Agradezco al Cardenal su presentación, agradezco a los miembros del Dicasterio, al Secretario, Subsecretario y al resto de la "banda" que hayan venido aquí. Y ahora les voy a leer un discurso de doce páginas, que es un campeonato… A ver después de la tercera quién se acuerda lo que dije. Pero, para evitar este riesgo, se los voy a dar escrito, al secretario, para que lo haga conocer, va a salir hoy en el "Osservatore Romano". Es lo que yo pienso sobre la formación sacerdotal, pero es una cosa pesada, que la lean con tranquilidad. Y yo más bien acá me voy a permitir decir tres o cuatro cosas que tengo en el corazón, que se las quiero decir de cercano, para la vida sacerdotal de ustedes, sobre todo, la vida de formadores del seminario.
Porque no es fácil eso, ¿no es cierto? En mi tiempo nos metían todos en la serie, y la formación era por serie: "Hoy toca esto, esto, esto…". Y el que aguantaba hasta el final se ordenaba, y los demás se iban cayendo por el camino o iban dejando. En aquel tiempo, salían excelentes sacerdotes así, excelentes. Hoy día esto no sirve, porque es otra época, otra la carne, la materia prima. Otros son los jóvenes, otras las inquietudes; entonces, bueno, estamos para formar esos jóvenes.
Y una de las tentaciones más serias que hoy día pasa la Iglesia, ustedes lo saben mejor que yo, es cuando te vienen con esquemas rígidos de formación, ¿no es cierto?, todo rigidez y qué se yo… Han surgido congregaciones religiosas que son un desastre, que hubo que ir cerrándolas de a poco, congregaciones de rígidos "que no, que no, que no…". Y que en el fondo, detrás de esa rigidez, se esconde verdadera podredumbre. Entonces, es importante discernir bien, a lo largo de la formación, cómo acompañar a los chicos. Y la palabra discernir creo que es clave. Si un formador no tiene la capacidad de discernir, que le diga a su obispo: "Mirá, mándame a otra cosa, yo para esto no sirvo". Porque discernir supone silencio, supone oración, supone rezar, supone acompañar, supone capacidad de sufrir, supone no tener la respuesta hecha. Respuestas hechas hoy en día no les sirven a los chicos sino que hay que ir acompañándolos, con la doctrina clara, eso sí, pero ir acompañándolos en las diversas coyunturas.
En ese trabajo que tienen ustedes, las cosas necesarias las tiene el Secretario ahí, lo van a ver escrito todo, esto hay que hace hacerlo. Porque es un problema del número de seminaristas, no puede haber un seminario con cuatro personas, no. "No tenemos más" – júntense. Punto.
Y hay una manía que yo tengo, que es hablar de la proximidad, porque creo que hay que ir ahí a la fuente de lo que es nuestro Dios. Y nuestro Dios, el estilo de Dios es la proximidad. Esto lo dice Él, no lo digo yo. En el Deuteronomio le dice al pueblo: "Decime, ¿qué pueblo tiene sus dioses tan cercanos como vos me tenés a mí?". La cercanía. Y este tiene que contagiarnos, o sea, el sacerdote, el seminarista, el sacerdote tiene que ser "cercano". ¿Cercano a quién? ¿A las chicas de la parroquia? Y algunos sí, son cercanos, después se casan, está bien. Es el movimiento familiar cristiano que trabaja ahí… Pero ¿cercano a quién? ¿Cercano cómo? Y hay dos adjetivos de esta cercanía de Dios: Dios es cercano con misericordia y con ternura. Y estas tres cosas las tienen que lograr en los chicos. Que sean sacerdotes bien hombres, misericordiosos pero con ternura. No podemos tener como curas dirigentes de empresa de una parroquia que conducen a los gritos, que masifican todo, que viven simplemente de tres o cuatro cosas y no saben dialogar o que son incapaces de acariciar un chico, besar un anciano o que simplemente, no van a "perder tiempo" a hablar con los enfermos, que es perder tiempo, sino que están en los planes parroquiales y todo eso. No, eso no sirve. Cercanía, misericordia y ternura.
