Entrada: " A Ti, Señor, me acojo, no quede yo nunca defraudado; sácame de la red que me han tendido, porque tú eres mi amparo " (Sal 30, 2.5).
Colecta (del misal anterior y, antes, del Gregoriano y Gelasiano): " Concédenos, Dios Todopoderoso, que, purificados por la penitencia cuaresmal, lleguemos a las fiestas de Pascua con perfecto espíritu de conversión ".
Comunión: " Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados " (1Jn 4, 10).
Postcomunión: " Señor, después de recibir la prenda de la eterna salvación, haz que, de tal modo la deseemos y busquemos, que podamos conseguirla por tu mi-sericordia ".
– Gn 37, 3-4.12-13.17-28: ¡Ahí viene el soñador! ¡Venid, matémosle! El episodio de José es figura de Cristo, rechazado por los hombres y glorificado por Dios. La esclavitud a la que fue entregado José por sus hermanos es condenada con estas palabras de San Gregorio Ni-seno:
" Ahora bien, el que se apropia lo que es de Dios, atribuyendo a su linaje tal poder que se tenga a sí mismo por dueño de los hombres y mujeres, ¿qué otra cosa hace que traspasar por la soberbia de la Naturaleza, mirándose a sí mismo como cosa distinta de aquellos sobre los que manda? He poseído esclavos y esclavas. Condenas a servidumbre al hombre cuya naturaleza es libre e independiente, y te opones a la ley de Dios, trastornando la ley que Él estableció sobre la naturaleza.
" Y es así que el que fue creado para ser dueño de la tierra, y destinado por su Hacedor para mandar, a ése lo metes tú bajo el yugo de la servidumbre, como si quisieras contravenir e impugnar la ordenación de Dios. Tú has olvidado cuáles son los límites de tu autoridad, que no se extienden más allá del dominio de los irracionales. Imperen, dice la Escritura, sobre los volátiles, sobre los peces y los cuadrúpedos (Gn 1, 26)... Pues, si Dios no esclaviza al libre, ¿quién osará poner su propio poder por encima del poder de Dios? " (Homilía 4, sobre el Eclesiastés).
Además, la acción de los hermanos de José tuvo mayor maldad aún, pues eran hermanos y obraron por envidia, para eliminarlo, después de haber pretendido ase-sinarlo.
– El Salmo 104 es un canto a la bondad de los planes de Dios: José, liberado de la esclavitud, se convierte en su día en salvador de su pueblo. El cumplimiento ine-xorable de la voluntad de Dios no resta culpa a la perversidad de sus hermanos.
El Señor actuó conduciendo la historia y lo hace hoy también, a pesar de los pecados de los hombres: " Llamó al hambre sobre aquella tierra: cortando el sustento de pan; por delante había enviado a un hombre, a José, vendido como esclavo. Le trabaron los pies con grillos, le metieron al cuello la argolla, hasta que se cumplió su predicción y la palabra del Señor lo acreditó. El rey lo mandó desatar, el Señor de pueblos le abrió la prisión, lo nombró administrador de su casa, señor de todas sus posesiones ".
– Mt 21, 33-43.45-46: Este es el heredero. Venid, matémosle. La parábola de los viñadores, encierra la predicción de la pasión y muerte de Cristo. Después de haber enviado a mensajeros, como los profetas, que fueron aniquilados, envió a su propio Hijo, al que también mataron. La parábola es también fundamento de la vocación del pueblo gentil al reino de Dios. San Agustín así lo explica:
" Se plantó la viña, es decir, la ley dada en los corazones de los judíos. Fueron enviados los profetas a buscar el fruto, o sea, la rectitud de vida. Estos profetas recibieron afrentas y hasta la muerte. Fue enviado también Cristo, el Hijo único del Padre de familia; y no solo dieron muerte al heredero, sino que también, por ello, perdieron la heredad. Su perversa decisión les produjo el efecto contrario. Para poseerla le dieron muerte, y por haberle dado muerte, la perdieron " (Sermón 87, 3).
Nuestro Señor toma sobre sí nuestros pecados, los expía y suplica desde la cruz, con lágrimas de sangre, para nosotros y en nuestro lugar, el perdón y la gracia.
Merecemos el castigo de Dios por no haber recibido generosamente sus dones y por no habernos comportado como lo exige la vocación a la que hemos sido llamados, por nuestros pecados y nuestras iniquidades. Supliquemos al Señor que aparte su ira y su furor de nosotros. ¡Cuántos pecados, cuántas iniquidades se cometen diariamente en el mundo! ¿Qué sería de todos nosotros si el Señor no fuera nuestro Redentor y Salvador?