ÁNGELUS
Jueves 1 de enero de 2009
Queridos hermanos y hermanas:
En este primer día del año me alegra dirigir a todos los presentes en la plaza de San Pedro, y a quienes están en conexión con nosotros mediante la radio y la televisión, mis más fervientes deseos de paz y de todo bien. Son deseos que la fe cristiana hace, por decirlo así, "fiables", al apoyarlos en el acontecimiento que estamos celebrando en estos días: la encarnación del Verbo de Dios, nacido de la Virgen María.
En efecto, con la gracia de Dios -y sólo con ella- podemos esperar siempre de nuevo que el futuro sea mejor que el pasado, porque no se trata de confiar en una suerte más favorable, o en las modernas combinaciones del mercado y las finanzas, sino de esforzarnos por ser nosotros mismos un poco mejores y más responsables, para poder contar con la benevolencia del Señor. Y esto siempre es posible, porque "Dios nos ha hablado por medio de su Hijo" (Hb 1, 2) y nos habla continuamente mediante la predicación del Evangelio y mediante la voz de nuestra conciencia. En Jesucristo se manifestó a todos los hombres el camino de la salvación, que es ante todo una redención espiritual, pero que implica lo humano en su totalidad, incluyendo también la dimensión social e histórica.
Por eso, la Iglesia, mientras celebra la Maternidad divina de María santísima, en esta Jornada mundial de la paz, que ya tiene lugar desde hace más de cuarenta años, indica a todos a Jesucristo como Príncipe de la paz. Siguiendo la tradición iniciada por el siervo de Dios Papa Pablo VI, escribí para esta circunstancia un Mensaje especial, eligiendo como tema "Combatir la pobreza, construir la paz".
De este modo, deseo ponerme una vez más en diálogo con los responsables de las naciones y de los organismos internacionales, ofreciendo la contribución de la Iglesia católica para la promoción de un orden mundial digno del hombre. Al inicio de un nuevo año, mi primer objetivo es precisamente invitar a todos, gobernantes y simples ciudadanos, a no desalentarse ante las dificultades y los fracasos, sino a renovar sus esfuerzos.
La segunda parte del año 2008 ha hecho emerger una crisis económica de amplias proporciones. Es preciso analizar en profundidad esta crisis, como un síntoma grave que exige intervenir en las causas. No basta, como diría Jesús, poner remiendos nuevos en un vestido viejo (cf. Mc 2, 21). Situar a los pobres en el primer puesto significa pasar decididamente a la solidaridad global que ya Juan Pablo II indicó como necesaria, concertando las potencialidades del mercado con las de la sociedad civil (cf. Mensaje, n. 12), en un respeto constante de la legalidad y tendiendo siempre al bien común.
Jesucristo no organizó campañas contra la pobreza, sino que anunció a los pobres el Evangelio, para rescatarlos integralmente de la miseria moral y material. Lo mismo hace la Iglesia, con su incesante labor de evangelización y promoción humana. Invoquemos a la Virgen María, Madre de Dios, para que ayude a todos los hombres a caminar juntos por la senda de la paz.