Entrada: " Sedientos, acudid por agua -dice el Señor- venid los que no tenéis dinero y bebed con alegría " (cf. Is 55, 1).
Colecta (del Veronense, Gelasiano y Sermón 47 de San León Magno): " Te pedimos, Señor, que las prácticas santas de esta Cuaresma dispongan el corazón de tus fieles para celebrar dignamente el misterio pascual y anunciar a todos los hombres la grandeza de tu salvación ".
Comunión: " El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas " (Sal 22, 1-2).
Postcomunión: " Purifícanos, Señor, y renuévanos de tal modo con tus santos sacramentos que también nuestro cuerpo encuentre en ellos fuerzas para la vida pre-sente y el germen de su vida inmortal ".
– Ez 47, 1-9.12: Por debajo del umbral del templo manaba agua e iba bajando; a cuantos toquen este agua los salvará. Es una prefiguración del agua que salió del costado de Cristo en la Cruz por la lanzada del soldado, como símbolo del Espíritu Santo que brota del Resucitado, y también del agua purificadora del bautismo.
Este pasaje es muy importante para San Juan (Jn 7, 37; Jn 21, 8-11; Jn 19, 34; Ap 21, 22-32). Cristo resucitado, en efecto, es el centro del culto de la nueva humanidad. Su santidad es de tal naturaleza que justifica a todos los hombres que participan en ella; su victoria sobre el pecado y la muerte está a punto de hacerse tan definitiva que cualquier hombre puede estar seguro de resucitar a la vida de la gracia y de haber sido justificado de su pecado.
Nosotros estamos bautizados, somos hijos de Dios, herederos del cielo. Seamos fieles a nuestro bautismo, para que podamos oir un día estas palabras: " Venid, benditos de mi Padre, a poseer el reino que os está preparado desde el comienzo del mundo " (Mt 25, 34).
– El profeta Ezequiel nos ha hablado de aguas salvíficas, de las acequias que corren alegrando la ciudad de Dios, que simbolizan a las aguas bautismales que, limpiándonos del pecado, nos han dado la alegría de la salvación. El agua que corre es signo de la especial protección de Dios en el Antiguo Testamento, en el Nuevo y en la vida de la Iglesia.
El Salmo 45 reconoce esta predilección y cuidado: " Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, poderoso defensor en el peligro. Por eso no tememos aunque tiemble la tierra y los montes se desplomen en el mar. El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su morada. Teniendo a Dios en medio no va-cila, Dios la socorre al despuntar la aurora. El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Ja-cob. Venid a ver las obras del Señor, las maravillas que hace en la tierra ".
– Jn 5, 1-3. 5-16: Al momento el hombre quedó sano. Jesús cura en Jerusalén a un paralítico en sábado. Controversia entre los judíos. En el sábado se puede hacer el bien, aunque aquellos contemporáneos de Jesús no lo consideraron así. Además, Dios está por encima del sábado y Cristo es Dios. Comenta San Agus-tín:
" No debe nadie extrañarse de que Dios haga milagros; lo extraño sería que los hiciera el hombre. Más gozo y admiración nos debe producir el haberse hecho hombre Nuestro Señor Jesucristo que las obras divinas que, como Dios, hizo entre los hombres. Y más valor tiene el haber curado los vicios de las almas que curar las enfermedades del cuerpo.
" Pero el alma no conocía quien era el que la había de curar, porque tenía los ojos de la carne para ver los hechos corporales, pero no los ojos de un corazón limpio para ver a Dios que en ellos estaba. El Señor realiza obras que ella podía ver para curar aquello por lo que no podía ver. Entró en un lugar donde yacía una gran multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos... y curó a uno solo, cuando podía curar a todos con una sola palabra... Este enfermo que Él sana simboliza al hombre que abraza la fe, cuyos pecados venía a perdonar y cuyas enfermedades venía a curar " (Tratado 17 sobre el Evangelio de San Juan).