Queridos niños y niñas, queridos maestros y queridos padres:
Os saludo a todos y os doy las gracias por estar aquí hoy al final de vuestro encuentro mundial. En particular, me gustaría agradecer a la Presidenta de FIDAE sus palabras introductorias.
Me gusta ver en vuestro trabajo diario la belleza en acción. Una belleza formada por el compartir de tantos pequeños gestos. Me viene a la mente el arte del mosaico, en el que tantas teselas se integran para formar una imagen más grande. Vistos de cerca, esas piedrecitas parece que no tuvieran sentido, pero juntas crean una visión asombrosa.
En nuestra tradición judía y cristiana, la belleza y la bondad están unidas, son inseparables. Por ejemplo, en el libro del Génesis leemos que Dios –en la creación– separa los diferentes elementos del mundo, la luz de las tinieblas, la tierra de las aguas… Puebla la tierra de plantas y de animales y, cuando todo está listo, crea al hombre y a la mujer. Al final de la creación de cada cosa se lee: «Dios vio que era bueno»; y para el hombre y la mujer: «Dios vio cuanto había hecho, y todo era muy bueno» (Gn 1, 31).
El término "bueno" en hebreo tiene un valor muy amplio y puede traducirse no sólo como bueno sino también como armonioso. Es una armonía polifónica, formada por la belleza, la bondad y el compartir. La creación nos sorprende por su esplendor y variedad y, al mismo tiempo, nos vuelve a poner con los pies en la tierra, haciéndonos comprender cuál es nuestro papel en el mundo frente a tanta grandeza.
Cuando miramos con asombro y admiración el cielo y las estrellas, o ante el murmullo de un arroyo con sus aguas cristalinas, nuestra mente se siente llevada a contemplar al autor de tal belleza (cf. Sb 13, 3), un tesoro dado a la humanidad, que a su vez debe cultivarlo y custodiarlo (cf. Gn 2, 15). En la Sagrada Escritura, por tanto, hay una relación muy estrecha entre bello y bueno, entre belleza y bondad entendida como servicio a los demás.
Así como Dios puso a disposición de los seres humanos la obra de su creación, así los mismos seres humanos encuentran su plena realización dando vida a una "belleza compartida". Nos encontramos ante una "clave" del universo, de la que también depende su supervivencia: esta clave es el plan de la alianza de Dios. Se trata de reconocer la intención que está escrita en la belleza de la creación, es decir, el deseo del Creador de comunicar, de ofrecer un mensaje maravilloso a quienes pueden interpretarlo, es decir, a nosotros los seres humanos.
No debemos hacernos la ilusión de que podemos «sustituir una belleza irreemplazable e irrecuperable, por otra creada por nosotros» (Enc. Laudato si’, 34). No podemos correr el riesgo de Prometeo. Quizás ya hayáis escuchado la historia de este joven que, aunque de buena fe, quiere convertirse casi en una divinidad. Quiere reemplazar a Dios. A veces también nosotros, sin darnos cuenta, caemos en esta tentación, cuando nuestro "yo" se convierte en el centro de todo y de todos. En cambio, queridos amigos, este proyecto vuestro, inspirado en la Encíclica Laudato si', dice con razón que no podemos ser nosotros mismos sin el otro y sin los otros. No debemos dejarnos engañar y caer en la trampa de la exclusividad. Vosotros habéis entendido que "Yo puedo" debe convertirse en "nosotros podemos juntos". ¡Juntos es más bello y más eficaz! Yo puedo, nosotros podemos, juntos.
Juntos, ciertamente, con los profesores. Un cordial saludo y agradecimiento a todos los profesores que acompañan este proyecto con su precioso trabajo. Juntos nos preparamos para el Pacto Mundial sobre la Educación y para el evento que tendrá lugar en Roma el 14 de mayo de 2020. Todos estamos llamados a construir una "aldea global de la educación", –es bonita esta palabra: "aldea global de la educación"–. ¿Qué palabra era? (la repiten todos) ¡No oigo bien! (la repiten otra vez) ¡Ahora sí! Donde quien la habita genera una red de relaciones humanas, que son la mejor medicina contra todas las formas de discriminación, violencia y bullying. En esta gran aldea, la educación se convierte en portadora de fraternidad y creadora de paz entre todos los pueblos de la familia humana, y también de diálogo entre sus religiones.
Juntos, naturalmente, con los padres. Esto es decisivo para el éxito de vuestras iniciativas. Los padres no sólo contribuyen a la realización final sino que, al mismo tiempo, participan en el proyecto educativo a través de una bella confrontación hecha de curiosidad y novedad. Los adultos también podemos aprender de los jóvenes que, en todo lo que concierne a la conservación de la naturaleza, están a la vanguardia. Gracias a las madres y padres por su contribución y su paciente apoyo.
Queridos chicos y chicas, veo en vosotros una confianza valiente. Sí, la confianza y el valor de un proyecto de mejora ambiental y social que se vuelve concreto; un proyecto que pueda dejar su huella. Habéis tomado la decisión acertada: habéis apartado la vista de la pantalla de vuestro teléfono móvil y os habéis arremangado para servir a la comunidad. ¡Y también habéis puesto vuestros móviles al servicio de este compromiso! La creatividad y la imaginación han hecho que vuestras iniciativas sean todavía más interesantes. Habéis demostrado que la inteligencia artificial por sí sola no puede proporcionar el calor humano que todos necesitamos. Todavía recuerdo cuando, durante el Sínodo de los Jóvenes, dos chicas presentaron paso a paso las actividades de vuestro proyecto.
Lo que me gusta tanto –viendo como sonríen vuestros ojos– es que habéis preferido la solidaridad, el trabajo común y la responsabilidad a tantas otras cosas que el mundo os ofrece. Efectivamente, es así: algunas cosas te divierten un rato, y luego basta. En cambio, este compromiso juntos os da una satisfacción que se queda dentro. Esto es también fruto de un método educativo que involucra a la cabeza, a las manos y al corazón, es decir, a nuestras diferentes dimensiones, que siempre están conectadas entre sí. Por eso me parecéis más felices que los que lo tienen todo y no quieren dar nada. Vosotros sois más felices de los que quieren todo y no dan nada. Sólo a través del dar se puede alcanzar la felicidad (cf. Hch 20, 35).
Gracias. Os agradezco vuestra visita y os bendigo de todo corazón. Gracias.
Y ahora de pie, todos, en silencio recemos unos por otros, todos, desde nuestro corazón la oración y pidamos al Señor, pidamos a Dios que nos bendiga a todos. Amén.