Entrada: " Con tu sangre, Señor, has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; has hecho de ellos una dinastía sacerdotal que sirva a Dios. Aleluya " (Ap 5, 9-10)
Colecta (tomada del Misal Gótico): " Señor Dios, origen de nuestra libertad y de nuestra salvación, escucha las súplicas de quienes te invocamos; y puesto que nos has salvado por la sangre de tu Hijo, haz que vivamos siempre de Ti y en Ti encontremos la felicidad eterna ".
Ofertorio: " Acoge, Señor, con bondad las ofrendas de tu pueblo, para que, bajo tu protección, no pierda ninguno de tus bienes y descubra los que permanecen para siempre ".
Comunión: " Cristo Nuestro Señor Jesús fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra santificación. Aleluya " (Rm 4, 25).
Postcomunión: " Dios Todopoderoso, no ceses de proteger con amor a los que has salvado, para que así, quienes hemos sido redimidos por la Pasión de tu Hijo, podamos alegrarnos en su resurrección ".
– Hch 13, 26-33: Dios ha cumplido la promesa resucitando a Jesús. San Pablo evoca en Antioquía de Pisidia, la condena a muerte de Jesús en Jerusalén y la subsiguiente resurrección de la que fueron testigos los Apóstoles. Así se han cumplido las promesas hechas por Dios y las profecías. El plan salvífico se lleva a cabo mediante el cumplimiento de las Escrituras. Constantemente se están cumpliendo en nosotros el plan salvífico de Dios, sobre todo con la celebración eucarística. De este modo hemos de ser continuadores de los Apóstoles en la proclamación de este mensaje de salvación.
San Juan Crisóstomo llama a las Sagradas Escrituras " cartas enviadas por Dios a los hombres " (Homilía sobre el Génesis, 2).
San Jerónimo exhortaba a un amigo suyo con esta recomendación:
" Lea con mucha frecuencia las divinas Escrituras; es más, nunca abandones la lectura sagrada " (Carta 52).
La Iglesia lee en la celebración de la Eucaristía las Escrituras Sagradas tanto del Antiguo cuanto del Nuevo Testamento. Allí encontramos las promesas, las profecías y su realización en Cristo Jesús, como Él mismo lo dijo a sus discípulos y luego estos lo tuvieron presente en la proclamación del mensaje salvífico.
– El Salmo 2 se refiere a la entronización de un rey de la dinastía davídica. Es un Salmo mesiánico. La Iglesia lo ha referido a Cristo. En Él se cumplen las promesas de Dios y las profecías, sobre todo con su resurrección. Con este sentido lo cantamos nosotros: " Yo mismo he establecido a mi rey, en Sión, mi monte santo. Voy a proclamar el decreto del Señor. Él me ha dicho: "Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. Pídemelo: Te daré en herencia las naciones, en posesión los confines de la tierra. Los gobernarás con cetro de hierro, los quebrarás como jarro de loza". Y ahora, reyes, sed sensatos, escarmentad los que regís la tierra. Servid al Señor con temor ".
– Jn 14, 1-6: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Mientras Jesús está ausente, los discípulos han de defenderse de la turbación y afirmar su fe en Dios y en Él mismo, puesto que llegará un día en que volverá el Señor a colocarlos junto a Sí en la vida bienaventurada. Cuando Jesús responde a Tomás, se da a conocer como Camino, Verdad y Vida. Comenta San Agustín:
" Si lo amas, vete detrás de Él. Lo amo, contestas, ¿por qué camino seguirlo? Si el Señor Dios tuyo te hubiera dicho: "Yo soy la Verdad y la Vida", tu deseo de la Verdad y tu amor a la Vida te llevarían ciertamente a la búsqueda del camino que te pudiera conducir a ellas y te dirías a ti mismo: "Magnífica cosa es la Verdad y magnífica cosa es la Vida, si existiera el camino de llegar a ellas mi alma". ¿Buscas el camino? Oye lo primero que te dice: "Yo soy el Camino"... Dice primero por dónde has de ir y luego adónde has de ir. En el Señor del Padre está la Verdad y la Vida; vestido de nuestra carne es el Camino " (Tratado 34, 9 sobre el Evangelio de San Juan).