Semana Santa, domingo de Ramos

Esta solemnidad se celebraba ya en Jerusalén en el siglo IV, según lo refiere la peregrina Egeria en su Diario. Y se hacía lo mismo que hizo el Señor en ese día. Luego se extendió por toda la cristiandad.

Entrada: " Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel. ¡Hosanna en el cielo! " (Mt 21, 9).

Oraciones para la bendición de los ramos: " Dios Todopoderoso y eterno, santifica con tu bendición estos ramos, y a cuantos vamos a acompañar a Cristo aclamándole con cantos, concédenos, por él, entrar en la Jerusalén del cielo ". O bien: " Acrecienta, Señor, la fe de los que en ti esperan y escucha las plegarias de los que a ti acuden, para que quienes alzamos hoy los ramos en honor de Cristo victorioso, permanezcamos en él, dando frutos abundantes "

Colecta (del Misal anterior y antes del Gelasiano y Gregoriano): " Dios Todopoderoso y eterno, Tú quisiste que nuestro Salvador se anonadase, haciéndose hombre y muriendo en la Cruz, para que todos nosotros sigamos su ejemplo; concédenos que las enseñanzas de su Pasión nos sirvan de testimonio y que un día participemos de su resurrección gloriosa ".

Comunión: " Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad " (Mt 26, 42).

Postcomunión: " Fortalecidos con tan santos misterios, te dirigimos estas súplica, Señor: del mismo modo que la muerte de tu Hijo nos ha hecho esperar lo que nuestra fe nos promete, que su resurrección nos alcance la plena posesión de lo que anhelamos ".

 Comenta San Andrés de Creta:

 " Venid, y al mismo tiempo que ascendemos al monte de los Olivos, salgamos al encuentro de Cristo que hoy vuelve de Betania y, por propia voluntad, se apresura hacia su venerable y dichosa Pasión, para llevar a plenitud el misterio de la salvación de los hombres... Ea, pues, corramos a una con quien se apresura a su Pasión, e imitemos a quienes salieron a su encuentro. Y no para extender por el suelo, a su paso, ramos de olivo, vestiduras o palmas, sino para prosternarnos nosotros mismos, con la disposición más humillada de que seamos capaces y con el más limpio propósito, de manera que acojamos al Verbo que viene, y así logremos captar a aquel Dios que nunca puede ser totalmente captado por nosotros.

" Alegrémonos, pues, porque se nos ha presentado mansamente el que es manso y que asciende sobre el ocaso de nuestra ínfima vileza, para venir hasta nosotros y convivir con nosotros, de modo que pueda, por su parte, llevarnos hasta la familiaridad con Él... Repitamos cada día aquella sagrada exclamación que los niños cantaban, mientras agitamos los ramos espirituales del alma: "Bendito el que viene, como Rey, en nombre del Señor" (Sermón 9, sobre el Domingo de Ramos).

Is 50, 4-7: No oculté el rostro a insultos y sé que no quedaré avergonzado. El tercer canto de Isaías sobre el Siervo de Dios proclama la condición obediencial de Cristo Jesús, que le lleva hasta ofrecerse victimalmente por todos nosotros.

– Con el Salmo 21 clamamos: " Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?... Al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza ".

Flp 2, 6-11: Se rebajó a Sí mismo, por eso Dios lo exaltó sobre todo. Esta obediencia redentora de Jesús ¡hasta la muerte y muerte de Cruz! ha hecho posible para nosotros el gran Misterio de la Redención pascual.

– Pasión de Cristo: Ciclo A: Mt 26, 14-27.66; Ciclo B: Mc 14, 1-15.47; Ciclo C: Lc 22, 14-23.56. La historia de la Pasión del Señor nos invita a identificarnos con los sentimientos redentores de Cristo Jesús. Toda ella es evi-dencia de su Amor glorificador del Padre y salvador de todos los hombres. Oigamos a San Cipriano:

" Durante la misma Pasión, antes de que llegara la crueldad de la muerte y la efusión de sangre, ¡cuántos insultos y cuántas injurias escuchadas por su paciencia! Soportó pacientemente los salivazos de quienes le insultaban, el mismo que pocos días antes había dado vista a un ciego con su saliva (Jn 9, 6); sufrió azotes aquél en cuyo nombre azotan hoy sus servidores y ángeles al diablo; fue coronado de espinas el que corona a los mártires con eternas flores; fue abofeteado con garfios en el rostro el que da las verdaderas palmas al vencedor; despojado de su ropa terrena el que viste a todos con la vestidura de la inmortalidad; mitigada con hiel la sed del que da alimentos celestiales, y con vinagre el que propinó el licor de la salvación. El inocente, el justo, o mejor dicho, la misma inocencia y la misma justicia, oprimida por testimonios falsos; juzgado el que ha de juzgar, y la Palabra de Dios llevada al sacrificio sin despegar los labios... Todo lo soporta hasta el fin con firmeza y perseverancia, para que se consuma en la paciencia total y perfecta... " (Del bien de la paciencia, 7).