4ª semana de Cuaresma, sábado

Entrada: " Me cercaban olas mortales, torrentes destructores me aterraban, me envolvían las redes del abismo; en el peligro invoque al Señor; desde su templo Él escuchó mi voz " (Sal 17, 5-7).

Colecta (del misal anterior y, antes, del Gelasiano): " Que tu amor y tu misericordia dirijan nuestros corazones, Señor, ya que sin tu ayuda no podemos complacerte ".

Comunión: " Hemos sido rescatados a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha " (1P 1, 19).

Postcomunión: " Que tus santos misterios nos purifiquen, Señor, y que por su acción eficaz nos vuelvan agradables a tus ojos ".

Jr 11, 18-20: Yo era como un cordero manso llevado al matadero. Las persecuciones sufridas por Jeremías profeta le convierten en una imagen de Cristo durante su Pasión. Su dolor es símbolo del de Cristo, a cuya Pasión aplica la Iglesia en su liturgia la imagen del árbol derribado en pleno vigor. Pero en el profeta aún no se ve la imagen plena del amor para con los enemigos, que Cristo enseñó con su palabra y su ejemplo. Prevalece la confianza y la imagen emocionante del cordero manso, llevado al matadero que ha inspirado el canto del Siervo de Dios en Isaías (Is 53, 6-7) y le ha hecho símbolo de la Pasión del Cordero de Dios (Mt 26, 63; Jn 1, 29; Hch 8, 32).

Oigamos a San Juan Crisóstomo:

" La sangre derramada por Cristo reproduce en nosotros la imagen del rey: no permite que se malogre la nobleza del alma; riega el alma con profusión, y le inspira el amor a la virtud. Esta sangre hace huir a los demonios, atrae a los ángeles...; esta sangre ha lavado a todo el mundo y ha facilitado el camino del cielo " (Homilía 45, sobre el Evangelio de San Juan).

Y San León Magno dice:

" Efectivamente, la encarnación del Verbo, lo mismo que la muerte y resurrección de Cristo, ha venido a ser la salvación de todos los fieles, y la sangre del único justo nos ha dado, a nosotros que la creemos derramada para la reconciliación del mundo, lo que concedió a nuestros padres, que igualmente creyeron que sería derramada " (Sermón 15, sobre la Pasión).

– El Salmo 7 es muy apropiado para la lectura anterior, pues expresa la súplica del Justo por antonomasia, condenado injustamente. El Padre lo deja morir para mostrar su extremada misericordia y su amor para con los hombres, a quienes redime del pecado, conduciéndolos a la gloria eterna: " Señor, Dios mío, A Ti me acojo, líbrame de mis enemigos y perseguidores y sálvame, que no me atrapen como leones y me desgarren sin remedio. Júzgame, Señor, según mi justicia, según la inocencia que hay en mí. Cese la maldad de los culpables y apoya Tú al inocente, Tú que sondeas el corazón y las entrañas, Tú, el Dios justo. Mi escudo es Dios que salva a los rectos de corazón. Dios es un juez justo. Dios amenaza cada día "

Jn 7, 40-53: ¿Es que de Galilea va a venir el Mesías? Ante las nuevas afirmaciones de Jesús, las discusiones de sus enemigos se hacen más vivas. En su desprecio al pueblo, los fariseos rechazan a los que creen en Jesús e increpan a Nicodemo, porque siendo fariseo defendía a Jesús.

Jesús es el signo de contradicción en el mundo: divide a los hombres y a sus opiniones con su sola presencia. Obliga a todos a definirse, tanto en su época pales-tinense como también ahora. El Perseguido, en su apariencia humilde de galileo, es Señor de su destino y del destino de todos. Sus perseguidores tendrán que ex-clamar, como hizo un día Juliano el Apóstata: " ¡Venciste, Galileo! " Pero a nosotros nos conviene gloriarnos en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, según expresión paulina. San Juan Crisóstomo nos exhorta a confesar a Cristo crucificado:

" Oigan esto cuantos se avergüenzan de la Pasión y de la Cruz de Cristo. Porque si el Príncipe de los Apóstoles, aun antes de entender claramente este misterio, fue llamado Satanás por haberse avergonzado de él, ¿qué perdón pueden tener aquellos que, después de tan manifiesta demostración, niegan la economía de la Cruz? Porque si el que así fue proclamado bienaventurado, si el que tan gloriosa confesión hizo, tal palabra hubo de oir, considerar lo que habrán de sufrir los que, después de todo eso, destruyen y anulan el misterio de la Cruz " (Homilía sobre San Mateo 54).