Entrada: " Aclamad al Señor tierra entera, tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria. Aleluya " (Sal 65, 1-2).
Colecta (compuesta con textos del Veronense, Gelasiano y Sacramentario de Bérgamo): " Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu; y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resurrección gloriosamente ".
Ofertorio (del Misal anterior, retocada con textos de los Sacramentarios Gelasiano y de Bérgamo): " Recibe, Señor, las ofrendas de su Iglesia exultante de gozo; y pues en la resurrección de su Hijo nos diste motivo para tanta alegría, concédenos participar de este gozo eterno ".
Comunión: Año A: " Los discípulos conocieron al Señor Jesús al partir el pan. Aleluya " (Lc 24, 35). Año B: " Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión de los pecados a todos los pueblos. Aleluya " (Lc 24, 46-47). Año C: " Jesús dice a sus discípulos: "Vamos, comed". Y tomó el pan y se lo dio. Aleluya " (Jn 21, 12-13).
Postcomunión (compuesta con textos del Veronense, Gelasiano y Sacramentario de Bérgamo): " Mira, Señor, con bondad a tu pueblo y, ya que has querido renovarlo con estos sacramentos de vida eterna, concédele también la resurrección gloriosa ".
La Iglesia en su liturgia nos sigue mostrando su gozo por la resurrección del Señor, como lo tuvo la primitiva comunidad cristiana, que tomó en serio todo el significado de esa resurrección. También nosotros hemos de corresponder con una fe profunda y vivificante.
– Hch 2, 14.22-28: No era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio. Pedro fue el primero en proclamar ante el mundo el hecho de la resurrección del Señor. Así lo hace hoy para nosotros en la primera lectura de este Domingo.
– Y lo corrobora con textos del Salmo 15, que utiliza como Salmo responso-rial: " Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua y mi carne descansa serena, porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me has ensanchado el sendero de la Vida. Me saciarás de gozo en tu presencia ". San Juan Crisóstomo comenta:
" ¡Admirad la armonía que reina entre los Apóstoles! ¡Cómo ceden a Pedro la carga de tomar la palabra en nombre de todos! Pedro eleva su voz y habla a la muchedumbre con intrépida confianza. Tal es el coraje del hombre instrumento del Espíritu Santo... Igual que un carbón encendido, lejos de perder su ardor al caer sobre un montón de paja, encuentra allí la ocasión de sacar su calor, así Pedro, en contacto con el Espíritu Santo que le anima, extiende a su alrededor el fuego que le devora " (Homilía sobre los Hechos 4).
– 1P 1, 17-21: Habéis sido redimidos con la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto. También es Pedro quien continúa emplazándonos a vivir en serio el Misterio de la Resurrección del Señor, como exigencia de vida nueva en cuantos hemos sido redimidos. Melitón de Sardes adora el Misterio de la Pascua de Cristo:
" Este es el Cordero que enmudecía y que fue inmolado; el mismo que nació de María, la hermosa Cordera; el mismo que fue arrebatado del rebaño, empujado a la muerte, inmolado al atardecer y sepultado por la noche; aquél que no fue quebrantado en el leño, ni se descompuso en la tierra; el mismo que resucitó de entre los muertos e hizo que el hombre surgiera desde lo más hondo del sepulcro " (Homilía sobre la Pascua 71).
– Lc 24, 13-35: Lo reconocieron al partir el pan. Como en Emaús, la presencia de Cristo rehace de nuevo la fe vacilante y desconcertada de cuantos aún no han alcanzado a vivir la alegría santificadora de la resurrección. San León Magno explica el profundo cambio que experimentan los discípulos, en sus mentes y corazones:
" Durante estos días, el Señor se juntó, como uno más, a los dos discípulos que iban de camino y les reprendió por su resistencia en creer, a ellos que estaban temerosos y turbados, para disipar en nosotros toda tiniebla de duda. Sus corazones, por Él iluminados, recibieron la llama de la fe y se convirtieron de tibios en ardientes, al abrirles el Señor el sentido de las Escrituras. En la fracción del pan, cuando estaban sentados con Él a la mesa, se abrieron también sus ojos, con lo cual tuvieron la dicha inmensa de poder contemplar su naturaleza glorificada " (Sermón 73).
Nuestro reencuentro con Cristo resucitado debe dar sentido evangélico a toda nuestra vida. En la medida en que seamos conscientes de nuestra unión responsable con Cristo, el Señor, estaremos en actitud de ser testigos de su obra redentora en medio de los hombres, con nuestras palabras, pero sobre todo con nuestra vida.
