Entrada: Señor, Tú has sido nuestro refugio de generación en generación. Desde siempre y por siempre Tú eres Dios (Sal 89, 1-2).
Colecta (del misal anterior, y antes del Gregoriano): Señor, mira con amor a tu familia, y a los que moderan su cuerpo con la penitencia, aviva en su espíritu el deseo de poseerte.
Comunión: Escúchame cuando te invoco, Dios, defensor mío; Tú, que en el aprieto me diste anchura, ten piedad de mí y escucha mi oración (Sal 4, 2).
Postcomunión: Que esta Eucaristía nos ayude, Señor, a vencer nuestro apego a los bienes de la tierra y a desear los bienes del Cielo.
– Is 55, 10-11: Mi palabra no volverá a Mí vacía, sino que hará mi voluntad. Hemos de recibir la palabra de Dios con generosidad y colaborar con ella para que dé fruto abundante de santidad en nosotros y en los demás. Vino, primero por los profetas, luego por el Bautista y, finalmente, por el mismo Cristo: "Muchas veces y en muchas ocasiones habló Dios a nuestros Padres por ministerio de los profetas, últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo": (Hb 1, 1). Así comenta San Asterio, obispo de Amasea:
"Si pensáis emular a Dios, puesto que habéis sido creados a su imagen, imitad su ejemplo. Vosotros, que sois cristianos, que con vuestro mismo nombre estáis proclamando la bondad, imitad la caridad de Cristo...
"Pensad en los tesoros de su benignidad, pues habiendo de venir como hombre a los hombres, envió previamente a Juan como heraldo y ejemplo de penitencia y, por delante de Juan, envió a todos los profetas, para que indujeran a los hombres a convertirse, a volver al buen camino y a vivir una vida fecunda.
"Luego se presentó Él mismo y clamaba con su propia voz: "Venid a Mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré". ¿Y cómo acogió a los que escucharon su voz? Les concedió un pronto perdón de sus pecados, y los libró en un instante de sus ansiedades. La palabra los hizo santos, el Espíritu los confirmó, el hombre viejo quedó sepultado en el agua, el hombre nuevo floreció por la gracia. ¿Y qué ocurrió a continuación? El que había sido enemigo se convirtió en amigo, el extraño resultó ser hijo, el profano vino a ser sagrado y piadoso" (Homilía 13).
En este tiempo cuaresmal hemos de leer con más frecuencia la Sagrada Escritura y escuchar en los sermones y pláticas el mensaje de Dios a nuestra alma y ponerlo en práctica. Así la Palabra de Dios no volverá a Él vacía.
– Con el Salmo 33 invocamos al Señor en nuestra pobreza y angustia, pues Él es siempre rico y generoso para los que lo invocan con fe: "Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor y me respondió, me libró de todas mis ansias. Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostros no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo salva de sus angustias. Los ojos del Señor miran a los justos, sus oídos escuchan sus gritos; pero el Señor se enfrenta con los malhechores para borrar de la tierra su memoria. Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias; el Señor está cerca de los abatidos".
– Mt 6, 7-15: Vosotros rezad así. La oración ocupa un puesto privilegiado en la Cuaresma. Tenemos necesidad de orar. El Señor nos dio ejemplos de oración y nos enseñó el modo de hacerlo. Pasaba las noches en oración, nos dice el Evangelio. Oigamos a San Cipriano:
"Los preceptos evangélicos, queridos hermanos, no son otra cosa que las enseñanzas divinas, fundamentos que edifican la esperanza, cimientos que corroboran la fe, alimentos del corazón, garantía para la obtención de la salvación: ellos instruyen en la tierra a las mentes dóciles de los creyentes y los conducen a los reinos celestiales...
"El Hijo de Dios, entre todos los demás saludables consejos y divinos preceptos con los que orientó a su pueblo para la salvación, le enseñó también la manera de orar, y, a su vez, Él mismo nos instruyó y aconsejó sobre lo que teníamos que pedir. El que nos dio la vida nos enseñó también a orar, con la misma benignidad con la que da y otorga todo lo demás, para que fuésemos escuchados con más facilidad, al dirigirnos al Padre con la misma oración que el Hijo nos enseñó.
"...¿pues qué oración más espiritual puede haber que la que nos fue dada por Cristo, por quien nos fue enviado también el Espíritu Santo, y qué plegaria más verdadera ante el Padre que la que brotó de los labios del Hijo, que es la Verdad?... Oremos, pues, hermanos queridos, como Dios, nuestro Maestro, nos enseñó. A Dios le resulta amiga y familiar la oración que se le dirige con sus mismas palabras, la misma oración de Cristo, que llega a sus oídos" (Tratado sobre el Padrenuestro 1-3).