Antología de Textos

CONTEMPLACION

1. El Cielo es para el hombre, ante todo, la visión de Dios: La vida eterna consiste en que te conozcan a ti y a tu enviado, Jesucristo (Jn 17, 3). El bienaventurado vive contemplando a Dios. Sin embargo, en el presente, nuestro conocimiento es imperfecto 1,4, cuando llegue el fin, desaparecerá lo que es imperfecto. Cuando yo era niño hablaba como un niño, pensaba como un niño, razonaba como un niño; cuando llegué a ser hombre, dejé como inútiles las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo y oscuramente, entonces veremos cara a cara. Al presente conozco solo en parte, entonces conoceré como soy conocido (2Co 13, 9-12).
Habla aquí San Pablo de un conocimiento parcial, primicias de la bienaventuranza en el cielo. No se refiere el Apóstol al conocimiento natural que de Dios tenemos en el mundo, sino al sobrenatural, resultado de la fe y propio del alma en gracia, que aumenta en la medida en que el cristiano corresponde a las mociones del Espíritu Santo. Después vendrá un conocimiento perfecto, inmediato, claro y total, siempre dentro de las posibilidades de la naturaleza creada y finita del hombre. Lo tendremos cuando llegue el fin. Conoceremos a Dios como Dios nos conoce a nosotros, directamente y cara a cara.
En un pasaje semejante, San Juan nos dice: Sabemos que, cuando aparezca, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es (1Jn 3, 3). El hombre podrá entonces contemplar a Dios cara a cara sin cegarse y sin morir, porque contará con un auxilio especial de la luz de la gloria ("lumen gloriae"), que le capacitará para la visión que de otra manera no podría tener (cfr. Dz 475).

2. La visión de Dios en esta vida que puede tener el cristiano es imperfecta y depende mucho de la pureza de corazón -dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios (Mt 5, 8)-, del recogimiento interior, de la docilidad al Espíritu Santo para tener la vista clara y estar en una continua presencia de Dios. De alguna manera, podemos gustar ya en esta vida lo que Dios nos tiene prometido.
De modo especial hemos de considerar con frecuencia que somos templos del Espíritu Santo (1Co 6, 19), y que, por tanto, Dios está muy cerca de nosotros.

3. La contemplación de Dios en esta vida nos obliga dichosamente a vivir hacia dentro, a guardar los sentidos. Este recogimiento interior es compatible con el trabajo y con las relaciones sociales. Por otra parte, el silencio externo, la misma soledad, no lleva necesariamente a la contemplación, pues los sentidos internos pueden andar sueltos, dispersos, lejos de Dios. "De poco aprovecha la soledad del cuerpo -dice San Gregorio- si no hay recogimiento y soledad en el corazón" (Morada, 30).
La vida contemplativa está al alcance de todo cristiano (no está hecha solo para personas muy especiales o retiradas del mundo), pero es necesaria una decisión seria y firme de buscar a Dios en todas las cosas y de purificarse y reparar por las faltas y pecados cometidos. Es siempre una gracia de Dios, que no la niega a quien la pide con humildad y con obras de correspondencia a la gracia.
El santo es esencialmente un contemplativo. La contemplación cristiana hace referencia al conocer -contemplar es ver, detenerse en el objeto visto-, y al mismo tiempo al amar. La santidad no consiste tanto en determinadas exigencias formales, sino más bien en un vivificar según un espíritu nuevo la propia vida: en tomar en serio la propia existencia, como un encuentro con Dios y con los demás hombres.
La contemplación de Dios en esta vida -en el modo limitado que nos es posible tenerla aquí- da una profunda paz al alma y permite ver a Dios en todos los acontecimientos y trabajos.

Capítulo único

La contemplación de Dios solo es posible en la vida futura. Aquí se nos da imperfectamente, "como un adelanto".

1274 La contemplación será perfecta en la vida futura, cuando veamos a Dios cara a cara (1Co 12, 12) y nos haga, con esta visión, perfectamente bienaventurados. Pero ahora, aunque imperfectamente, como a través de espejo y como en enigma (ibid.), nos compete la contemplación de la verdad divina, por la que se nos da como un adelanto de la bienaventuranza, que se inicia aquí y alcanzará su perfección en la vida futura (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 2-2, q. 180, a. 4, c).

