– Rm 1, 1-7: Por Cristo recibió Pablo el don de hacer que los gentiles respondan a la fe. Los Padres insisten siempre en lo esencial de la fe cristiana. Así San Ignacio de Antioquía:
" Yo glorifico a Jesucristo, Dios, que es quien hasta tal punto os ha hecho sabios; pues muy bien me di cuenta de cuán apercibidos estáis de fe inconmovible, bien así como si estuvierais clavados en carne y espíritu sobre la cruz de Cristo, y qué afianzados en la caridad por la sangre del mismo Jesucristo. Y es que os vi llenos de certidumbre en lo tocante a nuestro Señor, el cual es, con toda verdad, "del linaje de David, según la carne" (Rm 1, 2-3), Hijo de Dios según la voluntad y poder de Dios, nacido verdaderamente de una Virgen, bautizado por Juan, para que por Él fuera cumplida toda justicia (Mt 3, 15) " (Carta a los fieles de Esmirna 1, 1).
– El Salmo 112 es una invitación a la alabanza divina. El Señor es el Dios trascendente que sobrepasa en grandeza a todos los pueblos, y su trono se eleva sobre todo lo creado. Pero esa trascendencia divina es misericordiosa y se abaja hasta los humildes para salvarlos. Por eso lo alabamos más intensamente. Su nombre es bendecido ahora y por siempre. " De la salida del sol hasta el ocaso alabado sea el nombre del Señor, ahora y por siempre. Él se eleva sobre todos los pueblos, su gloria sobre el cielo. ¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se eleva en su trono y se abaja para mirar el cielo y la tierra? " El Señor, verdaderamente, levantó del polvo al desvalido, alzó de la basura al pobre, que es toda la humanidad, con la evangelización de su Hijo, que se prolongó en los Apóstoles y en toda la Iglesia.
– Ga 4, 22-24.26-27.31-5, 1: Somos hijos de la libre. La Iglesia de Jesucristo está simbolizada en Sara. Fuente de libertad humana es la redención realizada por Jesucristo, que nos libró del pecado, de la muerte y del Maligno. San Juan Crisóstomo comenta:
" ¿Dónde está la figura de Sara? La Jerusalén de arriba es libre. Por lo tanto, los nacidos de ésta no son esclavos. Agar era la figura de la Jerusalén terrestre, lo que resulta evidente por el monte que lleva su mismo nombre [el Sinaí]. La Iglesia, en cambio, es figura de la Jerusalén celeste. El Apóstol, sin embargo, no se detiene en las prefiguraciones, sino que presenta a Isaías como prueba de sus palabras. Así, después de haber dicho que la Jerusalén de arriba es nuestra madre y tras denominar de este modo a la Iglesia, cita al profeta que emite el mismo juicio que él (Is 54, 1)...
" Vuelve una y otra vez a esos argumentos deseoso de demostrar que lo sucedido no era reciente, sino que estaba dispuesto desde el principio, desde hace mucho tiempo. ¿Cómo no va a ser absurdo que personas escogidas desde hace tanto tiempo y que han obtenido la libertad, voluntariamente se sometan al yugo de la esclavitud? Apunta con estas palabras otro motivo que les persuada a permanecer en la recta doctrina " (Comentario a la Carta a los Gálatas 4, 22-24. 26-27).
– El Salmo 112 es como un Magnificat. Dios descendió hasta la Virgen María. De Ella nació el Redentor, sin perder nada de sus trascendencia o de su divinidad, para hacer la obra excelentísima de elevar hasta Él a la pobre humanidad, esclava del pecado, del Maligno y de la muerte. Todo esto nos hace elevar a Dios la más excelente de las alabanzas, unidos a Cristo, el Señor, por los inmensos beneficios que nos ha otorgado.
– Lc 11, 29-32: El signo de Jonás. Los paganos se levantarán contra los contemporáneos de Jesús, que no quisieron creer en Él. Escribe San Ambrosio:
" Este es el contenido del misterio. Por lo demás, el signo de Jonás, puesto como tipo de la pasión del Señor, nos atestigua la gravedad de los pecados cometidos por los judíos. Podemos, por tanto, darnos cuenta a la vez del oráculo de la majestad y de su signo de la bondad, pues el ejemplo de los ninivitas anuncia el castigo y al mismo tiempo ofrece el remedio. Por eso, aun los judíos pueden esperar el perdón, si quieren hacer penitencia " (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VII,97).
El verdadero creyente, sin despreciar la función que desempeñan los milagros, no se fija tanto en ellos cuanto en la misma persona de Jesucristo, en el que ve la manifiesta intervención de Dios en la historia de los hombres. Cristo muerto y resucitado. Ésa es la realidad del signo dado por Cristo en la plenitud de los tiempos.