13ª semana del Tiempo Ordinario, martes

Años impares

Gn 19, 15-29: El Señor hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego. El castigo de Dios se desencadena sobre las ciudades malditas. En el Evangelio se dice que quien rechace creer en su mensaje será juzgado con mayor dureza aún el día del juicio. Comenta San Agustín:

" Nada hay tan opuesto a la esperanza como mirar atrás, poner la confianza en las cosas que se deslizan y pasan. Por tanto, ha de ponerse en lo que todavía no se nos ha dado, pero que ha de dársenos en algún momento y jamás pasará. Sin embargo, cuando se precipitan sobre el mundo las tentaciones como una lluvia de azufre sobre Sodoma, ha mantenerse la experiencia de la mujer de Lot. Miró atrás y en aquel lugar quedó convertida en sal para sazonar a los prudentes con su ejemplo " (Sermón 105, 7).

– Con el Salmo 25 decimos: " tengo ante mis ojos, Señor, tu bondad ". La liberación de la familia de Lot hace pensar en lo que dice el salmo: " No arrebates mi alma con los pecadores... camino en la integridad ". Quien contemporiza conscientemente con el mal, ya está resquebrajando su fe, al menos, en la pura lógica de los hechos; ya ha roto de algún modo esa opción absoluta por Dios, que exige la fe. De ahí que la fe tenga que mantenerse, reavivarse y fortalecerse continuamente por medio de la oración. Porque una fe con esas exigencias de integridad y perseverancia, ni puede adquirirse, ni puede conservarse viva y operante sin la ayuda de Dios.

El Señor nos purifica con su propia sangre y nos hace participar en su propia santidad e inocencia, nos asocia en su culto al Padre mediante la celebración eucarística. Una vez que hemos optado por Dios, por su Cristo, por su Iglesia, no podemos mirar atrás, hacia las cosas de este mundo que nos encadenan.

Años pares

Am 3, 1-8; Am 4, 11-12: Habla el Señor, ¿quién no profetiza? Si el profeta habla es porque tiene que transmitir un mensaje. Ya que los últimos castigos nos han traído consigo la conversión del pueblo, el Señor mismo vendrá en persona a juzgar a Israel con severidad. Por tanto, que se prepare a comparecer ante Dios.

Los que desprecian al profeta y sus amenazas deben pensar que los castigos y calamidades que anuncian vienen, en definitiva, de Dios, y, por tanto no burlarse de ellos, porque la venganza será inexorable. No podemos burlarnos de la predicación evangélica. Se nos pedirá cuenta de los rechazos de los dones del Señor. No podemos jugar con la justicia divina.

– El Señor, como se dice en el Salmo 5, no es un Dios que ame la maldad, ni son los malvados los que habitan con Él, sino el justo, como el piadoso salmista. Es inimaginable hasta qué extremos puede llegar la cercanía de Dios: no sólo ofrece su propia Casa o Templo, sino que está dispuesto a convertir el corazón del hombre en el templo más estimable y apreciado: " Cristo habita en nuestros corazones por la fe " (Ef 3, 17).

Qué bien se dio cuenta San Agustín, aun antes de ser cristiano, de esa sublime realidad de la presencia de Dios en el interior de todo hombre:

" Pobre infeliz de mí..., era tal mi ignorancia, que te buscaba, Dios mío, con los ojos y demás sentidos de mi cuerpo..., siendo así que Tú estabas más dentro de mí que lo más interior que hay en mí mismo " (Confesiones, 3, 6).

La intimidad con Dios no se comprende sino para llevar una vida según Dios la justicia de Dios: mirar, valorar, usar de las cosas con el criterio de Dios, que es el último que da el sentido verdadero y justo de la realidad.

Evangelio

Mt 8, 23-27: Increpó al viento y al lago y vino una gran calma. Al sosegar la tempestad muestra Jesús su poder sobre los elementos. San Juan Crisóstomo dice:

" Una vez, pues, que estalló la tormenta y se enfureciera el mar, los apóstoles despiertan al Señor... Mas el Señor los reprende a ellos antes que al mar. Porque esta tormenta la permitió Él para ejercitarlos y darles como un preludio de las pruebas que más tarde había de sobrevenirles... De ahí el sueño de Cristo. Porque si la tempestad se hubiera desencadenado estando Él despierto, o no hubieran tenido miedo alguno, o no le hubieran rogado, o, tal vez, ni pensaran que tenía Él poder de hacer nada en aquel trance. De ahí el sueño del Señor, pues así daba tiempo a su acobardamiento y a que fuera más profunda la impresión de los hechos...

" Sin embargo, como era menester que también ellos, por personal experiencia, gozaran de los beneficios del Señor, permitió Él la tempestad, a fin de que al sentirse libres de ella, tuvieran también el más claro sentimiento de un beneficio suyo... ¿Qué hombre es éste, a quien obedecen los vientos y el mar? Cristo, empero, no les reprendió de que le llamaran hombre, sino que esperó a demostrarles por sus milagros que su opinión era equivocada. Ahora, ¿de dónde deducían ellos que fuera hombre? De su apariencia, de su sueño, de tenerse que servir de una barca... Porque el sueño y la apariencia externa mostraban que era hombre; pero el mar y la calma de la tormenta lo proclamaban Dios " (Homilía 28, 1, sobre San Mateo)