Entrada: " Yo soy la salvación del pueblo -dice el Señor-. Cuando me llamen desde el peligro, yo les escucharé y seré para siempre su Señor ".
Colecta (del Gregoriano): " Te pedimos humildemente, que a medida que se acerca la fiesta de nuestra salvación, vaya creciendo en intensidad nuestra entrega, para celebrar dignamente el misterio pascual ".
Comunión: " Tú promulgas tus decretos para que se observen exactamente; ojalá esté firme mi camino para cumplir tus consignas ".
Postcomunión: " Presta benigno tu ayuda, Señór, a quienes alimentas con tus sacramentos, para que consigamos tu salvación en la celebración de estos misterios y en la vida cotidiana ".
– Jr 7, 23-28: Aquí está la gente que no escuchó la voz del Señor, su Dios. El profeta Jeremías clama contra la incredulidad de sus contemporáneos. No escuchan la voz de Dios que desea realizar plenamente la alianza entre Él y su pueblo. La actuación del profeta será, una vez más, inútil. Por eso, la ruina de la nación es inminente y, por la bondad de Dios, se salvará un resto que permanece fiel. Es un adelanto de lo que sucederá con la venida del Verbo encarnado. Y, ¿solamente en aquel tiempo? ¡Cuánta infidelidad también en nuestros días en muchos que son y se llaman cristianos, pero que actúan como paganos!
Este tiempo litúrgico es muy adecuado para reflexionar y corregir las infidelidades con respecto a Dios y a su mensaje de salvación. Allí donde vive y obra el verdadero espíritu de Cuaresma, afluye al alma, a raudales, la vida divina de la gracia, de las virtudes y de las buenas obras.
El cristiano se convierte en coedificador del Reino de Dios, en piedra viva, que ayuda a levantar todo el edificio: primero en su propia persona y después junto con sus semejantes. Su práctica cuaresmal aprovecha a todos, derramando sobre ellos luz, gracia, arrepentimiento. Con su ejemplo, su oración y sus méritos colabora en la salvación y santificación de sus hermanos. ¡Qué responsabilidad, pues, la nuestra si no aprovechamos este tiempo de gracia, que es la Cuaresma! ¡Qué perjuicio para nosotros mismos y para los demás! No podemos ser indiferentes a la salvación de los hombres, que son hermanos nuestros.
– El gran pecado de Israel fue cerrar sus oídos a la palabra del Señor. También este peligro nos acecha a nosotros. Por eso el Salmo 90 nos advierte: " Ojalá escuchéis hoy su voz; no endurezcáis vuestro corazón. Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva; entremos a su presencia dándole gracias, vitoreándolo al son de instrumentos. Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, Creador nuestro. Porque Él es nuestro Dios y nosotros su pueblo, el rebaño que Él guía. No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto, cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras ".
– Lc 11, 14-23: El que no está conmigo está contra Mí. Lo mismo que en tiempos de Jeremías, la incredulidad y la infidelidad fue el signo de los contemporáneos de Jesús. Su ejemplo, su palabra, sus milagros son manifestaciones palpables del origen divino de su ser. Pero el corazón de aquellos hombres estuvo endurecido y lo consideraron aliado del demonio. ¡Qué perversidad y qué gran misterio! ¿Y nosotros? San Gregorio Magno dice:
" Volvimos la espalda ante el rostro de Aquel cuyas palabras despreciamos, cuyos preceptos conculcamos; pero aun estando a nuestra espalda nos vuelve a llamar Él, que se ve despreciado y clama por medio de sus preceptos y nos espera con paciencia " (Hom. sobre los Evangelios 16).
¡Unidos siempre a Cristo! En Él encontramos nuestra salvación. Digamos con San Gregorio Nacianceno:
" Quédate con nosotros, porque nos rodean en el alma las tinieblas y solo Tú, oh Cristo, eres la Luz. Tú puedes calmar nuestra ansia que nos consume " (Carta 212).
Oremos intensamente. Hagamos penitencia en este tiempo de preparación para la Pascua, a fin de que nos renovemos en Cristo Jesús. Comenta San Ambrosio:
" Todo reino dividido será desolado. El porqué de esta afirmación es el mostrar que su reino es indivisible y perpetuo, puesto que se le acusaba de echar los demonios en nombre de Beelzebú, príncipe de los demonios... Aquellos, pues, que no ponen en Cristo su esperanza, sino que creen que los demonios son arrojados en nombre del príncipe de los demonios, niegan ser súbditos de un reino eterno " (Comentario a San Lucas VII, 91).