1275 Como fin de todos nuestros trabajos y eterna perfección de las alegrías, se nos promete la contemplación (SAN AGUSTÍN, Sobre la Trinidad, 1, 8).

1276 El corazón necesita, entonces, distinguir y adorar a cada una de las Personas divinas. De algún modo, es un descubrimiento, el que realiza el alma en la vida sobrenatural, como los de una criaturica que va abriendo los ojos a la existencia. Y se entretiene amorosamente con el Padre y con el Hijo y con el Espíritu Santo; y se somete fácilmente a la actividad del Paráclito vivificador, que se nos entrega sin merecerlo: ¡los dones y las virtudes sobrenaturales! (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 306).

1277 El Espíritu prepara previamente al hombre para acoger al Hijo de Dios, el Hijo lo conduce al Padre, y el Padre le da incorruptibilidad y la vida eterna, que son fruto de la visión de Dios para aquellos que le contemplan. Del mismo modo que quienes ven la luz están en la luz y participan de su esplendor, así los que ven a Dios están en Dios y participan de su esplendor. Ahora bien, el esplendor de Dios es vivificante. Y por lo mismo, quienes vean a Dios tendrán parte en la vida (SAN IRENEO, Contra los herejes, 4, 20).

1278 El resplandor de la belleza divina es algo absolutamente inefable e inenarrable (SAN BASILIO MAGNO, Regla monástica, respuesta 2, 1).

1279 La contemplación es una cumbre en la cual Dios se comienza a comunicar y manifestar al alma. Pero no acaba de manifestarse, solo asoma. Pues por muy altas que sean las noticias que al alma se le dan de Dios en esta vida, no son mas que lejanas asomadas (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 13, 10).

1280 Por mucho que a Dios se le conozca en esta vida, no se le conoce de verdad. Solo una partecita y muy de lejos (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 6, 5).

1281 Todo esto sucede a veces a las almas ya muy purificadas. Dios les concede la gracia, cuando oyen, o ven o entienden, y a veces sin oír, ni ver, ni entender, de recibir una comprensión grandísima de la alteza y grandeza de Dios. En ese sentimiento siente a Dios tan alto que entiende claramente que se le queda todo por entender. Y ese sentir y entender que Dios es tan inmenso que no se puede entender del todo, es muy subido entender (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 7, 9).

Se promete a los limpios de corazón

1282 Con toda razón se promete a los limpios de corazón la bienaventuranza de la visión divina. Nunca una vida manchada podré contemplar el esplendor de la luz verdadera, pues aquello mismo que constituirá el gozo de las almas limpias será el castigo de las que estén manchadas (SAN LEON MAGNO, Sermón 95, sobre las bienaventuranzas).

1283 Dios se deja contemplar por los que tienen el corazón purificado (SAN GREGORIO DE NISA, Hom. 6, sobe las bienaventuranzas).

1284 ¿Quieres ver a Dios? Escúchalo: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. En primer lugar, piensa en purificar tu corazón: lo que veas en el que desagrada a Dios, quítalo (SAN AGUSTÍN, Sermón 2, sobre la Ascensión del Señor).

1285 Dios nos manda que primeramente nos lavemos por la compunción, para que nuestra suciedad no nos haga indignos de penetrar en la pureza de los secretos de Dios (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 17 sobre los Evang.).

1285b A los "limpios de corazón" se les promete que verán a Dios cara a cara y que serán semejantes a Él (cfr. 1Co 13, 12; 1Jn 3, 2). La pureza de corazón es el preámbulo de la visión. Ya desde ahora esta pureza nos concede ver según Dios, recibir al otro como un "prójimo"; nos permite considerar el cuerpo humano, el nuestro y el del prójimo, como un templo del Espíritu Santo, una manifestación de la belleza divina (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2519).

El deseo de ver a Dios

1286 El alma que de verdad ama a Dios no puede querer estar satisfecha y contenta hasta que de veras posea a Dios. Todas las cosas que no son Dios, no solo no la satisfacen, sino que le aumentan el deseo de verle tal cual El es (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 6, 4).

