" Mirad al Señor que viene " (entrada: Jr 31, 10; Is 35, 4). Pedimos al Señor permanecer alertas a la venida de su Hijo, para que, cuando llegue y llame a la puerta, nos encuentre velando y cantando sus alabanzas (colecta, Gelasiano). Las oraciones de ofertorio y postcomunión son las mismas del Domingo anterior.
– Is 2, 1-5: El Señor congrega a todos los pueblos en su reino, para que gocen de una paz eterna. El profeta ve una marcha grandiosa de todos los pueblos hacia Jerusalén, hacia la Iglesia. Comenta San Agustín:
" Este monte fue una piedra pequeña que, al caer, llenó el mundo. Así lo describe Daniel. Acercáos al monte, subid a él, y quienes hayáis subido no descendáis. Allí estaréis seguros y protegidos. El monte que os sirve de refugio es Cristo " (Sermón 62, A 3, en Cartago hacia 399).
Sión es la colina que domina la ciudad de Jerusalén. En la visión profética, Isaías contempla esa colina en el momento de la intervención salvífica de Dios al final de los tiempos. Desde la Iglesia se difunde el conocimiento de Dios y su palabra, que ilumina a los hombres y les indica el camino que han de seguir para lograr su salvación.
Cuando en el ciclo A se ha leído el domingo la lectura anterior, este lunes puede leerse la siguiente:
– Is 4, 2-6: El Mesías será la gloria de los supervivientes de Israel. Se trata del resto de Israel que sobrevivió a las pruebas, tema muy querido del profeta. Luego nos refiere la presencia protectora de Dios sobre el monte Sión, prefiguración de la alegría eterna de los elegidos. Es bien clara la alusión del profeta al Mesías y a su obra redentora. Él será baldaquino y tabernáculo que cubrirá su gloria y ayudará a los elegidos. Germen y resto se convierten en títulos mesiánicos. Así como el primero designa a la persona del Mesías, el segundo designa a la comunidad de los fieles, destinados a formar parte del pueblo de Dios en los últimos tiempos. Hemos de celebrar, pues, el Adviento, período de salvación por excelencia, con la preocupación de la salvación de todos los hombres, nuestros hermanos. Hemos de vivificar y nutrir así eficazmente nuestras ansias misioneras.
– El Salmo 121 era un canto de los peregrinos que se acercaban a Jerusalén. Allí, en la ciudad, en el templo, el piadoso israelita se ponía en contacto con Dios. Jerusalén es imagen del reino escatológico, al que suben todas las gentes. Por eso, al saber que ese reino viene, nos alegramos también nosotros preparándonos a la solemnidad de Navidad, que es como una pregustación del reino futuro. ¡Qué alegría cuando nos dijeron: vamos a la casa del Señor, a la Iglesia, a la celebración litúrgica! Deseamos que todos los hombres vengan a celebrar con nosotros ese culto, para prepararnos a recibir la salvación que Cristo nos ofrece a todos con su venida.
– Mt 8, 5-11: ¿Quién soy yo para que entres en mi casa? San Agustín ha comentado unas cinco veces este pasaje evangélico. Una de ellas dice:
" Cuando se leyó el Evangelio, escuchamos la alabanza de nuestra fe, que se manifiesta en la humildad. Cuando Jesús prometió que iría a la casa del Centurión para curar a su criado, respondió aquel: "¡No soy digno!"... Y declarándose indigno, se hizo digno; digno de que Cristo entrase no en las paredes de su casa, sino en las de su corazón. Pero no lo hubiese dicho con tanta fe y humildad, si no llevase ya en el corazón a Aquel que temía entrase en su casa. En efecto, no sería gran dicha el que el Señor Jesús entrase en el interior de su casa, si no se hallase en su corazón " (Sermón 62, 1, en Cartago hacia el 399).
Y el mismo San Agustín:
" ¿Qué cosa pensáis alabó [Jesús] en la fe de este hombre? La humildad: "¡No soy digno!"... Eso alabó y, porque eso alabó, ésa fue la puerta por la que entró. La humildad del Centurión era la puerta para que el Señor entrase para poseer más plenamente a quien ya poseía " (Sermón 62,A,2).
La humildad es una de las virtudes más propias del Adviento, pues nada nos abre tanto como ella a la venida del Salvador. A ella nos exhorta San Bernardo:
" Mirad la grandeza del Señor que entra en el mundo, el Hijo del Altísimo... y hecho carne, es colocado en un pobre pesebre... Y amad la humildad, que es el fundamento y la guarda de todas las virtudes... Viendo a Dios tan empequeñecido ¿habrá algo más indigno que la pretensión del hombre de engrandecerse a sí mismo sobre la tierra? " (Sermón en Natividad del Señor 1, 1).