– 2Co 11, 18.21-30: Tengo la preocupación de todas las comunidades . San Agustín habla de los trabajos de San Pablo en el apostolado:
" Una vez convertido de perseguidor en predicador, ¿qué tuvo que soportar? "Peligros en el mar, peligros en los ríos, peligros en la ciudad"... (2Co 11, 26-29). He aquí el perseguidor. Sufre, aguanta; padeces más que hiciste padecer; pero no te sientas molesto, pues has cobrado los intereses. Pero, ¿qué esperaba cuando soportaba tales cosas? Cuando soportaba con valentía todos esos males, por duros y pésimos que fueran, pero siempre temporales, ardía en amor por las cosas eternas. Cualquier suplicio que tenga fin es llevadero cuando se promete un premio eterno.
" Y con todo, cuando soportaba eso, ¿no lo soportaba en él y con él quien nunca desfallece? Decididamente me atrevo a afirmarlo; no era Pablo mismo quien lo soportaba. Lo soportaba él, porque en su fe así lo quería y, a la vez, no lo soportaba él, porque en él habitaba la fuerza de Cristo. Cristo reinaba. Cristo otorgaba las fuerzas. Cristo no lo abandonaba. Cristo corría en la persona del corredor. Cristo lo conducía hasta la palma " (Sermón 299 C,3).
– Con el Salmo 33 proclamamos: " El Señor libra a los justos de todas sus angustias ". La fe y la justicia no son un seguro que exime al justo de las espinas de este valle de lágrimas, en la vida ordinaria, en el apostolado, en todo momento. Quiere decir que Dios lo mira con complacencia; que en Dios tiene un valedor omnipotente y lleno de amor y que, por tanto, todo terminará en bien. Así lo explica San Agustín:
" ¡Cuántas cosas soporto y nadie me oye! Si me oyera, tal vez, dices, apartaría de mí la tribulación; grito y soy atribulado. Permanece constantemente en sus caminos y cuando seas atribulado te oirá... Como las madres, cuando refriegan a sus hijos en el baño y estos lloran... ¿Crueles? Por el contrario, son misericordiosísimas, sin embargo, lloran los niños y no se les perdona. Así también nuestro Dios está lleno de amor; pero parece que no nos oye, con el fin de sanarnos y perdonarnos para siempre " (Sermón segundo sobre este Salmo).
– 2R 11, 1-4.9-18.20: Ungió a Joás y todos aclamaron: ¡Viva el Rey! Renovación de la alianza entre Dios, el rey y el pueblo. Toda la historia de Israel, ya lo hemos dicho, es la historia de los pactos entre Dios y su pueblo. El pueblo rompe la alianza por su rebeldía e infidelidad y los reanuda la infinita misericordia de Dios. Esto también nos atañe a nosotros. Es cierto que el Pacto hecho con Cristo y sellado con su preciosísima Sangre no puede romperse jamás. Pero nosotros podemos apartarnos de él por nuestros muchos pecados.
Si denuncian los profetas unánimemente la infidelidad de Israel a Dios, si anuncian las catástrofes que amenazan al pueblo pecador, lo hacen en función del pacto del Sinaí, de sus exigencias y de las maldiciones que formaban parte de su temor. San Agustín habla del temor de Dios:
" Ama la bondad de Dios, teme su severidad; una y otra no te permitirán ser orgullosa. Amando, temerás ofender gravemente al amante y al amado. Pues, ¿qué ofensa puede haber más grave que desagradar por soberbia a quien por causa tuya desagradó a los soberbios?... El temor del que habla San Pablo en Rm 8, 15 creo que es el que tenían en el Antiguo Testamento de perder los bienes temporales que Dios les había prometido, no todavía como hijos dirigidos por la gracia, sino como a siervos sometidos bajo la ley. Es también el temor del fuego eterno; pues si se sirve a Dios por evitarlo, no hay todavía perfecta caridad. Una cosa es el deseo del premio, otra el temor del castigo " (Sobre la santa virginidad 38).
– Con el Salmo 131 proclamamos: " el Señor ha elegido a Sión, ha deseado vivir en ella ". Dios no se deja vencer en generosidad, a la ruptura de los pactos por la infidelidad de Israel sigue la reanudación por parte de Dios que es infinito en amor y en todas sus perfecciones. Dios bendijo a David con una descendencia eterna, que no es otra que Cristo, el Ungido del Señor, Rey mesiánico en quien habita la plenitud de la divinidad como en un templo. El cristiano fiel a la voluntad de Dios es también un templo vivo de Dios. Así se edifica en este mundo la Jerusalén celestial, la Iglesia, construida como un inmenso templo de piedras vivas que son los cristianos, edificados sobre la piedra angular que es Cristo, el descendiente de David (Ef 2, 20).
– Mt 6, 19-23: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. El discípulo auténtico de Cristo se desliga de las riquezas terrenas para amontonar tesoros en el cielo, es decir, ante Dios. Si la mirada del hombre está fija en Dios, toda su persona es transparente a la luz divina. San Juan Crisóstomo explica con claridad:
" Por eso, como antes he dicho, añade el Señor otra razón, diciendo: Porque donde está tu tesoro, allí está también tu corazón. Como si nos dijera: aun cuando nada de lo dicho sucediese, no será menguado el daño que vas a sufrir, clavado quedarás en lo terreno, hecho de libre esclavo, desterrado del cielo e incapaz de tener pensamiento elevado. Todo será dinero, interés, préstamos, ganancias y viles negocios. ¿Puede haber cosa más miserable? Un hombre así está sometido a una esclavitud más dura que la de todos los esclavos, y nada hay más triste que haber abdicado de la nobleza y libertad del hombre. Por más que se te hable, mientras tengas clavado el pensamiento en el dinero, nada serás capaz de oír de lo que te conviene. Serás como un perro atado a un sepulcro. Tu cadena -la más fuerte de las cadenas- será la tiránica pasión por el dinero: Aullarás contra todos los que se te acerquen y no tendrás otro trabajo, y continuo trabajo, que el de guardar para vosotros lo que tienes. ¿Puede haber suerte más miserable? " (Homilía 20, 3 sobre San Mateo).