ÁNGELUS
Domingo 11 de enero de 2015

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, que concluye el tiempo de Navidad. El Evangelio describe lo que sucede a orillas del Jordán. En el momento en que Juan Bautista confiere el bautismo a Jesús, el cielo se abre. "Apenas salió del agua –dice san Marcos–, vio rasgarse los cielos" (Mc 1, 10). Vuelve a la memoria la dramática súplica del profeta Isaías: "¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses!" (Is 63, 19). Esta invocación fue escuchada en el acontecimiento del Bautismo de Jesús. Y de este modo termina el tiempo de los "cielos cerrados", que indican la separación entre Dios y el hombre, consecuencia del pecado. El pecado nos aleja de Dios e interrumpe el vínculo entre la tierra y el cielo, determinando así nuestra miseria y el fracaso de nuestra vida. Los cielos abiertos indican que Dios ha donado su gracia para que la tierra dé su fruto (cf. Sal 85, 13). Así, la tierra se convirtió en la morada de Dios entre los hombres y cada uno de nosotros tiene la posibilidad de encontrar al Hijo de Dios, experimentando, de este modo, todo el amor y la infinita misericordia. Lo podemos encontrar realmente presente en los Sacramentos, especialmente en la Eucaristía. Lo podemos reconocer en el rostro de nuestros hermanos, en especial en los pobres, enfermos, presos y refugiados: ellos son carne viva del Cristo que sufre e imagen visible del Dios invisible.

Con el Bautismo de Jesús no sólo se rasgan los cielos, sino que Dios habla nuevamente haciendo resonar su voz: "Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco" (Mc 1, 11). La voz del Padre proclama el misterio que se oculta en el Hombre bautizado por el Precursor.

Y luego la venida del Espíritu Santo, en forma de paloma: esto permite al Cristo, el Consagrado del Señor, inaugurar su misión, que es nuestra salvación. El Espíritu Santo: el gran olvidado en nuestras oraciones. Nosotros a menudo rezamos a Jesús; rezamos al Padre, especialmente en el "Padrenuestro"; pero no muy frecuentemente rezamos al Espíritu Santo, ¿es verdad? Es el olvidado. Y necesitamos pedir su ayuda, su fortaleza, su inspiración. El Espíritu Santo que animó totalmente la vida y el ministerio de Jesús, es el mismo Espíritu que hoy guía la vida cristiana, la existencia de un hombre y de una mujer que se dicen y quieren ser cristianos. Poner bajo la acción del Espíritu Santo nuestra vida de cristianos y la misión, que todos recibimos en virtud del Bautismo, significa volver a encontrar la valentía apostólica necesaria para superar fáciles comodidades mundanas. En cambio, un cristiano y una comunidad "sordos" a la voz del Espíritu Santo, que impulsa a llevar el Evangelio a los extremos confines de la tierra y de la sociedad, llegan a ser también un cristiano y una comunidad "mudos" que no hablan y no evangelizan.

Recordad esto: rezar con frecuencia al Espíritu Santo para que nos ayude, nos dé fuerza, nos dé la inspiración y nos haga ir adelante.

Que María, Madre de Dios y de la Iglesia, acompañe el camino de todos nosotros bautizados, nos ayude a crecer en el amor a Dios y en la alegría de servir al Evangelio, para dar así sentido pleno a nuestra vida.