ÁNGELUS
Plaza de San Pedro Domingo 1 de noviembre de 2009

Queridos hermanos y hermanas:

Este domingo coincide con la solemnidad de Todos los Santos, que invita a la Iglesia peregrina en la tierra a gozar anticipadamente de la fiesta sin fin de la comunidad celestial y a reavivar la esperanza en la vida eterna. Este año se celebran catorce siglos desde que el Panteón –uno de los más antiguos y célebres monumentos romanos– fue destinado al culto cristiano y dedicado a la Virgen María y a todos los mártires: "Sancta Maria ad Martyres". De este modo, el templo de todas las divinidades paganas se convirtió en el lugar donde se recuerda a los que, como dice el libro del Apocalipsis, "vienen de la gran tribulación y han lavado sus vestiduras, blanqueándolas con la sangre del Cordero" (Ap 7, 14). Posteriormente, la celebración de todos los mártires se extendió a todos los santos, "una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas" (Ap 7, 9), como dice también san Juan. En este Año sacerdotal, me complace recordar con especial veneración a los santos sacerdotes, tanto a los que la Iglesia ha canonizado, proponiéndolos como ejemplo de virtudes espirituales y pastorales, como a los –mucho más numerosos– que conoce sólo el Señor. Cada uno de nosotros conserva el grato recuerdo de alguno de ellos, que nos ha ayudado a crecer en la fe y nos ha hecho sentir la bondad y la cercanía de Dios.

Mañana nos espera la conmemoración anual de todos los fieles difuntos. Quiero invitar a vivir este día según el auténtico espíritu cristiano, es decir, en la luz que proviene del Misterio pascual. Cristo murió y resucitó, y nos abrió el camino hacia la casa del Padre, el Reino de la vida y de la paz. Quien sigue a Jesús en esta vida es acogido donde él nos ha precedido. Así pues, cuando visitemos los cementerios, recordemos que allí, en las tumbas, descansan sólo los restos mortales de nuestros seres queridos, en espera de la resurrección final. Sus almas –como dice la Escritura– ya "están en las manos de Dios" (Sb 3, 1). Por lo tanto, el modo más propio y eficaz de honrarlos es rezar por ellos, ofreciendo actos de fe, de esperanza y de caridad. En unión con el Sacrificio eucarístico, podemos interceder por su salvación eterna y experimentar la más profunda comunión, en espera de reunirnos con ellos, a fin de gozar para siempre del Amor que nos ha creado y redimido.

Queridos amigos, ¡qué hermosa y consoladora es la comunión de los santos! Es una realidad que infunde una dimensión distinta a toda nuestra vida. ¡Nunca estamos solos! Formamos parte de una "compañía" espiritual en la que reina una profunda solidaridad: el bien de cada uno redunda en beneficio de todos y, viceversa, la felicidad común se irradia sobre cada persona. Es un misterio que, en cierta medida, ya podemos experimentar en este mundo, en la familia, en la amistad, especialmente en la comunidad espiritual de la Iglesia. Que María santísima nos ayude a caminar con paso ligero por el camino de la santidad y se muestre Madre de misericordia para las almas de los difuntos.