9ª semana del Tiempo Ordinario, martes

Años impares

Tb 2, 10-23: Tobías no se abatió a causa de la ceguera. La piedad de Tobías para con los difuntos le lleva a un gran cansancio, y éste le ocasiona un accidente, por el que pierde la vista. Él persevera en el temor de Dios durante la prueba, lo mismo que Job, a pesar de las dificultades. Grande es la fortaleza de la paciencia. San Cipriano escribe:
«La paciencia es la que nos recomienda y guarda para Dios; ella modera nuestra ira, frena la lengua, dirige nuestro pensar, conserva la paz, endereza la conducta, doblega la rebeldía de la pasión, reprime el tono del orgullo, apaga el fuego de los enconos, contiene la prepotencia de los ricos, alivia la necesidad de los pobres, protege la santa virginidad de las doncellas...
«La paciencia mantiene en humildad a los que prosperan, hace fuertes en la adversidad, y sufridos frente a las injusticias y afrentas. Enseña a perdonar enseguida a quienes nos ofenden, y a rogar con constancia e insistencia cuando hemos ofendido. Nos hace vencer en las tentaciones, nos hace tolerar las persecuciones, nos hace consumar el martirio. Es la que fortifica sólidamente los cimientos de nuestra fe, levanta en alto nuestra esperanza... Nos lleva a perseverar como hijos de Dios, y a imitar al mismo Dios» (Sobre la paciencia 20).
– Hay momentos difíciles, en los que el justo es especialmente probado. En Dios tenemos nuestro apoyo entonces, como lo tuvo Tobías, y como lo afirma en oración el Salmo 111: «Dichoso el que teme al Señor y ama de corazón sus mandatos. Su linaje será poderoso en la tierra, la descendencia del justo será bendita. No temerá las malas noticias, su corazón está firme en el Señor; su corazón está seguro, sin temor, hasta ver derrotados a sus enemigos. Reparte limosna a los pobres, su caridad es constante, sin falta, y alzará la frente con dignidad».

Años pares

2P 3, 12-15.17-18: Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva. Hay que aguardar con una vida santa el día de la venida del Señor, cuando será renovada la creación y reinará la justicia. Necesitamos de una fe profunda, que mantenga siempre viva la esperanza. Solo el pecado nos separa de Dios y nos mantiene alejados del día del Señor. El amor, la justicia, la libertad, la igualdad... son valores que aportamos a un orden definitivo y eterno. Por tanto, en medio de muchas dificultades, con la ayuda de la gracia, debemos ejercitar el bien con toda esperanza. Así lo exhorta San Juan Crisóstomo:
«No desesperéis nunca. Os lo diré en todos mis discursos, en todas mis conversaciones; y si me hacéis caso, sanaréis. Nuestra salvación tiene dos enemigos mortales: la presunción, cuando las cosas van bien, y la desesperación después de la caída; éste segundo es mucho más terrible» (Homilía sobre la penitencia).
Y San Gregorio Magno:
«Estáis viendo en la Iglesia a muchos cuya vida no debéis imitar; pero tampoco habéis de desesperar de ellos. Hoy vemos lo que son, pero ignoramos lo que será cada uno el día de mañana. A veces, vemos que el que viene detrás de nosotros, llega por su industria y agilidad, ayudado por la gracia divina, a adelantarnos en las obras buenas, y apenas podemos seguir mañana al que nos parecía aventajar ayer. Cuando Esteban murió por la fe, Saulo guardaba los vestidos de los que lo apedreaban» (Homilía 19 sobre los Evangelios).
– Ante la seguridad de la venida del Señor meditamos la brevedad de la vida, con el Salmo 89: «Señor, Tú has sido nuestro refugio de generación en generación. Antes que naciesen los montes o fuera engendrado el orbe de la tierra, desde siempre y por siempre, tú eres Dios. Tú reduces al hombre a polvo, diciendo: "retornad, hijos de Adán". Mil años en tu presencia son un ayer que pasó, una vela nocturna. Aunque uno viva setenta años y el más robusto hasta ochenta, la mayor parte son fatiga inútil, porque pasan aprisa y vuelan. Por la mañana sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo; que tus siervos vean tu acción y sus hijos, tu gloria».

Evangelio

Mc 12, 13-17: Lo que es del César pagádselo al César, y lo que es de Dios, a Dios. Los enemigos de Jesús le ponen trampas para cogerlo; pero Él hace caer a sus adversarios en la misma trampa que le han tendido. El Maestro nos enseña que debemos obedecer a los que nos gobiernan, cuando lo hacen según la ley moral.
San Hilario de Poitiers comenta:
«¡Oh respuesta verdaderamente admirable y claridad absoluta de la palabra celestial! Todo está allí medido, entre el desprecio del mundo y la ofensa al César (Mt 22, 21). Declarando que es necesario "dar al César lo que es del César", libra a los espíritus consagrados a Dios de toda preocupación y deber humano. En efecto, si nada de lo que pertenece al César se retiene en nuestras manos, nosotros no quedamos ligados por la obligación de devolverle las cosas que son suyas.
«Si, por el contrario, nos dedicamos a sus cosas y nos sometemos al cuidado del patrimonio ajeno, no es injusticia devolver al César lo que es del César, y tener que dar a Dios las cosas que son suyas: el cuerpo, el alma, la voluntad.
«Es Dios, en efecto, quien da y acrecienta todos los bienes que tenemos y, por consiguiente, es completamente justo devolver todo esto a Él; a quien, según se nos recuerda, debemos su origen y progreso» (Comentario al Evangelio de San Mateo 23, 2).