1287 Los que se quieren, procuran verse. Los enamorados solo tienen ojos para su amor. ¿No es lógico que sea así? El corazón humano siente esos imperativos. Mentiría si negase que me mueve tanto el afán de contemplar la faz de Jesucristo. Vultum tuum, Domine, requiram, buscare, Señor, tu rostro. Me ilusiona cerrar los ojos, y pensar que llegara el momento, cuando Dios quiera, en que podré verle, no como en un espejo, y bajo imágenes oscuras... sino cara a cara. Si, hijos, mi corazón esta sediento de Dios, del Dios vivo. ¿ Cuando vendré y veré la faz de Dios? (J. ESRIVA DE BALAGUER, Hoja informativa n. ° 1 del proceso de beatificación, p. 5).

1288 El amor no descansa mientras no ve lo que ama; por eso los santos estimaban en poco cualquier recompensa, mientras no viesen a Dios. Por eso el amor que ansia ver a Dios se ve impulsado, por encima de todo discernimiento, por el deseo ardiente de encontrarse con el. Por eso Moisés se atrevió a decir: Si he obtenido tu favor, muéstrate a mi. Por eso también se dice en otro lugar: Déjame ver tu figura. Y hasta los mismos paganos en medio de sus errores se fabricaron ídolos para poder ver con sus propios ojos el objeto de su culto (SAN PEDRO CRISOLOGO, Sermón 147).

1289 Cuanto mas conoce el alma a Dios, tanto mas le crece el deseo de verle y la pena de no verle (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 6, 2).

1290 [...] desde tiempo atrás nos atraía el Señor hacia el cielo. Cuando finalmente nos nacieron las alas de la virtud al cabo del tiempo, llegándose a nosotros poco a poco, nos saco de este domicilio y nos enseño a volar mas alto (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Sobre la virginidad, 7).

Buscar al Señor en todas las cosas

1291 Reflexionad bien que es lo que estáis pensando a todas horas. Unos piensan en los honores, otros en el dinero, otros en la extensión de sus posesiones. Todas estas cosas están en lo bajo, y cuando el alma se ocupa en tales cosas, queda separada de la rectitud de su estado: y como no se eleva a los deseos celestiales, no puede mirar hacia arriba, como la mujer encorvada (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 31 sobre los Evang.).

1292 Si los cinco sentidos del cuerpo buscan el alimento de las miserias mundanas, no pueden volar para conseguir los frutos de acciones mas sublimes (SAN AMBROSIO, en Catena Aurea, volt VI, p. 66).

1292b [...]. La contemplación busca al "amado de mi alma" (Ct 1, 7) (cfr. Ct 3, l-4). Esto es, a Jesús, y en Él, al Padre. Es buscado porque desearlo es siempre el comienzo del amor, y es buscado en la fe pura, esta fe que nos hace nacer de Él y vivir en Él. En la contemplación se puede también meditar, pero la mirada está centrada en el Señor (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2709).

La contemplación es compatible con cualquier actividad humana recta

1293 Cuando de dos cosas una es la razón de la otra, la ocupación del alma en una no impide ni disminuye la ocupación en la otra [...].Y como Dios es aprehendido por los santos como la razón de todo cuanto hacen o conocen, su ocupación en percibir las cosas sensibles o en contemplar o hacer cualquiera otra cosa, en nada les impide la divina contemplación ni viceversa (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, Supl., q. 82, a. 3).

Mirar a Cristo

1294 Marta, en su empeño de aderezarle al Señor de comer, andaba ocupada en multitud de quehaceres. María, su hermana, prefirió le diese a ella de comer el Señor. Olvidose, pues, en cierto modo, de su hermana, tan ajetreada por la complicación del servicio, y sentose a los pies del Señor, donde, sin hacer nada, escuchaba su palabra. Con oído discretísimo habla oído decir: Estaos quedos, y ved que yo soy el Señor (Sal 46, 11). La otra se consumía, esta comía; la otra dispónla muchas cosas, esta solo miraba una sola (SAN AGUSTÍN, Sermón 103).