A veces, sufro cuando encuentro gente que viene llorando porque fue a confesarse y le dijeron de todo. Si vos te venís a confesar porque hiciste una, dos, diez mil macanas… ¡das gracias a Dios y lo perdonás! Pero todavía que el otro pasa vergüenza y todo, le das, le das y le das. "Y no puedo absolverte, no puedo porque estás en pecado mortal, tengo que pedir permiso al obispo…". Eso sucede, ¡por favor! ¡Nuestro pueblo no puede estar en manos de delincuentes! Y un cura que obra así es un delincuente, con todas las palabras. Les guste o no les guste. O sea, pastor cercano con misericordia y ternura. ¿La tienen clara esta? Porque creo que conviene subrayar esto.
Y simplemente me voy a repetir porque esto lo repito siempre, pero creo que es importante que se los diga: las cuatro cercanías del cura. Hay cuatro cercanías que tienen que ser, primero, la cercanía con Dios. Sépanlo, un cura que no reza se va al tacho. Quizás persevera hasta viejo pero en el tacho, es decir, en la mediocridad. No digo en el pecado mortal, no, la mediocridad, que es peor que pecado mortal. Porque el pecado mortal te asusta y te vas a confesar enseguida. La mediocridad es un estilo de vida, ni muy muy, ni tan tan… Y vas sacando tajada de todo lo que podés y así perseverás hasta el final. En eso cae el cura que no reza. Por favor, recen, en serio, y pidan al que o a la que los acompaña espiritualmente que les enseñe a rezar. Confíen en el modo de rezar que tienen con el o la acompañante espiritual que tengan. Por favor, en eso, no cedan.
Una de las cosas que yo les preguntaba a los curas en Buenos Aires, cuando visitaba las parroquias y yo los veía por ahí, no a todos, pero a los que veía que estaban muy acelerados en el trabajo, les decía: "Che, ¿vos cómo terminás el día?" – "Agotado". "¿Y cómo te vas a dormir?" – "Y bueno, agarro como dos o tres cosas y me voy a la cama, y ahí veo un poco de televisión y bueno, ya ahí más o menos me relajo". "Ah está bien… ¿Y no pasás por la capilla antes?". No se había dado cuenta, que al menos tenés que decirle buenas noches al Patrón. Es decir, como que llevás la cosa, la necesidad pastoral te va llevando a dejar de rezar. Pero no porque tenés que rezar, no, sino que tenés que sentir la necesidad de rezar. "Mirá Señor, estoy metido en este lío, está este problema parroquial, este otro, que el obispo, de acá, de allá…". Hablar con el Señor y perder tiempo en la oración. Cuanto más ocupado está un cura, más tiene que perder tiempo en la oración. O sea, cercanía al Señor en la oración. Primera cercanía.
Segunda cercanía, cercanía al obispo. En esto no negocien nunca. Y pasen bien la doctrina a los chicos. No hay Iglesia sin obispo. "Que es un desgraciado". Vos también sos un desgraciado. O sea, entre desgraciados se van a entender. Pero es tu padre. Y si no tenés el coraje de decir las cosas en la cara, no se las digas a otro, te las callas. O vas como un hombre a tu obispo, o le pedís al Señor que solucione. Pero cercanía a él, buscarlo. Y el obispo tiene que estar cercano con los curas, eso sí. Pero buscarlo, estar cerca, no para chuparle las medias para que te de esa parroquia o te de esta otra que le gusta más, no. Para sentir al padre, para discernir con el padre. Y al decir cercanía digo respeto. Una de las cosas que ustedes nunca se tienen que permitir es hacer lo que hicieron los dos hijos de Noé: morirse de risa con el padre borracho. Hagan lo del tercero: van y lo cubren. Es verdad que a veces hay obispos que Dios me libre y guarde… Bueno, qué vas a hacer, hijo. Hay de todo en la viña del Señor. Cubrilo, es tu padre. Sé valiente, hablá con él, pero no uses esa carne herida y pecadora de ese obispo para divertirte en comentarios con los demás o para justificar tus cosas. Es tu padre. Cercanía con Dios, primero. Cercanía con el obispo, segundo. Y buscalo no para chuparle las medias, pero para estar junto a él o al menos respétalo. Pero con el obispo no se juega, porque es Cristo para ustedes.
