29 de diciembre

" Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna " (Jn 3, 16). Con este canto de entrada comienza la Misa de hoy.

Y en la oración colecta (Gelasiano) pedimos a Dios todopoderoso, a quien nadie ha visto nunca y que ha disipado las tinieblas del mundo con la venida de Cristo, Luz verdadera, nos mire complacido, para que podamos cantar dignamente la gloria del nacimiento de su Hijo.

1Jn 2, 3-11: Quien ama a su hermano permanece en la luz. El cristianismo no es sólo algo negativo: no pecar, sino también vivir según la voluntad de Dios. Conocer a Cristo es vivir según su Voluntad. Son, pues, necesarias la fe y las obras (St 2, 14-26). Guardar la palabra de Dios es una respuesta amorosa al amor que Él nos tiene. El amor es superior al conocimiento y a la fe. Vivir el amor es imitar a Jesucristo, que es en realidad nuestra Ley, y amar como Él ha amado. Comenta San Agustín:

" "Quien dice que permanece en Cristo debe andar como Él anduvo" (1Jn 2, 6). ¿Y cuál es el camino por el que Cristo caminó? ¿Cuál es sino la caridad de la que dice el Apóstol: "os muestro un camino todavía más excelente" (1Co 12, 31)?. Si, pues, queremos imitar a Cristo, debemos correr por el mismo camino por el que Él se dignó andar, incluso cuando pendía de la cruz. Estaba clavado en la cruz y, corriendo por el camino de la caridad, rogaba por sus perseguidores. Finalmente, pronunció estas palabras: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34) Pidamos, pues, también nosotros esto mismo, sin cesar, en favor de todos nuestros enemigos, para que el Señor les conceda la corrección de sus costumbres y el perdón de sus pecados " (Sermón 167, A).

Y San Juan Crisóstomo:

" ¿Que razón tienes para no amar? ¿Que el otro correspondió a tus favores con injurias? ¿Que quiso derramar tu sangre en agradecimiento de tus beneficios? Pero, si amas por Cristo, ésas son razones que te han de mover a amar más aún. Porque lo que destruye las amistades del mundo, eso es lo que afianza la caridad de Cristo. ¿Cómo? Primero, porque ese ingrato es para ti causa de un premio mayor. Segundo, porque ése precisamente necesita más ayuda y un cuidado más intenso " (Hom. sobre San Mateo 60, 3).

– El Padre ha dado a Cristo en su Nacimiento " el trono de David ", para que reine sobre la casa de Jacob y su reino no tenga fin. La plenitud de los tiempos, el Reino eterno ya comenzado ya, y por eso cantamos con el Salmo 75: " Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra; cantad al Señor, bendecid su nombre. Proclamad día tras día su victoria. Contad a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones. El Señor ha hecho el cielo; honor y majestad lo preceden, fuerza y esplendor están en su templo. Alégrese el cielo, goce la tierra ".

En el establo, en el pesebre, debajo del velo de su pobreza, de su vida oscura, de su desamparo, de su debilidad infantil, el Señor es Rey. Dejémonos conquistar por Él y abracémonos con su pobreza, con su humildad, con su obediencia, con su debilidad. De este modo Él también reinará en nosotros.

Lc 2, 22-35: Jesús, María y José se someten a la ley judaica. La ley que ordenaba la presentación del primogénito al Señor y la purificación de la madre no afectaban ni a Jesucristo ni a la Virgen María, pero obedecieron. Jesús es ofrecido en el templo de manos de la Virgen María y de San José.

Inspirada por el Espíritu Santo, María conoce perfectamente el gran misterio que nos relata el Evangelio de hoy. Comprende el significado y el valor del sacrificio que Ella realiza. Identificada en absoluto con los sentimientos sacrificiales de su divino Hijo, María lo ofrece al Padre con la misma abnegación, con el mismo desprendimiento con que se ofrece el propio Jesús. Sacrifica generosamente con un total e incondicional fiat en sus labios y en su corazón lo que Ella más quiere y ama, su Todo. Lo hace en nombre y en representación nuestra y para nuestra salvación.

Estamos ante uno de los momentos más solemnes de la vida de la Virgen María, de la vida de la humanidad, de la vida de todos y de cada uno de nosotros. Es la primicia del Calvario. También comienza para Ella su sacrificio. Su alma será traspasada por la espada del dolor (Lc 2, 25). Se ofrece también Ella por nosotros, juntamente con su Hijo. Ya se vislumbra el día en que, a los pies de la cruz, completará con Jesús la oblación comenzada hoy en el templo. El fiat de la Anunciación tuvo muchos momentos de prolongación crucificada en su vida.