16ª semana del Tiempo Ordinario, martes

Años impares

Ex 14, 21-15, 1: Los israelitas entraron en medio del mar Rojo a pie enjuto. Todo esto se ha interpretado en el Nuevo Testamento y en la tradición patrística como figura de la liberación del pecado original por medio del bautismo. Predica San Agustín en una Vigilia Pascual celebrada en Hipona:

" Amadísimos, ningún fiel dudará de que el paso de aquel pueblo por el mar Rojo fue figura de nuestro bautismo. Así, liberados por el bautismo y bajo la guía de nuestro Señor Jesucristo, de quien era figura Moisés; del diablo y de sus ángeles, quienes cual Faraón y egipcios, nos atribulaban, sometiéndonos a fabricar ladrillos, es decir, al lodo de la carne... Para nosotros están muertos aquellos que ya no pueden someternos a su dominio, porque nuestros mismos delitos, causantes de nuestra sumisión, han sido destruidos y como sumergidos en el mar. Cantemos, por lo tanto, al Señor... arrojó caballo y caballero (Ex 15, 1); destruyó en el bautismo a la soberbia y al soberbio. Este cántico lo entona quien ya es humilde y súbdito de Dios.

" El Señor no se ha mostrado grande y glorioso en favor del soberbio, que busca su propia gloria y se engrandece a sí mismo. En cambio el impío, justificado ya, creyendo en el que justifica al impío, para que su fe se le compute como justicia, a fin de que el justo viva de la fe, no sea que, ignorando la justicia de Dios y queriendo establecer la suya, no se someta a la de Dios, canta con toda verdad como su ayuda y protector, en orden a la salvación, al Señor, su Dios, al que honra... Arrojó al mar el carro del Faraón y su ejército (Ex 15, 3-4).

" Destruyó en el bautismo la altanería humana y la caterva de los innumerables pecados que militaban en nosotros a favor del diablo... El que hizo sagrado el bautismo con su cruenta muerte, en la que se consumieron nuestros pecados, sumergió en el mar Rojo a todos los enemigos... " (Sermón 363, 1-2).

– El Salmo responsorial es el canto de Moisés del que se trató ayer y en la lectura anterior.

Años pares

Mi 7, 14-15.18-20: Arrojará en lo hondo del mar todos nuestros delitos. Una plegaria, pidiendo la piedad del pueblo precede a un Salmo que glorifica al Señor. Dios no es indiferente al pecado, pero, no por ello deja de ser fiel a la alianza. Dios no deja de amar a su pueblo. El descubrimiento más importante de los israelitas en el exilio es que Dios les sigue siendo fiel y fundamentalmente benévolo. La fidelidad Dios se convierte de esta forma en misericordia, en perdón y en gracia. Escribe San Jerónimo:

" Habla Dios Padre a su Hijo, esto es, a nuestro Señor Jesucristo, para que, como Buen Pastor que da la vida por su ovejas (Jn 10, 17), apaciente a su pueblo con su cayado y a las ovejas de su heredad. Y no pensemos que las ovejas y los pueblos son los mismos; en otro lugar vemos: "nosotros somos su pueblo, el rebaño que él guía" (Sal 94, 7). El pueblo se refiere a aquéllos que son razonables, las ovejas a aquellos que, no usando aún su razón, se contentan con su simplicidad y se dice que son la heredad de Dios " (Comentario a este pasaje de Miqueas).

– La permanencia del amor de Dios hacia su pueblo a pesar de la infidelidad de éste es el motivo principal del Salmo 84 escogido como Salmo responsorial de la lectura anterior. Contra lo que se ha escrito, el hombre moderno es muy sensible a la misericordia y al perdón. La misericordia de Dios invita a la conversión, al cambio de mentalidad e impulsa a quien de ella se beneficia a practicar a su vez la misericordia. No tiene nada de alienante, sino que es una llamada a asumir responsabilidades precisas. Esto es muy necesario en nuestros días.

Este salmo es uno de los más bellos del Salterio: " Muéstranos, Señor, tu misericordia... Has sido bueno con tu tierra, has restaurado la suerte de Jacob, has perdonado la culpa de tu pueblo, has sepultado todos sus pecados, has suprimido tu cólera... " Todo esto se cumplió de modo especialísimo con la venida de Cristo. Por esto tiene tanto relieve este Salmo en el tiempo litúrgico de Adviento-Navidad. Allí se exalta con fervor la misericordia divina, pues jamás se ha manifestado tan grande y sublime.

Evangelio

Mt 12, 46-50: Estos son mi madre y mis hermanos, dijo Jesús señalando a sus discípulos. La primacía espiritual está sobre la carne. San Agustín ha comentado muchas veces este evangelio:

" Mientras trataba algunas cosas del reino de los cielos con sus discípulos, la madre estaba fuera y se le dijo que estaba allí. Digo que le anunciaron que su madre con sus hermanos, esto es, con sus parientes, estaba fuera. ¿Qué madre? Aquella madre que le concibió por la fe, aquella madre que, permaneciendo virgen, le dio a luz, aquella madre fiel y santa, estaba fuera y se lo anunciaron. Si Él hubiera interrumpido las cosas que trataba y hubiera salido a su encuentro, habría edificado en su corazón un afecto humano, no divino.

" Para que tú no escucharas a tu madre, cuando te retrae del reino de los cielos, Él, por hablar del reino de los cielos, desdeñó hasta a la buena María. Si Santa María, queriendo ver a Cristo, es desdeñada, ¿qué madre habrá de ser oída cuando impide ver a Cristo? Recordemos lo que entonces respondió cuando le anunciaron que su madre y sus hermanos, esto es, los parientes de su familia, estaban fuera. ¿Qué respondió?... extendiendo la mano a sus discípulos, estos son, dijo, mis hermanos. "Quien hace la voluntad de mi Padre que me envió es para Mí un hermano, hermana y madre" (Mt 12, 48-50). Rechazó la sinagoga de la que fue engendrado, y encontró a los que Él engendró. Y si los que hacen la voluntad del que le envió son madre, hermano y hermana, queda comprendida su Madre María " (Sermón 65,A,6).