Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
En este mes, como es tradición en la Iglesia, tenemos especialmente presentes en nuestra oración a los difuntos. Esto, como es lógico, nos lleva a meditar también sobre la realidad de la vida después de la muerte. Pueden ser diversos los aspectos y matices que esta consideración sugiere a cada uno, según los tiempos y circunstancias personales.
En todo caso, actualicemos con frecuencia la fe y la esperanza en la gloria a la que el Señor nos llama y nos da los medios para alcanzar. Muchos recordaréis estas palabras de san Josemaría: «Vamos a pensar lo que será el Cielo. «Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó a hombre por pensamiento cuáles cosas tiene Dios preparadas para los que le aman» (1Co 2, 9). ¿Os imagináis qué será llegar allí, y encontrarnos con Dios, y ver aquella hermosura, aquel amor que se vuelca en nuestros corazones, que sacia sin saciar?» (Instrucción, mayo-1935, 14-IX-1950, nota 127). Y en otra ocasión, añadía: «Yo me pregunto muchas veces al día: ¿qué será cuando toda la belleza, toda la bondad, toda la maravilla infinita de Dios se vuelque en este pobre vaso de barro que soy yo, que somos todos nosotros? Y entonces me explico bien aquello del Apóstol: ni ojo vio, ni oído oyó… Vale la pena, hijos míos, vale la pena» (Notas tomadas de una reunión familiar, 22-X-1960).
¡Qué bueno es fomentar la esperanza del Cielo! Podemos incluso sentir lo que escribía san Pablo: «Para mí, el vivir es Cristo, y el morir una ganancia» (Flp 1, 21), que no excluye el deseo de vivir muchos años en este mundo para servir a Dios y a los demás (cfr. ibid., 22-24).
Pidamos al Señor que nos aumente la esperanza en la vida eterna, que nos lleve a «mirar siempre hacia ese encuentro definitivo; pensar siempre que el Señor está cerca de nosotros, que nunca, ¡nunca la muerte será victoriosa!» (Francisco, Audiencia, 8-V-2024). Esta seguridad de que Dios nos espera en el Cielo y nos acompaña en todo momento sostiene nuestro caminar terreno, también en medio de las dificultades: «Que el Dios de la esperanza os colme de toda alegría y paz en la fe, para que abundéis en la esperanza con la fuerza del Espíritu Santo» (Rm 15, 13).
Seguid rezando por el trabajo, ya muy avanzado, de adecuación de los Estatutos. Encomendad también al Señor a los veinte nuevos diáconos, que recibirán la ordenación el próximo día 23.
Os agradezco mucho las felicitaciones por mi pasado cumpleaños. Como las he recibido en tan gran número, me resulta imposible responder a cada una, como me pasa ya también en otras ocasiones (aniversarios, fiestas especiales, etc.). Consideraos siempre contestadas y contestados por mi oración, que nunca falta al leer vuestras cartas y mensajes.
Con todo cariño os bendice vuestro Padre
Fernando
Roma, 8 de noviembre de 2024