– Rm 4, 20-25: La fe de Abrahán en Dios es modelo para los cristianos. Esa fe le valió ser tenido por Dios como justo. También los cristianos somos justificados por la fe. San Pablo elabora una teología de la fe, basado en la fe de Abrahán, en la que ve un tercer elemento: la resurrección de Cristo, o más exactamente la fe en Aquel que ha resucitado a Jesús. Imposible creer en la resurrección sin el acto previo de confianza y seguridad en el que realiza esos portentos.
" Cristo no será conducido como oveja al matadero en favor de los demonios, como lo fue en favor de los hombres; ni se dirá para salvación de ellos: "no perdonó a su propio Hijo" (Is 53, 4). Porque los demonios tampoco exclamarán jamás: "fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra salvación" (Rm 4, 25). Pues Pablo escribe con toda claridad: "yo os trasmití según las Escrituras" (1Co 15, 3), e invoca el testimonio de éstas para afirmar por autoridad de ellas lo que es oscuro " (Carta Pascual de San Teófilo, en las Cartas de San Jerónimo 96, 10).
– De nuevo hallamos el Benedictus, como salmo responsorial: " Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado a su pueblo ". Nos ha suscitado una fuerza de salvación que " nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán. Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia todos nuestros días ".
– Ef 2, 1-10: Nos ha hecho revivir con Cristo y nos ha sentado en el cielo con Él. Por el don gratuito de la misericordia divina los cristianos, de cualquier origen que sean, judío o no, se ven libres de sus pecados y reciben la vida en Cristo al participar de su resurrección. Oigamos a San Agustín:
" El Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, ha de estar a la derecha, es decir, en la bienaventuranza, como dice el Apóstol: "con Él nos ha resucitado y hecho sentar en los cielos". Aunque nuestro cuerpo no esté allá todavía, ya tenemos allá la esperanza " (Sobre la lucha cristiana 26).
Y San Zósimo escribe:
" Por Jesucristo renacemos espiritualmente, pues por Él somos crucificados al mundo. Por su muerte se rompe aquella cédula de muerte, introducida en nosotros por Adán y transmitida a toda alma; aquella sentencia cuya pena nos grava por descendencia, a la que no hay absolutamente nadie de los nacidos que no esté ligado, antes de ser liberado por el Bautismo " (Carta Tractoria 231).