1ª semana de Adviento, martes

Al comienzo de esta celebración brilla ya la gran esperanza de que el Señor vendrá: " Vendrá el Señor y con Él todos sus Santos; aquel día brillará una gran luz " (Za 14, 5-7).

Colecta (del " Rótulus de Rávena "): pedimos al Señor que acoja favorablemente nuestras súplicas y nos ayude con su amor en nuestro desvalimiento; que la presencia de su Hijo, ya cercano, nos renueve y nos libre de caer en la antigua servidumbre del pecado. Comunión: el Juez justo premiará con la corona merecida a todos los que tienen amor a su venida.

Is 11, 1-10: Sobre él se posará el Espíritu del Señor. El tronco familiar de David parece ya seco. Pero Dios va a infundir en él nueva vida. Brota un retoño penetrado en plenitud del espíritu, germen de vida y salvación. Será un rey justo. Con Él se inaugura un orden nuevo, una nueva creación. Se renuevan la paz y la armonía del paraíso. El hombre recupera la ciencia del Señor que perdió al pretender ser como Dios. El Evangelio precisará que el conocimiento de Dios se concede de modo especial a los humildes. San Agustín comenta:

" Estas siete operaciones asocian al número siete el Espíritu Santo, quien al descender a nosotros empieza, en cierto modo, por la sabiduría y termina en el temor. Nosotros, en cambio, en nuestra ascensión comenzamos por el temor y alcanzamos la perfección con la sabiduría " (Sermón 248, 4, en Hipona, en la semana de Pascua).

Esta idea la repite el santo Doctor en varios Sermones.

" Por eso Isaías, para ejercitarnos en ciertos grados de doctrina, descendió desde la sabiduría hasta el temor, es decir, desde el lugar de la paz eterna hasta el valle del llanto temporal, para que, doliéndonos en la confesión de la penitencia, gimiendo y llorando, no permanezcamos en el dolor, el gemido y el llanto, sino que, ascendiendo desde este valle al monte espiritual, sobre el que está fundada la ciudad santa, Jerusalén, nuestra Madre, disfrutemos de la alegría inalterable... Así, pues, vayamos a la sabiduría desde el temor, dado que el principio de la sabiduría es el temor de Dios (cf. Sal 110, 10), vayamos desde el valle del llanto hasta el monte de la paz " (Sermón 347).

– El Salmo 71 expresa hoy en la liturgia que el Rey que esperamos hará justicia a los pobres y librará al que no tiene protector. Así, pedimos anhelantes que venga ya ese reino y que se extienda por toda la tierra:

" Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente. Regirá a su pueblo con justicia y a los humildes con rectitud. En sus días florecerá la justicia y la paz, dominará de mar a mar; del gran río al confín de la tierra... Librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector, se apiadará del pobre y del indigente y salvará la vida de los pobres ".

La liturgia exclama: " Perdona los pecado de tu pueblo y danos la salvación ". Este ardiente anhelo de la venida del Señor nos obliga a desechar de nosotros todo lo que pueda desagradarle a Él cuando llegue, todo lo que se oponga a su Espíritu, que es amor a la pequeñez, a la humillación, a la pobreza, al sacrificio, a la cruz.

Lc 10, 21-24: Jesús se llena de alegría bajo la acción del Espíritu Santo. La misericordia del Señor le ha elegido para acercarse con él a los pequeños, a los pobres. Los caminos de los hombres no son los caminos de Dios. El único camino para encontrarnos con Dios es la humildad, el reconocimiento de la gran verdad de nuestra indigencia: " Ha escondidos estas cosas a los sabios y a los entendidos y las ha revelado a la gente sencilla ". Comenta San Agustín:

" A los ridículos sabios y prudentes, a los arrogantes, en apariencia grandes y en realidad hinchados, opuso no los insipientes, no los imprudentes, sino los pequeños... ¡Oh, caminos del Señor! O no existía o estaba oculto para que se nos revelase a nosotros. ¿Y por qué exultaba el Señor? Porque el camino fue revelado a los pequeños. Debemos ser pequeños; pues si pretendemos ser grandes, como sabios y prudentes, no se nos revelará el camino " (Sermón 252; cf. 229, 248-250).

En el Adviento se nos repite muchas veces que preparemos el camino del Señor... Toda montaña y todo altozano serán allanados... Las sendas montañosas serán convertidas en ruta plana. Y toda carne contemplará la salvación de Dios (Cf. Lc 3, 4 ss).