1295 Que nuestra vida tenga su centro en nuestro interior donde Cristo habita (SAN BERNARDO, Sermón 5).

1296 Si el alma llegara a levantar los ojos hasta su cabeza, que es Cristo [...], seria realmente feliz por la penetración de su visión, al poner sus ojos donde el mal no puede oscurecerlos (SAN GREGORIO DE NISA, Homilía 5).

Contemplación también a través de las oraciones vocales

1297 Porque se que muchas personas, rezando vocalmente –como ya queda dicho–, las levanta Dios, sin saber ellas como, a subida contemplación (SANTA TERESA, C. de perfección, 30, 7). -

1298 En la oración vocal se puede poner una triple atención. La primera y mas imperfecta se refiere a la correcta pronunciación de todas las palabras de que consta. La segunda se fija en el sentido de esas palabras. La tercera, finalmente, pone su empeño en el fin de la oración, o sea, en Dios y en la cosa por la que se ora. Esta ultima es la mas importante y necesaria, y pueden tenerla incluso las personas de corto alcance o que no entiendan el sentido de las palabras que pronuncian. Esta ultima atención puede ser tan intensa que arrebate la mente a Dios hasta el punto de hacernos perder de vista todas las demás cosas (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 2-2, q. 83, a. 13).

Frutos de la contemplación

1299 El que ve a Dios alcanza por esta visión todos los bienes posibles: la vida sin fin, la incorruptibilidad eterna, la felicidad imperecedera, el reino sin fin, la alegría ininterrumpida, la verdadera luz, el sonido espiritual y dulce, la gloria inaccesible, el jubilo perpetuo y, en resumen, todo bien (SAN GREGORIO DE NISA, Hom. 6 sobre bienaventuranzas).

1300 Pues así como los que ven la luz están en la luz y reciben claridad, así también los que ven a Dios están en Dios y reciben su claridad. La claridad de Dios vivifica y, por tanto, los que ven a Dios reciben la vida (SAN IRENEO, Trat. contra las herejías, 4).

1301 En una piadosa permisión, les permitió gozar durante un tiempo muy corto la contemplación-de la alegría que dura siempre, para hacerles sobrellevar con mayor fortaleza la adversidad (SAN BEDA, Coment. Evang. sobre S. Marcos, 8).

1302 Con la maravillosa normalidad de lo divino, el alma contemplativa se desborda en afán apostólico: me ardía el corazón dentro del pecho, se encendía el fuego en mi meditación (Sal 39, 4)(J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 120).

1303 Hay que saber estar en silencio, crear espacios de soledad o, mejor, de encuentro reservado a una intimidad con el Señor. Hay que saber contemplar [...]. Desgraciadamente, nuestra vida diaria corre el riesgo o incluso experimenta casos, mas o menos difundidos, de contaminación interior. Pero el contacto de fe con la Palabra del Señor nos purifica, nos eleva y nos vuelve a dar energía (JUAN PABLO II, Hom. 20-VII-1980).

1303b La oración contemplativa es silencio, este "símbolo del mundo venidero" (San Isaac de Nínive, tract. myst. 66) o "amor [...] silencioso" (San Juan de la Cruz, Carta, 6). Las palabras en la oración contemplativa no son discursos sino ramillas que alimentan el fuego del amor. En este silencio, insoportable para el hombre "exterior", el Padre nos da a conocer a su Verbo encarnado, sufriente, muerto y resucitado, y el Espíritu filial nos hace partícipes de la oración de Jesús (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2717).

Contemplación de los misterios del Santo Rosario

1304 La Iglesia nos anima a la contemplación de los misterios: para que se grabe en nuestra cabeza y en nuestra imaginación, con el gozo, el dolor y la gloria de Santa María, el ejemplo pasmoso del Señor, en sus treinta arios de oscuridad, en sus tres años de predicación, en su Pasión afrentosa y en su gloriosa Resurrección (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER Amigos de Dios, 299).

1304b El Rosario, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología. En la sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio. En él resuena la oración de María, su perenne Magníficat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor (JUAN PABLO II, Carta Apost. Rosarium Virginis Mariae, 26-X-2002).