Entrada: " Piedad, Señor, que estoy en peligro; líbrame de los enemigos que me persiguen. Señor, que no me avergüence de haberte invocado " (Sal 30, 10.16.18).
Colecta (del misal anterior y, antes, del Veronense y Gregoriano): " Perdona las culpas de tu pueblo, Señór, y que tu amor y tu bondad nos libren del poder del pecado, al que nos ha sometido nuestra debilidad ".
Comunión: " Jesús, cargado con nuestros pecados, subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado " (1P 2, 24).
Postcomunión: " Este don que hemos recibido, Señor, nos proteja siempre, y aleje de nosotros todo mal ".
– Jr 20, 10-13: El Señor está conmigo como fuerte soldado. El profeta Jeremías es una figura de Jesucristo en su Pasión, como ya hemos recordado varias veces. Fue perseguido, pero el Señor lo sostuvo. El profeta manifiesta su dolor con un lenguaje similar al de muchos salmos, como el de la antífona de entrada. Han intentado matarlo hasta sus propios familiares y vecinos. Pero él confía firmemente en el Señor, en Él ha puesto su seguridad.
El cristiano, que vive en la caridad de Cristo, ha de ir más lejos, seguro por el Amor de Dios manifestado en su muerte. Sin temor a los que matan el cuerpo, pensará solo en confesar a Dios ante los hombres con su fe y su conducta. (Mt 10, 26-33; Jn 10, 38). Santo Tomás de Aquino dice:
" El Señor padeció de los gentiles y de los judíos, de los hombres y de las mujeres, como se ve en las sirvientas que acusaron a Pedro. Padeció también de los Príncipes y de sus ministros, y de la plebe... Padeció de los parientes y conocidos, y de Pedro, que le negó. De otro modo, padeció cuanto el hombre puede padecer. Pues Cristo padeció de los amigos que lo abandonaron; padeció en la fama, por las blasfemias proferidas contra Él; padeció en el honor y en la honra por las irrisiones y burlas que le infligieron; en los bienes, pues fue despojado hasta de sus vestidos; en el alma, por la tristeza, el tedio, y el temor; en el cuerpo, por las heridas y los azotes " (Suma Teológica 3, q.46, a.5).
– Con el Salmo 17 meditamos el dolor y las afrentas en las persecuciones. Es como la oración de Cristo en su Pasión. Fue perseguido, pero también triunfó. El cristiano puede recitar este salmo en sus tribulaciones y dolores: " En el peligro invoqué al Señor y me escuchó. Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza, Dios míos, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos. Me cercaban olas mortales; torrentes destructores, me envolvían las redes del abismo, me alcanzaban los lazos de la muerte. En el peligro invoqué al Señor, grité a mi Dios; desde su templo Él escuchó mi voz y mi grito llegó a sus oídos "
– Jn 10, 31-42: Intentaron detener a Jesús, pero se escabulló de las manos. Ante sus adversarios, dispuestos a prenderle, Jesús afirma su filiación divina. Él es Aquel a quien el Padre consagró y envió al mundo. El Padre está en Él y Él en el Padre. El misterio de la Palabra hecha carne ha de ser aceptado por la fe. ¡Los enemigos de Jesús! Pero, ¿no nos ponemos también nosotros en las filas de los enemigos de Jesucristo? ¿No es cada pecado un desprecio de Jesús, de sus preceptos, de su doctrina, de sus bienes, de sus promesas, de su gracia divina...? Dice San Basilio:
" En esto consiste precisamente el pecado, en el uso desviado y contrario a la voluntad de Dios de las facultades que Él nos ha dado para practicar el bien " (Regla monástica, 2, 1).
Y Orígenes:
" Quien soporta la tiranía del príncipe de este mundo por la libre aceptación del pecado, está bajo el reino del pecado " (Tratado sobre la oración 25).