Tercero, cercanía entre los curas. Miren, uno de los vicios más feos que tenemos nosotros la raza clerical es la murmuración: cuando pasamos revista, mirá que…. ¡Somos chismosos de alma! Sacamos el cuero a los compañeros…. ¡son tus hermanos! Si vos no tenés los pantalones para decir las cosas en la cara, cómetelas. ¡Pero no se lo vas a decir a otro como una vieja chismosa! Y a veces, los chismes de los curas, después de reuniones del colegio presbiteral, por ejemplo, salen afuera y "viste aquel, y aquel …". Es tu hermano, sí es un desgraciado, pero vos también. Pero por favor, sean hombres, virilidad en esto, no sean viejas chismosas, por favor. Yo se lo digo a ustedes para que se lo enseñen a los chicos. Si ustedes ven a un seminarista que le gusta darle a la lengua mándenlo un poquito afuera que se ventile con el trabajo duro, lo que es la dureza del trabajo, y después ven si lo reciben o no lo reciben. Pero, chismosos sobran en la Iglesia, sobran en todas partes. Sobran. No formemos más chismosos, que eso nos arruina la vida.
Y la cuarta cercanía es con el pueblo de Dios. Realmente a mí me duele cuando veo curas tan almidonados que se olvidaron del pueblo de donde lo sacaron. Lo que le dice Pablo a Timoteo: "Acordate de tu madre y tu abuela". O sea, pensá de dónde saliste, que te sacaron detrás del rebaño. No te olvides de tu pueblo. Y enseñale a los pibes a tener amor a su pueblo, de donde salieron. No tirárselas ya de extraterrestre porque están estudiando filosofía o teología, lo que sea, porque van a ser curas, separados. Que no se olviden del olor del pueblo de Dios, que es el que los va a meter en esto.
Ustedes como formadores tienen que formar a los chicos en estas cuatro cercanías: cercanía con Dios en la oración, cercanía con el obispo, que no se negocia al obispo. Tercera cercanía en el colegio presbiteral, formarlos a que sean buenos hermanos. Y cuarto, cercanía con el pueblo de Dios, que no pierdan el olor a la pertenencia de la cual vienen.
Bueno, esto es lo que les quería decir en vez de leerles estas ¿cuántas eran, doce paginas? Son muy buenas, porque pasó por varias manos y la pensaron bien. Y les va a servir. Pero esto es lo que yo tengo en el corazón, y fórmenlos así, por favor. Que no les salgan curitas raquíticos espiritualmente o humanamente, o tipos que se quedan en el seminario porque no saben qué hacer de su vida afuera.
Bueno, recen por mí, recen entre ustedes, ayúdense, no pierdan el espíritu de camaradería entre ustedes. Charlar cosas serias juntos, reírse juntos, ir a comer una pizza juntos. Todo lo que sea fraternidad que les ayude a ir adelante. Ahora les voy a dar la bendición y después los saludo uno por uno.
Estimado Señor Cardenal, queridos hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio, ¡buenos días!
Me es grato saludarlos a todos ustedes, participantes en el Curso para Rectores y Formadores de Seminarios Latinoamericanos, venidos de casi todos los países del Continente y del Caribe. Extiendo mi saludo a los colaboradores del Dicasterio para el Clero, el cual ha organizado el curso.
