– Rm 1, 16-25: Conociendo a Dios, no le han dado los hombres la gloria que merecía. Por la creación se puede conocer a Dios; pero los hombres dan culto a la criatura, en vez de darlo al Creador. Comenta San Agustín:
" Los sabios gentiles, los más excelentes entre ellos, investigaron la naturaleza, y por las obras conocieron al Creador. No escucharon a los profetas, ni recibieron la ley, pero Dios les hablaba, en cierto modo sin palabras, mediante las obras del mundo hecho por Él. La belleza del mundo los invitaba a buscar al Artífice de las cosas; nunca pudieron pensar que el cielo y la tierra existieron sin haberlo hecho nadie... ¿Por qué son inexcusables? Porque "conociendo a Dios, no lo glorificaron"... Cual si fuesen grandes sabios, convirtieron en dioses propios a animales mudos e irracionales... Ve hasta dónde llegaron. Grande fue la altura adonde los condujo su búsqueda, pero idéntica fue la profundidad donde los sumergió su caída: el hundimiento es tanto más grande cuanto mayor es la altura desde que se cae " (Sermón 241, 1-3).
– Escogiendo el Salmo 18 como responsorial, se nos invita a glorificar a Dios por medio de las criaturas: " El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos; el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra. Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje ". Los santos descubren en la creación las huellas de Dios de una forma inefable, hasta tal punto que por ella se elevan a una contemplación mística. La creación es para ellos como un libro abierto, que proclama sin cesar la gloria de Dios.
– Ga 4, 31-5, 6: Lo que vale es la fe activa por la caridad. Hay que guardar la libertad que nos ha ganado Cristo. Comenta San Agustín este pasaje paulino:
" Distingamos cuál es nuestra fe... ¿Qué clase de fe hemos de tener? La que obra por el amor y espera lo que Dios promete. Nada más exacto, nada más perfecto que esta definición. Hay, pues, tres cosas. Es preciso que aquel en quien existe la fe, que obra por amor, espere lo que Dios promete. Compañera de la fe es, pues, la esperanza. La esperanza es, por tanto, necesaria mientras no vemos lo que creemos, no sea que al no verlo desfallezcamos de desesperación. Nos entristece el no ver, pero nos consuela el esperar. Existe, pues la esperanza y es compañera de la fe. Y después la caridad, el amor, por el que deseamos, por el intentamos alcanzar la meta, por el que nos enardecemos y por el que sentimos hambre y sed " (Sermón 53, 11).
– El Salmo 118 nos ayuda a meditar: " Señor, que me alcance tu favor, tu salvación, según tu promesa. No quites de mi boca las palabras sinceras, porque yo espero en tus mandamientos. Cumpliré sin cesar tu voluntad, por siempre jamás. Andaré por un camino ancho, buscando tus decretos. Serán mi delicia tus mandatos, que tanto amo. Levantaré mis manos hacia ti, recitando tus mandatos ". Y el mayor de todos es la caridad.
– Lc 11, 37-41: Dad limosna de lo de dentro, y lo tendréis limpio todo. No alcanzamos la santidad con solo prácticas externas, sino por una verdadera transformación interior. Comenta San Agustín:
" El Señor Jesús, hablando de los fariseos, advertía a sus discípulos que no creyesen que la justicia se hallaba en la limpieza del cuerpo. Los fariseos se lavaban todos los días antes de cualquier comida, como si el lavado diario pudiera limpiar el corazón... Este pedir una conciencia buena lo rechazaban los fariseos y por ello lavaban lo exterior, permaneciendo interiormente en la iniquidad... Se ha alabado la limosna; practicadla y experimentadla... ¿Qué significa hacer limosnas? Practicar la misericordia... Comienza por ti... Tu alma mendiga ante tus puertas; entra en tu conciencia. Si vives mal, si vives como un infiel, entra en tu conciencia y allí encontrarás a tu alma pidiendo limosna... Tu primera limosna sea para ella " (Sermón 106, 4).