Antología de Textos

CONTRICION

1. Para tener contrición de los pecados cometidos es necesario que el cristiano se ponga en presencia de Dios, en actitud humilde y sincera. Ocurrirá al alma arrepentida, como a Pedro la mañana de la pesca milagrosa. Simón Pedro, al ver esto, se echó a los pies de Jesús y le dijo: Apártate de mí, Señor, que soy un pobre pecador. Y es que el asombro se había apoderado ele él [...] (Lc 5, 8-9).
Pedro está asombrado. Parece como si en un momento hubiera visto con claridad la santidad de Cristo y su condición de hombre pecador. Apártate de mí, le dice. Esta expresión tiene un sentido oculto; pedía al Señor que se apartara, porque le parecía que, con la oscuridad de sus miserias, no podía soportar la luz radiante del Señor.
Pedro se encuentra ante la divinidad de Cristo manifestada en el milagro que acaba de ver y, mientras sus palabras declaran su indignidad de estar junto a Él, los ojos y toda su actitud rogaban al Señor que le tomara con Él para siempre.
La suciedad de los pecados necesita un término de referencia, y este solo puede ser la santidad de Cristo. El desamor solo se percibe si el cristiano se fija en el amor de Cristo. De otra forma, no verá nada o lo justificará todo. Únicamente se da cuenta de la malicia del pecado el que sabe comprender la santidad, la justicia y el amor de Dios. "Es necesario que tengamos un sentido profundo de su santidad y a la vez un vivo sentimiento de nuestra culpa e indignidad. Cuanto más caigamos en la cuenta de esto último, tanto más se nos revela lo primero: Dios en la Majestad inefable de su potencia y de su amor; Creador y Redentor del hombre; Sabiduría, Justicia, Misericordia; Dios Omnipresente, Omnisciente, Omnipotente" (JUAN PABLO II, Hom. 10-11-1980).
2. La contrición afianza mucho la amistad con Dios. Es precisamente después de este acto humilde cuando Pedro toma la decisión más importante de su vida y cuando percibe con toda claridad el verdadero sentido de su vida: no temas, de hoy en adelante serán hombres los que has de pescar. Y ellos, sacando las barcas a tierra, dejaron todas las cosas y le siguieron (Lc 5, 10-11). Años más tarde, en la noche del jueves al viernes santo, Cristo, maltratado, pasa por uno de los atrios. Cerca, con los otros, está Pedro. Conversus Dominus respexit Petrum. Y volviéndose el Señor, dirigió una mirada a Pedro. Fue suficiente. Sus miradas se cruzaron. Pedro hubiera querido bajar la cabeza, pero no pudo apartar su mirada de Aquel que acababa de negar. Conoce muy bien las miradas del Salvador. No pudo resistir a la autoridad y al encanto de esa mirada que suscitó su vocación; esa mirada tan cariñosa del Maestro de aquel día en que, mirando a sus discípulos, afirmó: He aquí a mis hermanos, hermanas y madre. Y esa mirada que le hizo temblar cuando él, Simón, quiso apartar la cruz del camino del Señor. Y la compasiva mirada con que acogió al joven demasiado rico para seguirle. ¡Y la mirada de lágrimas ante el sepulcro de Lázaro...! Conoce las miradas del Salvador.
Y, sin embargo, nunca jamás contempló en el rostro del Señor la expresión que descubre en Él en aquel momento, aquellos ojos impregnados de tristeza, pero sin severidad; mirada de reconvención, sin duda, pero que al mismo tiempo quiere ser suplicante y parece decirle: Simón, yo he rogado por ti.
Su mirada solo se detuvo un instante sobre él: Jesús fue empujado violentamente por los soldados, pero Pedro lo sigue viendo. Ve la mirada indulgente sobre la llaga profunda de su culpa. Esa mirada del Señor impidió que Pedro llegara a la desesperanza. Fue una mirada alentadora en la que Pedro se sintió comprendido y perdonado. ¡Cómo recordaría entonces la parábola del Buen Pastor, del hijo pródigo, de la oveja perdida...!
Sobre Judas también recayó la mirada del Señor, que le incitaba a cambiar cuando, en el momento de su traición, se sintió llamado con el título de amigo. ¡Amigo! ¿A qué has venido aquí? Esa mirada, esa palabra alentadora ha sido dirigida a cada uno de nosotros cada vez que hemos ofendido a Dios.
Judas sentiría esa misma mirada, cuando su Dios y Señor, de rodillas y ante él, le lavaba los pies en la Última Cena.
Pedro salió fuera. Se separó de aquella situación en la que imprudentemente se había metido, para evitar posibles recaídas. Comprendió que aquel no era su sitio.
El salir fuera "era confesar su culpa. Lloró amargamente porque sabía amar, y bien pronto las dulzuras del amor reemplazaron en él a las amarguras del dolor", comenta San Agustín (Sermón 295). Y es lo que ocurre a cada hombre cuando después de una falta -grande o pequeña- se arrepiente de verdad y llora su pecado.
3. En la vida de Pedro vemos nuestra propia vida. "Dolor de Amor. -Porque Él es bueno. Porque es tu Amigo, que dio por ti su Vida. -Porque todo lo bueno que tienes es suyo. -Porque le has ofendido tanto... Porque te ha perdonado... ¡Él!... ¡¡a ti!!
-Llora, hijo mío, de dolor de Amor" (SAN JOSEMARIA ESCRIVA, Camino, n. 436).
La contrición da al alma una especial fortaleza, devuelve la esperanza, evita la rutina, hace que el cristiano se olvide de sí mismo y se acerque de nuevo a Dios en un acto de amor más profundo. La contrición aquilata la calidad de la vida interior y atrae siempre la misericordia divina. Mis miradas se posan sobre los humildes y sobre los de corazón contrito (Is 66, 2).
La contrición no tiene lugar cuando se deja paso a la disculpa.
El dolor sincero de los pecados no quiere decir necesariamente que se deba sentir un dolor emocional. Lo mismo que el amor, el dolor es un acto de la voluntad, no un mero sentimiento. Del mismo modo que se puede amar a Dios sin experimentar emociones sensibles, se puede tener un dolor profundo de los pecados sin que produzca una reacción emocional.
4. Debemos despertar con frecuencia en nuestro corazón la contrición por nuestros pecados. Por ejemplo, por la noche, al hacer examen de conciencia; si nos encontramos en peligro de muerte; pero, sobre todo, si hemos cometido un pecado mortal.
Nuestro arrepentimiento debe mostrarse con obras de penitencia. Estas obras nos ayudan a expiar las penas que hemos merecido por nuestras culpas, a vencer nuestras malas inclinaciones y a fortalecernos en el bien.
Obras de penitencia son: oraciones, ayunos y limosnas, pequeñas mortificaciones, llevar con paciencia las penas y contrariedades, y aceptar bien dispuestos las cargas de la propia profesión. La mejor obra de penitencia es recibir el sacramento de la penitencia. Todos los días hay motivos para pedir perdón a Dios por nuestros pecados y faltas.

