" Tú, Señor, estás cerca y todos tus mandatos son estables. Hace tiempo comprendí tus preceptos, porque Tú existes desde siempre " (Sal 118, 151-152). En la oración colecta (Gelasiano), pedimos al Señor que despierte nuestros corazones y que los mueva a preparar los caminos de su Hijo; que su amor y su perdón apresuren la salvación que retardan nuestros pecados. Ansiamos la venida del Señor, pero nos vemos faltos de fuerza y de mérito. Solo en el Señor tenemos puesta nuestra confianza. Comunión: Para ello llevemos ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios (Tt 2, 12-13).
– Is 26, 1-6: " Que entre el pueblo justo, el que es fiel ". El pueblo canta la victoria de Yahvé, que ha hecho inexpugnable a su ciudad, a la Iglesia. En ella habita el pueblo justo, pacífico y fiel. Su fuerza y su poder es el mismo Dios, la Roca fuerte. Pero no podemos olvidar que la condición humana se ha hecho por el pecado inestable y precaria, y que el enemigo no deja de oprimirnos con sus insidias.
Mientras estamos, pues, en este mundo la lucha ha de ser constante. Por todas partes nos atacan para derribarnos: la tentación del bienestar, la manipulación de las opiniones mediante los medios de comunicación social, las ideologías masificadoras, el consumismo, el progreso técnico, en sí positivo y liberador... Todo esto llega a engendrar inseguridad, a hacer difícil experimentar un centro que unifique nuestra vida.
La respuesta bíblica es categórica. Solo Dios puede construir la ciudad, solo él puede ser el alcázar seguro, la Roca inexpugnable que vence todo lo que puede intentar destruirnos. Hemos de tener una fe viva, que ve y siente a Dios en todas las cosas y acontecimientos, que está plenamente convencida de su presencia, de su acción, de su santa voluntad, de su providencia, de su imperio, de su gobierno en el mundo. Hemos de abandonarnos totalmente en las manos de Dios, en la providencia divina. Hemos de tener un amor intenso, constante, dispuesto a todos los sacrificios, humillaciones, dolores y renunciamientos. Querer lo que Dios quiere y permite. Todo es para nuestro bien.
– Salmo 117: El Señor es ayuda de los débiles, quienes, fortalecidos con la ayuda de Dios, poseerán la ciudad fuerte de que trata la lectura anterior. Como el Rey vencedor, que leemos en este salmo, demos gracias al Señor por su protección constante, y confesemos que solo en él encontramos la salvación. Solo es bendito y llega a feliz término el que no confía en sus propias fuerzas, sino en el nombre del Señor, pues " mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres, mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los jefes... Señor, danos la salvación, Señor, danos prosperidad. El Señor es Dios: Él nos ilumina ". Así lo esperamos en vísperas de la solemnidad del Nacimiento del Señor.
– Mt 7, 21.24-27: El verdadero discípulo cumple la voluntad de Dios. El discípulo fiel del Señor escucha la palabra y la pone en práctica. Cristo nos guía para que realicemos la voluntad del Padre. No nos basta con decir: Señor, Señor, si no cumplimos la voluntad de Dios. Comenta San Agustín:
" Hermanos míos: Venís con entusiasmo a escuchar la palabra: no os engañéis a vosotros mismos, fallando a la hora de cumplir lo que escuchasteis. Pensad que si es hermoso escucharla, ¡cuánto más lo será llevarla a la práctica! Si no la escuchas, si no pones interés en escucharla, nada edificas. Pero, si la escuchas y no la llevas a la práctica, edificas una ruina [...] Quien la escucha y no la pone en práctica, edifica sobre arena; y edifica sobre la roca quien la escucha y la pone en práctica. Y quien ni siquiera la escucha, no edifica ni sobre la roca ni sobre la arena [...] Si no edificas te quedarás sin techo donde cobijarte... Por tanto, si malo es para ti edificar sobre arena, malo es también no edificar nada; solo queda como bueno edificar sobre la roca " (Sermón 79, 8-9, en Cartago, antes del 409).
El Dios-Fortaleza, llega a ser Dios-Roca, fundamento sobre el que nos toca a nosotros construir. La vida contemplativa y la vida activa son necesarias para todos y cada uno. Sin el fundamento -vida interior, alimentada por la Palabra de Dios- no se puede construir, lo mismo que una vida de piedad, sin la práctica efectiva de las virtudes, es estéril. Sin Dios, sin Cristo, nada podemos hacer. Cristo viene a enseñarnos a construir el edificio de nuestra santidad. Escuchémoslo en las celebraciones litúrgicas.