Centramos nuestra atención en Cristo muerto y resucitado. Los textos bíblicos y litúrgicos nos hablan de Él. Esto nos ayuda a tomar conciencia de los frutos de conversión santificadora que en nuestras vidas debió producir la Cuaresma. Esto es lo que nos ayuda a vivir la vida del Resucitado, una vida nueva de constante renovación espiritual. Esto no deben experimentarlo solamente los recién bautizados, sino también todos los demás, porque la renovación pascual ha de revivir en todos nosotros la responsabilidad de elegidos en Cristo y para Cristo por la santidad pascual.
– Hch 3, 13-15.17-19: Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Pedro inaugura la misión de la Iglesia, proclamando valientemente la necesidad de la conversión para responder al designio divino de salvarnos en Cristo Jesús, muerto y resucitado por nosotros. Comenta San Juan Crisóstomo:
" San Pedro les dice que la muerte de Cristo era consecuencia de la voluntad y decreto divinos. ¡Ved este incomprensible y profundo designio de Dios! No es uno, son todos los profetas a coro quienes habían anunciado este misterio. Pero, aunque los judíos habían sido, sin saberlo, la causa de la muerte de Jesús, esta muerte había sido determinada por la Sabiduría y la Voluntad de Dios, sirviéndose de la malicia de los judíos para el cumplimiento de sus designios. El Apóstol nos lo dice: "aunque los profetas hayan predicho esta muerte y vosotros la hayáis hecho por ignorancia, no penséis estar enteramente excusados". Pedro les dice en tono suave: "Arrepentíos y convertíos". ¿Con qué objeto? "Para que sean borrados vuestros pecados. No sólo vuestro asesinato en el cual interviene la ignorancia, sino todas las manchas de vuestra alma" " (Homilía sobre los Hechos 9).
– Con el Salmo 4 proclamamos: " Haz brillar sobre nosotros el resplandor de tu rostro. Escúchame cuando te invoco, Dios mío, tú que en el aprieto me diste anchura, ten piedad de mí y escucha mi oración. Sabedlo: El Señor hizo milagros en mi favor, y el Señor me escuchará cuando lo invoque. Hay muchos que dicen: "¿Quién nos hará ver la dicha, si la luz de tu rostro ha huido de nosotros". En paz me acuesto y enseguida me duermo, porque Tú sólo, Señor, me haces vivir tranquilo ".
– 1Jn 2, 1-5: Él es víctima de propiciación por nuestros pecados y por los del mundo entero. Si realmente el Misterio Pascual ha prendido en nuestra vida, lo evidenciará nuestra renuncia real al pecado y nuestra fidelidad amorosa a la Voluntad divina. Tal vez uno de los textos más expresivos y valioso de la mediación e intercesión de Cristo ante el Padre como Supremo Pontífice de nuestra fe lo encontremos en los escritos de Santa Gertrudis:
" Vio la santa que el Hijo de Dios decía ante el Padre: "¡Oh, Padre mío, único y coeterno y consustancial Hijo! Conozco en mi insondable Sabiduría toda la extensión de la flaqueza humana mucho mejor que esta misma criatura y que toda otra cualquiera. Por eso me compadezco de mil maneras de esa flaqueza. En mi deseo de remediarla, os ofrezco, santísimo Padre mío, la abstinencia de mi sagrada boca para reparar con ella las palabras inútiles que ha dicho esta elegida"... " [Y así va enumerando diversos ofrecimientos y reparación y sigue:] "Finalmente, ofrezco, Padre amantísimo a Vuestra Majestad mi deífico Corazón por todos los pecados que ella hubiere cometido" " (Legatus IV,17).
– Lc 24, 35-48: Así estaba escrito: El Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día. La realidad de Cristo crucificado compromete a toda la Iglesia en la misión de proclamar la necesidad de la conversión a Cristo y a su Evangelio, para que los hombres puedan alcanzar su salvación. Oigamos a San Ignacio de Antioquía:
" Pues yo sé y creo que después de su resurrección Él existe en la carne. Y cuando vino a los que estaban alrededor de Pedro, les dijo: "Tomad y tocadme y ved que no soy un fantasma incorpóreo" (Lc 24, 39). Y seguidamente lo tocaron y creyeron, fundiéndose con su cuerpo y con su espíritu. Por ello despreciaron la muerte y estuvieron por encima de la muerte. Después de la resurrección comió y bebió con ellos como carnal, aunque espiritualmente estaba unido al Padre " (Carta a los de Esmirna 3, 1-3).
