" El Mesías que Juan anunció como Cordero, vendrá como Rey ", cantamos en la entrada de esta celebración. En la colecta (Gelasiano) pedimos al Señor que nos conceda a los que vivimos oprimidos por la antigua esclavitud del pecado, vernos definitivamente libres por el renovado misterio del Nacimiento de su Hijo.
-Jr 23, 5-8: Suscitaré a David un vástago legítimo. El profeta anuncia la venida de un gran Rey, descendiente de David. Es el Mesías prometido, que traerá al mundo la salvación. " El Señor nuestra Justicia " es como un doblaje de la expresión " el Señor con nosotros ", y equivale a Jesús: Dios salvador. Justicia es lo mismo que santidad.
El deseo de salir de las angustias presentes podría ser una forma de alienación, de evasión, de refugio psicológico, si aquellos días mesiánicos no fueran un ideal que hemos de alcanzar, un modelo que imitar; más aún, si aquellos días futuros no fuesen, en esta tensión, ya presentes.
En efecto, así como la vida eterna -de la que la era mesiánica es figura y con la que se confunde muchas veces proféticamente- está ya en parte vivida en el tiempo por anticipación, la espera no es refugio evasivo. En la espera tenemos ya una afirmación, una presencia. Se espera lo que ya se posee en parte, pero lo que se espera es algo que, en su inagotable riqueza, está aún por poseer, por buscar, por esperar. Sí, pero todavía no. Es decir: tenemos la realidad, pero no en su plenitud, que solo se puede alcanzar en la gloria futura.
Por eso pedimos en la liturgia de Adviento que el Salvador venga. Es el Dios fuerte. Fuerte en los prodigios que realiza, fuerte en el gobierno, en la conservación y en la propagación de la Iglesia. Fuerte en la redención y en la santificación de las almas, fuerte en su amor para con nosotros, indignos. Fuerte en su misericordia, fuerte en ayudarnos en todas nuestras necesidades:
" Oh Adonai, Dios fuerte, Dios omnipotente. Tú eres quien se apareció a Moisés en la zarza ardiente. Tú eres quien le dio la ley en el monte Sinaí. ¡Ven, alárganos tu mano y sálvanos ", cantamos hoy en la antífona para el Magníficat en Vísperas.
-En el Salmo 71, el nuevo David, que Dios promete a los que han sido deportados a Babilonia, es figura de Jesucristo. Supliquemos, pues, con este Salmo que venga el Reino definitivo de Cristo, el nuevo David. Él " librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector. Él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres. Bendito sea el Señor, Dios de Israel, el único que hace maravillas. Bendito por siempre su nombre glorioso, que su gloria llene la tierra. Amén, Amén... ¡Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente! ".
– Mt 1, 18-24: Jesús es el Hijo de Dios. Escribiendo la genealogía ascendente hasta Abrahán, San Mateo (Mt 1, 1-17) ha querido demostrar la verdadera humanidad de Jesús. Ahora bien, en el evangelio de hoy, se pone en claro el otro aspecto del Salvador: el de Hijo de Dios. Leemos en la Carta a Diogneto, carta muy antigua, hacia el año 200:
" Nadie pudo ver a Dios ni darle a conocer, sino Él mismo fue quien se reveló [en Jesucristo]. Y lo hizo mediante la fe, único medio de ver a Dios. Pues el Señor y Creador de todas las cosas, el que lo hizo todo y dispuso cada cosa en su propio orden, no solo amó a los hombres, sino que fue también paciente con ellos. Siempre fue, es y seguirá siendo benigno, bueno, incapaz de ira y veraz. Más aún, Él es el único bueno, y cuando concibió en su mente algo grande e inefable, lo comunicó únicamente con su Hijo " (Diogneto 8).
La figura de San José tal como aparece en el relato evangélico es elevada y dramática, esculpida con fe y humildad. No es que San José acepte venir a ser padre de Dios, no. Podría hacer eso con un desmedido orgullo o con una presuntuosa y falsa humildad. Lo que sí hace José es entregar toda su vida a Dios, seriamente, en una donación incondicional. Acepta ser conducido por Dios por caminos misteriosos; acepta recibir a su cuidado a la Virgen María, en toda su fragilidad femenina, que era verdadera, al igual que era verdadera la fragilidad infantil de Jesús niño. Para estas fragilidades poderosas, pero también débiles, José acepta hacer de escudo, con su debilidad de hombre ciertamente elegido por Dios, con altas gracias divinas y dones especiales.
San José acepta valientemente y con alegría cumplir la misión para la que el Señor le ha elegido. No cabe duda de que Dios le ha preparando especialísimamente, y que él siempre ha aceptado la voluntad de Dios, prestándose a colaborar en todo lo posible con la gracia divina. El Evangelio, dentro de su concisión, es muy explícito: José, " como era bueno ". ¡Cuántas renuncias suponen esas palabras! Tenemos necesidad de su ejemplo y de su intercesión en estos tiempos en los que los hombres, siguiendo sus propios planes, quedan extenuados, vacíos y sin alma.