Toda la formación sacerdotal, particularmente la de los futuros pastores, está en el corazón de la evangelización, pues en las próximas décadas ellos, respondiendo a una genuina vocación específica, animarán y conducirán al santo Pueblo de Dios, para que sea "en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano". ¡Cuán necesaria es una formación de calidad para los que serán presencia sacramental del Señor en medio de su rebaño, alimentándolo y sanándolo con la Palabra y con los Sacramentos!
En este sentido, quisiera subrayar que la Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis "El don de la vocación presbiteral" conserva el gran aporte hecho por la Exhortación apostólica Pastores dabo vobis, que este año conmemora el 30 aniversario de su publicación por san Juan Pablo II, tras la VIII Asamblea General Ordinaria de Obispos, que trató "La formación de los sacerdotes en las circunstancias actuales". Esta ofrece de manera explícita una visión antropológica integral, que tiene en cuenta simultánea y equilibradamente las cuatro dimensiones presentes en la persona del seminarista: humana, intelectual, espiritual y pastoral. Por otro lado, la misma Ratio fundamentalis reafirma la perspectiva de mi apreciado predecesor el Papa Benedicto XVI, quien con el Motu proprioMinistrorum institutio ha puesto en evidencia que la formación de los seminaristas prosigue, naturalmente, en la formación permanente de los sacerdotes, constituyendo ambas una sola realidad.
Por otra parte, quisiera destacar que uno de los grandes aportes de la actual Ratio fundamentalis es que describe el proceso formativo de los sacerdotes, desde los años del Seminario, a partir de cuatro notas características de la formación, que es presentada como única, integral, comunitaria y misionera.
Al respecto, deseo detenerme para enfatizar que la formación sacerdotal «tiene un carácter eminentemente comunitario desde su mismo origen. La vocación al presbiterado, de hecho, es un don de Dios a la Iglesia y al mundo, es una vía para santificarse y santificar a los demás, que no se recorre de manera individual, sino teniendo siempre como referencia una porción concreta del Pueblo de Dios» (RFIS, Introducción 3).
En este contexto, me permito hacerles notar que uno de los desafíos más relevantes que hoy enfrentan las casas de formación sacerdotal es que ellas sean verdaderas comunidades cristianas, lo que implica no sólo un proyecto formativo coherente, sino también un número adecuado de seminaristas y formadores que asegure una experiencia realmente comunitaria en todas las dimensiones de la formación. Este desafío exige en no pocas ocasiones empeñarse en crear o consolidar Seminarios interdiocesanos, provinciales o regionales. Se trata de una tarea que los Obispos deben asumir sinodalmente, especialmente a nivel de las Conferencias Episcopales regionales o nacionales, en la cual ustedes están llamados a colaborar con lealtad y proactividad.
Para ello, queridos sacerdotes formadores, es necesario dejar inercias y protagonismos e iniciar a soñar juntos, no añorando el pasado, no solos, sino unidos y abiertos a lo que el Señor hoy desea como formación para las próximas generaciones de presbíteros inspirados por las actuales orientaciones de la Iglesia.
Me alegro que, durante estos días, ustedes estén reflexionando sobre distintos aspectos de la formación inicial, deteniéndose en la dimensión humana y cómo esta se integra a las otras dimensiones, a saber, espiritual, intelectual y pastoral.
En efecto, en el seno de la comunidad cristiana el Señor llama a algunos de sus discípulos a ser sacerdotes, esto es, elige a algunas ovejas de su rebaño y les invita a ser pastores de sus hermanos y hermanas. No debemos olvidar que los sacerdotes hemos sido "sacados de entre los hombres… para intervenir en favor de los hombres en todo aquello que se refiere al servicio de Dios" (cf. Hb 5, 1). Somos "con-discípulos" de los demás fieles cristianos y, por lo mismo, compartimos las mismas necesidades humanas y espirituales, como también estamos sujetos a las mismas fragilidades, límites y errores.
