– Gn 12, 1-9: Abrahán marchó como le había dicho el Señor. La fe de Abrahán es modélica. Comenta San Agustín:
" Tanto hizo por nosotros que, aún enseña más que sus promesas, y sus obras deben movernos a creer en lo que prometió. A duras penas creyéramos lo que hizo de no haberlo visto. ¿Dónde lo vemos? En los pueblos que tienen su ley, en las muchedumbres que le siguen. Se ha realizado así la promesa que hizo a Abrahán cuando dijo: "en tu descendencia será bendecidas todas las gentes" (Gn 12, 3). De poner los ojos en sí mismo, ¿cuándo hubiera creído? Era un hombre y solo, y viejo, y estéril su mujer de tan avanzada edad que, aun sin el defecto de la esterilidad, la concepción fuera imposible. No existía base alguna en absoluto donde apoyar la esperanza: mirando empero a quien le hacía la promesa, lo creía aun sin llevar camino. He ahí cumplido ante nosotros lo que fue objeto de su fe; creemos, en consecuencia, lo que no vemos por lo que viendo estamos. Engendró a Isaac: no lo hemos visto. Isaac engendró a Jacob: lo que tampoco vimos; éste engendró a sus doce hijos; que no hemos visto tampoco; y sus doce hijos engendraron al pueblo de Israel que ahora estamos viendo...
" Del pueblo de Israel nació la Virgen María, que dio a luz a Cristo y a los ojos está cómo en Cristo son benditas las naciones todas. ¿Hay algo más verdadero? ¿Hay algo más palmario? Vosotros que conmigo salisteis de la gentilidad, desead conmigo la vida futura. Si ya en el siglo cumplió Dios lo que había prometido hacer en la descendencia de Abrahán, ¿cómo no va a cumplir sus promesas eternas a los que hizo de la descendencia de Abrahán? El Apóstol dice: vosotros sois cristianos, luego "sois descendientes de Abrahán" (Ga 3, 29). Son palabras del Apóstol " (Sermón 130, 3).
– Con el Salmo 32 decimos " Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad. Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que Él se escogió como heredad. El Señor mira desde el cielo, se fija en todos los hombres. Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. Nosotros aguardamos al Señor: Él es nuestro auxilio y escudo. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti ".
Nosotros, los miembros del Cuerpo Místico de Cristo, somos la nueva creación, la obra del Verbo y del Espíritu y somos la tierra llena de su amor misericordioso. Somos el Pueblo que Dios se escogió. A nosotros nos ha confiado el Señor realizar su palabra, como dice San Pablo en su Carta a los Colosenses Col 1, 24-27.
– 2R 17, 5-8: El Señor arrojó de su presencia a Israel y sólo quedó la tribu de Judá. Las calamidades acaecidas en el Reino del Norte y la deportación de sus habitantes se deben a la desobediencia y a la infidelidad para con la alianza. Lo hemos visto ya muchas veces.
– Ahora se confirma con el Salmo 59. Se trata de un desastre terrible o una señal de desbandada ante los arcos del enemigo. Pero tiene un trasfondo saludable que lleva envuelta la idea de corrección y conversión:
" Que tu mano salvadora nos responda, Señor. Oh Dios nos rechazaste y rompiste nuestras filas, estabas airado, pero restáuranos. Has sacudido y agrietado el país: repara sus grietas que se desmorona. Hiciste sufrir un desastre a tu pueblo, dándole a beber un vino de vértigo. Tú, oh Dios, nos has rechazado y no sales ya con nuestras tropas. Auxílianos contra el enemigo, que la ayuda del hombre es inútil. Con Dios haremos proezas, Él pisotea a nuestros enemigos ".
El cristiano tiene conciencia de pertenecer al Pueblo de Dios de los últimos tiempos: la Iglesia. Es indudable que a través de la historia se han producido asaltos contra la Iglesia, que han roto sus filas y han cuarteado sus muros, pero tiene la promesa de Jesucristo: las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Esa es nuestra fe, esa es nuestra esperanza, no obstante las dificultades que puedan surgir de dentro o de fuera.
– Mt 7, 1-5: Sácate primero la viga de tu ojo. Jesús enuncia el principio de que no hay que juzgar al prójimo. San Juan Crisóstomo explica este principio:
" ¿Veis cómo Cristo no prohíbe juzgar, sino que manda primero echar la viga de nuestro ojo y luego tratar de corregir lo de los otros? A la verdad, todo el mundo sabe lo suyo mejor que lo ajeno, y ve mejor lo grande que lo pequeño, y se ama más a sí mismo que a su prójimo. De manera que, si corriges por solicitud, tenla antes de ti mismo, pues ahí está más patente y es mayor el pecado. Mas, si a ti mismo te descuidas, es evidente que no juzgas a tu hermano por su interés, sino porque lo aborreces y quieres deshonrarle. Si hay que juzgar, que juzgue quien no tiene él mismo pecado, no tú... Porque, si es un mal no ver los propios pecados, doble y triple lo es juzgar a los otros cuando uno mismo, sin sentirlas, lleva las vigas en sus propios ojos. A la verdad, más pesado que una viga es un pecado " (Homilía 23, 2 sobre San Mateo).