En la celebración del cincuentenario pascual hemos de recobrar nuestra conciencia de miembros vivos de la Iglesia, como comunidad de testigos responsables de la Resurrección y de la obra salvadora de Cristo en medio del mundo. La liturgia de estos domingo nos ofrece como tema de meditación el Misterio de la Iglesia, prolongación del Misterio de Cristo, en el que hemos sido injertados por el bautismo.
– Hch 5, 27-32. 40-41: Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo. Históricamente la Iglesia comenzó a existir como una pequeña comunidad de testigos de Cristo, dispuestos a obedecer a Dios antes que a los hombres. Comenta San Juan Crisóstomo:
" Dios ha permitido que los Apóstoles fueran llevados a juicio para que sus perseguidores fueran instruidos, si lo deseaban... Los Apóstoles no se irritan ante los jueces, sino que les ruegan compasivamente, vierten lágrimas y sólo buscan el modo de librarlos del error y de la cólera divina. Están convencidos de que no hay peligro para quienes temen a Dios, sino para quienes no le temen y de que es peor cometer injusticia que padecerla " (Homilía sobre los Hechos 13).
Y más adelante dice:
" Es verdad que Jeremías fue también azotado a causa de la Palabra de Dios y que Elías y otros profetas se vieron amenazados, pero aquí los Apóstoles, como antes por los milagros, manifestaron el poder de Dios. No se dice que no sufrieron, sino que el sufrimiento les causó alegría. Lo podemos ver por la libertad que acto seguido usaron: inmediatamente después de la flagelación se entregaron a la predicación con admirable ardor " (Ibid. 14).
– Con el Salmo 29 decimos: " Te ensalzaré, Señor, porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí. Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. Tañed para el Señor, fieles suyos, dad gracias a su nombre santo; su cólera dura por un instante, su bondad de por vida. Escucha, Señor y ten piedad de mí, Señor, socórreme. Cambiaste mi luto en danzas, Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre ".
– Ap 5, 11-14: Digno es el Cordero degollado de recibir el poder y la alabanza. Cristo, Cordero degollado en la Pasión, ha quedado constituido, por la Resurrección, en Señor de la historia. La Iglesia es el signo y el testigo de su obra entre los hombres. La escena que nos describe San Juan es de una grandeza admirable. Cristo, el Cordero que ha sido degollado, recibe juntamente con el Libro, el homenaje y el dominio de toda la creación.
Es muy significativo que la alabanza de toda la creación vaya dirigida a Dios y al Cordero indivisiblemente unidos. San Juan junta las criaturas materiales con los ángeles en la glorificación del Cordero redentor, a quien atribuyen la bendición, el honor, la gloria y el imperio por los siglos. En esta doxología de cuatro términos, que toda la creación dirige a Dios y al Cordero, se descubre una clara alusión a las cuatro partes del universo: cielo, tierra, mar y abismo, o las cuatros regiones del mundo: norte, sur, este y oeste. Asociémonos nosotros a esa alabanza con toda nuestra vida.
– Jn 21, 1-19: Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio; lo mismo el pescado. Pedro sigue siendo el primer responsable del Amor y de la presencia viva de Cristo en su Iglesia y entre los hombres. Sobre esta piedra ha edificado el Señor su Iglesia. Comenta San Agustín este milagro hecho por Cristo resucitado:
" Los discípulos se marcharon a pescar y en toda la noche no cogieron nada. Pero el Señor se les apareció de mañana en la orilla y les preguntó si tenían algo que comer, ellos le contestaron que no. Entonces les dijo: "Echad las redes a la derecha y encontraréis" (Jn 21, 6). Ved cuánto les otorgó gratuitamente el que aparentemente había venido a comprar, les dio el producto del mar, creado por Él. ¡Gran milagro sin duda! Echaron las redes al instante, y captaron tal cantidad de peces que, debido a su número, no podían sacar las redes. Pero, si consideramos quién es el autor de ese milagro, deja de causar admiración, pues había hecho ya otros mayores. Pues para quien con anterioridad había resucitado muertos, no era gran cosa el haber hecho que se pescaran aquellos peces " (Sermón 252, 1).