En los seminaristas, como en cada uno de nosotros, interactúan y coexisten dos aspectos que deben integrarse recíprocamente, los dones de la gracia y los rasgos de la naturaleza herida; el servicio que ustedes han de desempeñar es precisamente el unir ambas realidades en un camino de fe y maduración integral (cf. RFIS, 28).
Es necesario estar atentos, ya que su misión no es formar "súper hombres" que pretendan saber y controlar todo y ser autosuficientes, sino lo contrario, es formar hombres que con humildad sigan el proceso elegido por el Hijo de Dios, que es el camino de la encarnación.
Sí, en virtud de la Encarnación del Hijo de Dios encontramos en nuestro Maestro, Dios y hombre verdadero, no sólo ejemplos de humanidad renovada a imitar, sino también la posibilidad de entrar en comunión vital con Él, desde la cual nuestra existencia es sanada y elevada a una humanidad nueva. El Señor hace posible que lo imitemos y sigamos sus huellas, porque nos comunica el don de su gracia, que es capaz de transformar todo lo que somos: "alma, cuerpo y espíritu" (cf. 1Ts 5, 23), según su plan de plenitud para cada uno de nosotros.
La dimensión humana de la formación sacerdotal, por tanto, no es una mera escuela de virtudes, de crecimiento de la propia personalidad o de desarrollo personal, implica, principalmente, una maduración integral de la persona potenciada por la gracia de Dios que, aun suponiendo los condicionamientos biológicos, psicológicos y sociales de cada uno, es capaz de transformarlos y elevarlos, sobre todo cuando la persona y las comunidades se esfuerzan en colaborar con ella de modo transparente y veraz. En definitiva, las motivaciones vocacionales auténticas, esto es, el seguimiento del Señor y la instauración del Reino de Dios están a la base de un proceso que es a la vez humano y espiritual.
En este sentido, una de las tareas más relevantes en el proceso formativo de un sacerdote es la gradual lectura creyente de la propia historia. Esta visión providencial del propio camino es la materia principal del discernimiento personal y eclesial de la propia vocación. En efecto, cada seminarista, primero, y cada sacerdote después, con acentos y matices distintos debe ir actualizándola constantemente, especialmente en las coyunturas más significativas del propio camino sacerdotal (cf. RFIS, 59 y 69). El contraste con quienes lo acompañan en este proceso, tanto en el fuero interno como en el fuero externo, le permitirá vencer cualquier tentación de autoengaño subjetivista y abrirán la valoración a perspectivas muchos más amplias y objetivas.
Debemos ser conscientes también del impacto formativo que la vida y ministerio de los formadores tiene en los seminaristas. Los formadores educan con su vida, más que con sus palabras.
Por cierto, una sana maduración humana coherente con la consolidación de la propia vocación y misión, que incluye la normal superación de dificultades y períodos de crisis, permite al sacerdote formador renovar constantemente la base sobre la que se sustenta su configuración con Cristo, Siervo y Buen Pastor, y, además, le confieren la herramienta más eficaz para el ejercicio de su servicio en el Seminario, tanto con los candidatos en relación a su proceso de discernimiento, como respecto de los demás formadores del equipo formativo y los otros agentes de la formación. En efecto, la armonía humana y espiritual de los formadores, particularmente del Rector del Seminario, es una de las mediaciones más importantes en el acompañamiento formativo.
Uno de los indicadores de maduración humana y espiritual es el desarrollo y la consolidación de la capacidad de escucha y del arte del diálogo, que naturalmente están anclados en una vida de oración, donde el sacerdote cotidianamente entra en diálogo con el Señor, incluso en momentos de aridez o de confusión. Para el servicio que un presbítero presta a sus hermanas y hermanos, en particular para la labor de un formador, la disposición a escuchar y a empatizar con los demás más que un instrumento de evangelización, es precisamente el ambiente donde esta germina, florece y da frutos.
