– Col 1, 9-14: Salidos de las tinieblas e introducidos en el Reino de la Luz. Progreso espiritual incesante en la luz en que estamos. Es un don de Dios que hemos de agradecer. Comenta San Juan Crisóstomo:
" Como en las carreras del hipódromo se redoblan los gritos de ánimo para el jinete conforme se va acercando al término de la carrera, así el Apóstol estimula con toda su energía a los fieles más avanzados en la perfección... Además del propio don con que nos gratifica, nos da también la virtud necesaria para recibirlo... Dios no solo nos ha honrado haciéndonos partícipes de la herencia, sino que nos ha hecho dignos de poseerla. Es doble, pues, el honor que recibimos de Dios: primero, el puesto, y segundo, el mérito de desempeñarlo bien " (Homilía sobre la Carta a los Colosenses).
– Con el Salmo 97 cantamos las maravillas del Señor que nos ha introducido en el Reino de la Luz: " Revela su justicia a todas las naciones... Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios sobre el pecado, el demonio, la esclavitud, las tinieblas. Por eso invitamos a toda la tierra a que aclame al Señor, lo vitoree y lo aplauda. Es un gran gozo el que nos invade por la Luz esplendorosa en que nos encontramos. Decimos con el salmista: " Tocad la cítara para el Señor, suenen los instrumentos; con clarines y al son de trompetas aclamad al Rey y Señor ".
– 1Co 3, 18-23: Todo para vosotros, pero vosotros para Cristo y Cristo para Dios. No podemos gloriarnos en nosotros mismos, pues la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios. Dice Casiano:
" Esforcémonos también nosotros en subir, con la gracia de una caridad indisoluble, a este tercer grado de los hijos, que miran como suyo lo que es de su Padre; merezcamos recibir la imagen y semejanza de nuestro Padre celestial. Imitando al Hijo verdadero, podemos decir también: Todo lo que el Padre tiene es mío (Jn 16, 15). De lo que se hizo eco el bienaventurado San Pablo al decir: Todas las cosas son vuestras, ya sea Pablo o Apolo o Cefas, sea el mundo, o la vida o la muerte, el presente o el futuro, todo es vuestro " (1Co 3, 22) " (Colaciones 11, 7).
– El Salmo 23 expresa las condiciones para intimar con Dios en el templo o fuera de él: " ¿Quien puede entrar en el recinto sagrado... El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos. Este es el que recibirá la bendición del Señor y le hará justicia ". La Iglesia, pueblo de Dios, es la tierra que pertenece a Cristo y le ha dado un fundamento sólido de vida sobrenatural. Es el auténtico monte santo, en el que confluyen todos los pueblos de la tierra.
– Lc 5, 1-11: Dejarlo todo por seguir a Cristo. Ser pescadores de hombres es participar en el apostolado de Cristo y en la expansión de la Buena Nueva. Comenta San Jerónimo:
" Quiénes son estos que deben cantar el cántico nuevo lo dicen las palabras que siguen: Los que descendéis, dice, hasta el mar. Jesús viendo a los apóstoles en la orilla remendando sus redes junto al mar de Genesaret, los envió a alta mar (Lc 5, 4), para hacerlos, de pescadores de peces, pescadores de hombres. Ellos predicaron el Evangelio hasta el Ilírico y España, dominando también, en breve tiempo, el poder inmenso de la ciudad de Roma. Ciertamente, descendieron al mar y lo traspasaron, soportando las tormentas y las persecuciones de este mundo. También las islas y sus habitantes, la diversidad de las gentes y la multitud de las Iglesias " (Comentario sobre el profeta Isaías 42, 11).