Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este segundo domingo de Adviento el Evangelio nos habla de Juan el Bautista, el precusor de Jesús (cf. Mc 1, 1-8), y nos lo describe como «voz del que grita en el desierto» (v. 3). El desierto, lugar vacío, donde no se comunica, y la voz, medio para hablar, parecen dos imágenes contradictorias, pero en el Bautista se conjugan.
El desierto. Juan predica allí, a orillas del río Jordán, cerca del punto en el que su pueblo, muchos siglos antes, entró en la tierra prometida (cf. Jos 3, 1-17). Haciendo así es como si dijera: para escuchar a Dios debemos volver al lugar en el que durante cuarenta años Él acompañó, protegió y educó a su pueblo, en el desierto. Este es el lugar del silencio y de la esencialidad, donde uno no puede permitirse entretenerse con cosas inútiles, sino que es necesario concentrarse en lo que es indispensable para vivir.
Y esto es un reclamo siempre actual: para proceder en el camino de la vida es necesario despojarse del "de más", porque vivir bien no quiere decir llenarse de cosas inútiles, sino liberarse de lo superfluo, para excavar en profundidad dentro de uno mismo, para captar lo que es verdaderamente importante ante Dios. Solo si, a través del silencio y la oración hacemos espacio a Jesús, que es la Palabra del Padre, sabremos liberarnos de la contaminación de las palabras vanas y de la palabrería. El silencio y la sobriedad – en las palabras, en el uso de las cosas, de los medios y de las redes – no son solo "adornos" o virtudes, son elementos esenciales de la vida cristiana.
Y vamos a la segunda imagen, la voz. Esta es el instrumento con el que manifestamos lo que pensamos y llevamos en el corazón. Entendemos entonces que está muy vinculada con el silencio, porque expresa lo que madura dentro, de la escucha de lo que el Espíritu sugiere. Hermanos y hermanas, si no se sabe callar, es difícil que se tenga algo bueno que decir; en cambio, cuanto más atento es el silencio, más fuerte es la palabra. En Juan el Bautista esa voz está ligada a la autenticidad de su experiencia y a la limpidez de su corazón.
Podemos preguntarnos: ¿Qué lugar tiene el silencio en mis días? ¿Es un silencio vacío, tal vez opresivo, o un espacio de escucha, de oración, donde custodiar el corazón? ¿Mi vida es sobria o llena de cosas superfluas? Incluso si quiere decir ir a contracorriente, valoremos el silencio, la sobriedad y la escucha. Que María, Virgen del silencio, nos ayude a amar el desierto, para convertirnos en voces creíbles que anuncian su Hijo que viene.