Entrada: " Con alegría y regocijo demos gloria a Dios, porque el Señor ha establecido su reinado. Aleluya " (Ap 19, 7.6).
Colecta (del Gelasiano): " Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu; y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resucitar gloriosamente ".
Ofertorio: " Concédenos, Señor, darte gracias siempre por medio de estos misterios pascuales; y ya que continúan en nosotros la obra de tu redención, sean también fuente de gozo incesante ".
Comunión: " Cristo tenía que padecer y resucitar de entre los muertos, para entrar en su gloria. Aleluya. (cf. Lc 24, 46.26).
Postcomunión: " Escucha, Señor, nuestras oraciones, para que este santo intercambio, en el que has querido realizar nuestra redención, nos sostenga durante la vida presente y nos dé las alegrías eternas ".
– Hch 16, 22-34: Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia. Pablo y Silas, víctimas de un tumulto, son aprisionados y más tarde liberados de modo milagroso. El carcelero, desesperado, es salvado por Pablo y Silas: abraza la fe en el Señor Jesús y recibe el bautismo junto con toda su familia. La experiencia salvífica es fuente de gozo y de alegría familiar celebrada en torno a la mesa; así también la salvación experimentada en la celebración eucarística tiene que manifestarse en una vida personal alegre y que esa alegría sea irradiada alrededor. Comenta San Juan Crisóstomo:
" Ved al carcelero venerar a los Apóstoles. Les abrió su corazón, al ver las puertas de la prisión abiertas. Les alumbra con su antorcha, pero es otra la luz que ilumina su alma... Después les lavó las heridas y su alma fue purificada de las inmundicias del pecado. Al ofrecerles un alimento, recibe a cambio el alimento celeste... Su docilidad prueba que creyó sinceramente que todas las faltas le habían sido perdonadas " (Homilía sobre los Hechos, 36).
– Justo es que demos gracias a Dios por la salvación recibida. Salvación corporal de los apóstoles; salvación espiritual del carcelero y en su familia. También nosotros somos salvados. Y los hacemos con el Salmo 137: " Te doy gracias, Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para Ti. Me postraré hacia tu santuario. Daré gracias a tu nombre: Por tu misericordia y lealtad, porque tu promesa supera a tu fama. Cuando te invoqué me escuchaste; acreciste el valor en mi alma. El Señor completará sus favores conmigo: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos ".
– Jn 16, 5-11: Si no me voy no vendrá a vosotros el Paráclito. La marcha de Jesús provoca la tristeza de sus discípulos. Mas es necesario que venga el Paráclito, el Defensor, el Espíritu de la Verdad y les ayude en sus tareas apostólicas. Así lo explica San Agustín:
" Veía la tormenta que aquellas palabras suyas iban a levantar en sus corazones, porque, careciendo aún del espiritual consuelo del Espíritu Santo, tenían miedo a perder la presencia corporal de Cristo y, como sabían que Cristo decía la verdad, no podían dudar de que le perderían, y por eso se entristecían sus afectos humanos al verse privados de su presencia carnal. Bien conocía Él lo que les era más conveniente, porque era mucho mejor la visión interior con la que les había de consolar el Espíritu Santo, no trayendo un cuerpo visible a los ojos humanos, sino infundiéndose Él mismo en el pecho de los creyentes...
" Os conviene que esta forma de sierpe se separe de vosotros: como Verbo hecho carne, vivo entre vosotros, pero no quiero que continuéis amándome con un amor carnal... Si no os quitare los tiernos manjares con que os he alimentado no apeteceréis los sólidos... No podéis tener el Espíritu de Cristo mientras persistáis en conocer a Cristo según la carne... Después de la partida de Cristo, no solamente el Espíritu Santo, sino también el Padre y el Hijo estuvieron en ellos espiritualmente... " (Tratado 94, 4 sobre el Evangelio de San Juan).