Citas de la Sagrada Escritura

Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios [...]. Echad sobre El vuestros cuidados, puesto que El se preocupa de vosotros. 1P 5, 6-7
Inclina a mi tus oídos, apresúrate a librarme; se para mi roca inexpugnable, ciudadela para mi salvación. Pues tu eres mi roca, mi ciudadela; por amor de tu nombre tu me guiaras y me conducirás. Me sacaras de la red que me han tendido, porque tu eres mi fortaleza. En tus manos encomiendo mi espíritu. Tu me has rescatado, Yavé, Dios fiel. Sal 32, 3 - 6
Ten piedad de mi, ¡oh Yavé!, porque estoy angustiado [...]. Haz resplandecer tu faz sobre tu siervo y sálvame en tu piedad. Sal 32, 10 - 17.
Mientras calle, consumianse mis huesos, gimiendo durante todo el día. Pues día y noche tu mano pesaba sobre mi, y tornose mi vigor en sequedades de estío. Te confesé mi pecado y no oculte mi iniquidad. Dije: "Confesare a Yavé mi pecado", y tu perdonaste la culpa de mi pecado. Sal 33, 3 - 5
Porque dices: Yo soy rico, me he enriquecido, y de nada tengo necesidad, y no sabes que eres un desdichado, un miserable, un indigente, un ciego y un desnudo; te aconsejo que compres de mi oro acrisolado por el fuego, para que te enriquezcas, y vestiduras blancas, para que te vistas y no aparezca la vergüenza de tu desnudez, y colirio para ungir tus ojos, a fin de que veas. Yo reprendo y corrijo a cuantos amo; ten, pues, celo y arrepiéntete. Mira que estoy a la puerta y llamo. Ap 3, 17-19
Me levantare e iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros. Lc 15, 18-19
Apiádate de mi, ¡oh, Dios! según tu benignidad. Por tu gran misericordia borra mi iniquidad. Lávame enteramente de mi iniquidad y límpiame de mi pecado, pues reconozco mi transgresión, y mi pecado esta siempre delante de mi. Contra ti, contra ti solo he pecado; he hecho lo malo a tus ojos, para que seas reconocido justo en tu sentencia y seas irreprochable en tu juicio. He aquí que en maldad fui formado y en pecado me concibió mi madre. Sal 52, 3 - 7
Abre tu, Señor, mis labios, y cantara mi boca tus alabanzas. Porque no es sacrificio lo que tu quieres; si te ofreciera un holocausto, no lo aceptarlas. Mi sacrificio, ¡oh Dios!, es un espíritu contrito. Un corazón contrito y humillado, ¡oh Dios!, no lo desprecias. Se benévolo en tu complacencia hacia Sión y edifica los muros de Jerusalén. Sal 52, 17 - 20
Por tercera vez le dijo: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntase: ¿Me amas? Y le dijo: Señor, tu lo sabes todo, tu sabes que te amo. Jn 21, 17. 21