En síntesis, la vida del formador, su constante crecimiento humano y espiritual como discípulo-misionero de Cristo y como sacerdote, sostenido y promovido por la gracia de Dios, es sin duda el factor fundamental de que dispone para dar eficacia a su servicio a los seminaristas y a otros sacerdotes en su configuración con Cristo, Siervo y Buen Pastor. De hecho, su propia vida testifica aquello que sus palabras y gestos intentan trasmitir en el diálogo e interacción con sus interlocutores en la formación.
Queridos sacerdotes, soy consciente de que el servicio que prestan a la Iglesia no es simple y no pocas veces desafía la propia humanidad, porque el formador tiene un corazón cien por ciento humano y que no pocas veces puede sentir frustración, cansancio, rabia e impotencia, de ahí la importancia de recurrir cada día a Jesús, ponerse de rodillas y ante su presencia aprender de Él que es manso y humilde de corazón, de modo que poco a poco nuestro corazón aprenda a latir al ritmo del corazón del Maestro.
Las páginas del Evangelio, sobre todo aquellas que narran pinceladas de la vida de Jesús con sus discípulos, nos permiten ver cómo Jesús sabía hacerse presente y ausente, sabía el momento de corregir y el momento para elogiar, el momento de acompañar y la ocasión para enviar y dejar que los apóstoles afrontaran el reto misionero. Es en medio de estas que podríamos llamar "intervenciones formativas" de Cristo que Pedro, Andrés, Santiago, Juan y el resto de los llamados, se fueron convirtiendo en verdaderos discípulos y configurando su corazón, poco a poco, con el del Señor.
Hace un momento destacaba el rol formativo del Rector del Seminario respecto de sus hermanos del equipo formativo y en la corresponsabilidad de todos ellos en la propia formación sacerdotal. El Rector debe manifestar una preocupación constante por cada uno de los formadores, manteniendo un diálogo abierto y sincero respecto de su vida y servicio, sin descuidar de hacerse eco de aquellos aspectos más personales de los que muchas veces depende la superación de los problemas que pueden surgir al interno del equipo formativo. Tengan presente que los formadores son para el Rector del Seminario sus hermanos más próximos, hacia los cuales debe estar dirigido de modo privilegiado el ejercicio de la caridad pastoral.
Por otra parte, la formación sacerdotal tiene por medio privilegiado el acompañamiento formativo y espiritual de todos y cada uno de los formadores del Seminario respecto de todos y cada uno de los seminaristas, de modo de asegurar que ellos tengan una amplia y variada ayuda de parte de la comunidad de formadores, sin exclusivismos o particularismos, pudiendo ser apoyados por sacerdotes de diferentes edades y sensibilidades distintas, según las competencias específicas de cada uno de ellos, a fin de que cada futuro pastor pueda ir discerniendo y consolidando no sólo una genuina vocación al presbiterado, sino también el modo personal e irrepetible que el Señor ha trazado para que lo viva y ejerza.
Contribuyen con el acompañamiento formativo otras personas que ayudan a los seminaristas en su crecimiento humano y espiritual. Cabe señalar a los agentes responsables de las experiencias pastorales que desarrollan a lo largo de la formación inicial, de modo particular los párrocos, como así mismo los especialistas que son llamados a colaborar cuando es necesario (cf. RFIS, 145-147).
Queridos formadores, vuelvo a expresarles la gratitud de la Iglesia por dedicar su vida y ministerio a los futuros pastores, que serán sus hermanos en el Presbiterio y que, unidos y bajo la guía del Obispo, tirarán las redes del Evangelio como auténticos pescadores de hombres. Que María Santísima, Madre de los sacerdotes, los anime y cuide en su misión.
Buenas tardes y les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí. Muchas gracias.