– 1Ts 2, 9-23: Una obsesión: proclamar el Evangelio de Dios. Esto es lo que hizo San Pablo y los fieles se lo agradecieron con una gran acogida. La actitud de San Pablo es siempre modélica. Esto mismo es un aliciente a la aceptación de su doctrina evangélica. San Gregorio Magno escribe:
" Cuando descubrís algo de provecho, procuráis atraer a los demás. Tenéis, pues, que desear que otros os acompañen por los caminos del Señor. Si vais al foro o a los baños y topáis con alguno que se encuentra desocupado, le instáis a que os acompañe. Aplicad a lo espiritual esa costumbre terrena, y cuando vayáis a Dios no lo hagáis solos (Homilías sobre el Evangelio 6, 6).
– El Salmo 138, como ya hemos dicho, es un canto a la omnisciencia de Dios y también a su omnipresencia: " Señor, Tú me sondeas y me conoces. ¿A dónde iré lejos de tu aliento, a dónde escaparé de tu mirada? Si escalo el cielo, allí estás Tú, si me acuesto en el abismo, allí me agarrará tu derecha... Ni la tiniebla es oscura para Ti y la noche es clara como el día ".
Tengamos confianza plena en Dios. Estemos siempre conscientemente en la presencia de Dios.
– 1Ts 3, 6-10.16-18: El que no trabaje que no coma. La ociosidad es enemiga del alma. San Pablo es ejemplo también en el trabajo. El trabajo no es solamente una necesidad, es también un valor que, dentro de su orden, debe responder a exigencias precisas. Si el hombre quiere tomar parte, como hijo de Dios, en la edificación del Reino, debe contribuir a la humanización de la tierra y a la transformación de las relaciones entre los hombres, entre todos los hombres. La doctrina social de la Iglesia es muy explícita y precisa en el valor del trabajo. Esto no quita para que los fieles contribuyan a las realizaciones del ministerio por el que se dedican los pastores al bien de las almas, cosa que no podrían hacer en una disponibilidad permanente si estuvieran dedicados a trabajos diferentes del ministerio.
– Con el Salmo 127 decimos: " Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien ".
– Mt 23, 27-32: Siguen las maldiciones. Son las últimas. Son duras y provocan la ruptura entre el Señor y los jefes religiosos de los judíos. Comenta San Agustín:
" Si nos mantenemos en el buen camino no llamamos padres a quienes dieron muerte a los profetas, sino a quienes fueron muertos por los padres de ellos. Porque si uno puede degenerar por las costumbres, de idéntica manera, puede llamarse hijos por ellas. Así, a nosotros se nos llamó hijos de Abrahán... Si Abrahán fue justo por creer, todos los que después de él imitaron la fe de Abrahán se hicieron hijos de él...
" "Vosotros dais testimonio a vosotros mismos de que sois hijos de quienes dieron muerte a los profetas, puesto que los llamáis padres vuestros. También vosotros colmaréis la medida de vuestros padres". Esto último es una profecía de lo que ellos mismos harían con el propio Jesucristo y más tarde con sus discípulos. Fueron peores que sus padres. Cristo vino a los suyos y los suyos no lo recibieron. La Luz brilló en las tinieblas, pero éstas la rechazaron. También a nosotros nos puede suceder lo mismo " (Sermón 305, A,3ss).