Esta íntimamente relacionada con el amor de Dios

1305 No olvides que el Dolor es la piedra de toque del Amor (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 439).

1306 Acordose el Amigo de sus pecados, y por temor del infierno quiso llorar y no pudo. Pidió lagrimas al amor y la Sabiduría le respondió que mas frecuente y fuertemente llorase por amor de su Amado que por temor de las penas del infierno, puesto que le agradan mas los llantos que son por amor que las lagrimas que se derraman por temor (R. LLULL, Libro del Amigo y del Amado, 341).

1307 Quien no se arrepiente de verdad, no ama de veras; es evidente que cuanto mas queremos a una persona, tanto mas nos duele haberla ofendido. Es, pues, este uno mas de los efectos del amor (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., 205).

1308 ¡ Que cercano esta Dios de quien confiesa su misericordia! Si; Dios no anda lejos de los contritos de corazón (SAN AGUSTÍN, Sermón 11).

1309 Pedro salió fuera y lloro amargamente. Era confesar su culpa. Lloro amargamente porque sabia amar, y bien pronto las dulzuras del amor reemplazaron en el a las amarguras del dolor (SAN AGUSTÍN, Sermón 295).

1310 Dios nos manda que primeramente nos lavemos por la contrición para que nuestra suciedad no nos haga indignos de penetrar en la pureza de los secretos de Dios (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 17 sobre los Evang.).

1311 Nada hay tan grato y querido por Dios como el hecho de que los hombres se conviertan a el con sincero arrepentimiento (SAN MAXIMO, Carta 11).

1312 Mas que el pecado mismo, irrita y ofende a Dios que los pecadores no sientan dolor alguno de sus pecados (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 14).

1312b Cuando brota del amor de Dios amado sobre todas las cosas, la contrición se llama "contrición perfecta" (contrición de caridad). Semejante contrición perdona las faltas veniales; obtiene también el perdón de los pecados mortales si comprende la firme resolución de recurrir tan pronto sea posible a la confesión sacramental (cfr. CONC. DE TRENTO, DS 1677) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1452).

1312c La contrición llamada "imperfecta" (o "atrición") es también un don de Dios, un impulso del Espíritu Santo. Nace de la consideración de la fealdad del pecado o del temor de la condenación eterna y de las demás penas con que es amenazado el pecador. Tal conmoción de la conciencia puede ser el comienzo de una evolución interior que culmina, bajo la acción de la gracia, en la absolución sacramental. Sin embargo, por sí misma la contrición imperfecta no alcanza el perdón de los pecados graves, pero dispone a obtenerlo en el sacramento de la Penitencia (cfr. CONC. DE TRENTO, DS 1678, 1705) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1453).

Contrición y humildad

1313 ¡Muy honda es tu caída!-Comienza los cimientos desde ahí abajo. Se humilde.-" Cor contritum et humiliatum, Deus, non despicies "-No despreciara Dios un corazón contrito y humillado (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 712).

1314 Cuando os sintáis movidos por la contrición os daréis cuenta de la laboriosidad y esfuerzo que supone el salvar la propia alma. Se afianzara en vosotros la profunda convicción de que, lejos de poder enseñar a los demás, tenéis todavía necesidad de la ayuda de un maestro (CASIANO, Colaciones, 24).

