados por odio a la fe, sí, realmente para algunos el odio era por un problema teológico; pero no eran la mayoría. En la mayoría [de los casos] es la mundanidad que odia la fe y los mata, como lo hizo con Jesús.

Es curioso: la mundanidad, alguien me puede decir: “Pero padre, esto es una superficialidad de vida...”. ¡No nos engañemos! ¡La mundanidad no es superficial en absoluto! Tiene raíces profundas, raíces profundas. Es como camaleónica, cambia, va y viene según las circunstancias, pero la sustancia es la misma: una propuesta de vida que entra en todas partes, incluso en la Iglesia. Mundanidad, hermenéutica mundana, maquillaje, se maquilla todo para que sea así.

El apóstol Pablo llegó a Atenas, y se quedó impresionado cuando vio muchos monumentos a los dioses en el Areópago. Y pensó en hablar sobre esto: “Sois un pueblo religioso, así lo veo... Me ha llamado la atención ese altar al ‘dios desconocido’. A este yo le conozco y vengo a deciros quién es”. Y comenzó a predicar el Evangelio. Pero cuando llegó a la cruz y la resurrección se escandalizaron y se fueron (cfr. Hch 17, 22-33). Hay una cosa que la mundanidad no tolera: el escándalo de la Cruz. No lo tolera. Y la única medicina contra el espíritu de la mundanidad es Cristo muerto y resucitado por nosotros, escándalo y necedad (cfr. 1Co 1, 23).

Es por esto por lo que el apóstol Juan, cuando en su primera Carta trata el tema del mundo, dice: «Es la victoria que venció al mundo: nuestra fe» (1Jn 5, 4). La única: la fe en Jesucristo, muerto y resucitado. Y eso no significa ser fanático. Esto no significa descuidar el diálogo con todas las personas, no, pero con la convicción de fe, a partir del escándalo de la Cruz, de la necedad de Cristo y también de la victoria de Cristo. “Esta es nuestra victoria”, dice Juan, “nuestra fe”.

Pidamos al Espíritu Santo en estos últimos días, también en la novena del Espíritu Santo, en los últimos días del tiempo pascual, la gracia de discernir qué es mundanidad y qué es Evangelio, y de no dejarse engañar, porque el mundo nos odia, el mundo ha odiado a Jesús y Jesús ha rezado para que el Padre nos defendiera del espíritu del mundo (cfr. Jn 17, 15).

Oración para recibir la Comunión espiritual

Las personas que no pueden recibir la comunión hacen ahora la comunión espiritual.

Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Ya que no puedo recibirte sacramentalmente ahora, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Y como si te hubiese recibido, me abrazo y me uno todo a ti. No permitas que jamás me aparte de ti.