1315 Estaba lejos (se refiere al publicano de la parábola) y, sin embargo, se acercaba a Dios; y el Señor le atendía de cerca. El Señor esta muy alto y, sin embargo, mira a los humildes; el publicano no levantaba sus ojos al cielo y no miraba para que se le mirase. Su conciencia le abatía, pero su esperanza le elevaba. Golpeaba su pecho y se hería a si mismo; el Señor le perdonaba porque se arrepentía (SAN AGUSTÍN, en Catena Aurea, vol. VI, p. 302).

La contrición da al alma una especial fortaleza

1316 Pronto se rehabilito Pedro, como quien recibe una fuerza nueva; y en tanto grado, que quien se había asustado de la Pasión de Cristo, permaneció después firme sin temer su propio martirio (SAN LEON, Sermón 9, sobre la Pasión).

La contrición devuelve la esperanza

1317 Hubiera muerto con la mas desastrada de las muertes (el hijo prodigo). Pero como se arrepintió y no perdió la esperanza, después de corrupción tan grande volvió a su primer esplendor, se vistió de la mas bella vestidura y obtuvo honor mayor que el hijo que jamas había caído (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Exhortac. a Teodoro, 1).

1318 Cuanto mas continuos son el dolor y el arrepentimiento por nuestras caídas, mas presto encuentra nuestro mal la curación (CASIANO, Colaciones, 19).

1319 Para quienes buscan con sinceridad el remedio, no puede faltar la medicina del verdadero medico de las almas. Esto es particularmente cierto para aquellos que no cierran los ojos a sus dolencias por desanimo o por negligencia (CASIANO, Colaciones, 19).

Contrición y alegría

1320 Muchas veces es útil y seguro que el hombre no tenga en esta vida muchas consolaciones, mayormente según la carne. Mas no sentir o gustar de las divinas, nuestra es la culpa, que no buscamos la contrición del corazón ni desechamos del todo las vanas consolaciones (Imitación de Cristo, 1, 21, 3).

1321 En un caso solamente debe parecernos útil la tristeza, y es cuando la concebimos para el arrepentimiento de nuestras faltas, o por el deseo de perfección, o por el de la contemplación de la futura bienaventuranza. De esta especie de tristeza ha dicho el Apóstol: La tristeza según Dios es causa de penitencia saludable, de que jamas hay por que arrepentirse; mientras que la tristeza según el mundo lleva a la muerte (2Co 7, 10) (CASIANO, Instituciones, 9, 10).

1322 La tristeza que causa un arrepentimiento saludable es propia del hombre obediente, afable, humilde, dulce, suave y paciente, en cuanto que deriva del amor de Dios. Sufre infatigable el dolor físico y la contrición del espíritu, gracias al vivo deseo de perfección que le anima. Es también alegre, y en cierto modo se siente como robustecido por la esperanza de su aprovechamiento, conserva de continuo el hechizo y el encanto de la afabilidad, y posee en si todos los frutos del Espíritu Santo (CASIANO, Instituciones, 9).

1323 Es sumamente necesario que cuando nos compungimos tengamos cuidado de la vida de los que nos están encomendados. De tal manera nos debe afectar la amargura de la compunción, que no nos aleje del amor a los demás (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 17 sobre los Evang.).

1324 Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. El llanto, al que aquí se promete el consuelo eterno, nada tiene que ver con la tristeza de este mundo [...]. La tristeza religiosa es la que llora los pecados propios o bien las faltas ajenas (SAN LEON MAGNO, Sermón 95, sobre las bienaventuranzas).

"La ciencia de los santos"

1325 [...] no deben entristecernos las caídas, ni aun las caídas graves, si acudimos a Dios con dolor y buen propósito en el sacramento de la Penitencia. El cristiano no es un maníaco coleccionista de una hoja de servicios inmaculada. Jesucristo Nuestro Señor se conmueve tanto con la inocencia y la fidelidad de Juan y, después de la caída de Pedro, se enternece con su arrepentimiento. Comprende Jesús nuestra debilidad y nos atrae hacia si, como a través de un plano inclinado, deseando que sepamos insistir en el esfuerzo de subir un poco, día a día. Nos busca, como buscó a los dos discípulos de Emaus, saliéndoles al encuentro; como buscó a Tomas y le enseñó, e hizo que las tocara con sus dedos, las llagas abiertas en las manos y en el costado. Jesucristo siempre esta esperando que volvamos a El, precisamente porque conoce nuestra debilidad (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 75).

1326 Mas le vale a un hombre confesar sus caídas que endurecer su corazón (SAN CLEMENTE, Carta a los Corintios, 50).

1327 Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado tu no lo desprecias. Este es el sacrificio que has de ofrecer No busques en el rebaño, no prepares navíos para navegar hasta las mas lejanas tierras a buscar perfumes. Busca en tu corazón la ofrenda grata a Dios. El corazón es lo que hay que quebrantar (SAN AGUSTÍN, Sermón 19).

Necesitamos arrepentirnos cada día de nuestra vida

1328 Cada día hemos de pedir perdón, porque cada día hemos ofendido (SAN AGUSTÍN, Sermón 25).

1329 Tendremos siempre materia de arrepentimiento respecto a esas menudas infracciones en que el justo cae siete veces al día y se levanta otras tantas. Porque, queramos o no, las cometemos todos los días. Ora a sabiendas, ora por ignorancia u olvido, de pensamiento o de palabra, por sorpresa o por impulso inevitable, o por la fragilidad de nuestra carne, es difícil que nos veamos libres de ellas (CASIANO, Colaciones, 20).

1330 Solo predicamos a los demás lo recto, si manifestamos con las obras lo que decimos, si nos compungimos en el amor de Dios y lavamos con lagrimas las manchas cotidianas de la vida humana, que no puede pasar sin culpa (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 17 sobre los Evang.).

1331 Jamas se ha encontrado ni se encontrara en este mundo un hombre cuya santidad, diligencia y aplicación sean tales que pueda adherirse al bien verdadero y no tenga que experimentar todos los días que ha faltado distrayéndose de el (CASIANO, Colaciones, 23).

1332 (Santificado sea tu nombre). También pedimos todos los días que sea santificado. Necesitamos de la santificación continuamente, porque los que pecamos todos los días debemos purificar nuestros pecados mediante una contrición continua (SAN CIPRIANO, Sobre el Padrenuestro).

Reparación y desagravio

1333 Debemos igualmente considerar frecuentemente los pecados que cometimos: considerándolos, llorar; y llorando, borrarlos (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 39 sobre los Evang.).

1334 A nosotros representó aquella mujer cuando, después de haber pecado, nos volvemos de todo corazón al Señor y le imitamos en el llanto de penitencia (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 13 sobre los Evang.).

Si no hay restitución, no hay contrición

1335 Algunos, sin preocuparse de indagar el numero de personas a quienes perjudicaron, darán alguna limosna, o mandaran celebrar algunas misas; y hecho esto, quedaran ya tranquilos. No hay duda de que las misas y las limosnas son muy buenas obras; mas deben ser pagadas con vuestro dinero y no con el del prójimo (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la restitución).

La misericordia divina alienta nuestra contrición

1336 He aquí que llama a todos los que se han manchado, desea abrazarlos, y se queja de que le han abandonado. No perdamos este tiempo de misericordia que se nos ofrece, no menospreciemos los remedios de tanta piedad que el Señor nos brinda. Su benignidad llama a los extraviados, y nos prepara, cuando volvamos a El, el seno de su clemencia. Piense cada cual en la deuda que le abruma, cuando Dios le aguarda y no se exaspera con el desprecio. El que no quiso permanecer con El, que vuelva; el que menosprecio estar firme a su lado, que, al menos, se levante después de su caída [...]. Ved cuan grande es el seno de su piedad, y considerad que tenéis abierto el regazo de su misericordia (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 33 sobre los Evang.).

La contrición no siempre quita todo el resto de la pena

1337 De los principios que hemos expuesto puede deducirse fácilmente la existencia del purgatorio. Porque si es verdad que la contrición borra los pecados, no quita todo el resto de pena que por ellos se debe; ni tampoco se perdonan siempre los pecados veniales, aunque desaparezcan los pecados mortales. Ahora bien, la justicia de Dios exige que una pena proporcional restablezca el orden perturbado por el pecado. Luego hay que concluir que todo aquel que muera contrito y absuelto de sus pecados, pero sin haber satisfecho plenamente por ellos a la divina justicia, debe ser castigado en la otra vida. Negar el purgatorio es, pues, blasfemar contra la justicia divina. Es, pues, un error, y un error contra la fe (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, Sup., q. 71, a. 1).

Contrición y paz interior

1338 ¡No apaguéis esta alegría que nace de la fe en Cristo crucificado y resucitado! ; Testimoniad vuestra alegría! ¡Habituaos a gozar de esta alegría! [...]. Es la alegría de la presencia de Dios en el alma, mediante la " gracia ".-Es la alegría del perdón de Dios, mediante sus sacerdotes, cuando por desgracia se ha ofendido a su infinito amor, y arrepentidos se retorna a sus brazos de Padre. (JUAN PABLO II, Aloc. 24-III-1979).