– Rm 5, 12.15.17-19.20-21: Por el pecado de uno entró la muerte en el mundo. San Pablo compara a Cristo con Adán. Éste sumió al género humano en la muerte por obra de su pecado. Cristo, por el contrario, es la fuente de la gracia, de la justicia y de la vida para todos los hombres. Escribe Tertuliano:
" Dice el Señor que vino "para salvar lo que había perecido" (Mt 18, 11). ¿Qué piensas que era lo que había perecido? El hombre, sin lugar a duda. ¿Todo hombre o parte de él? Ciertamente todo, ya que la transgresión, que fue causa de la muerte del hombre, fue cometida tanto por el impulso del alma con su concupiscencia como por la acción de la carne con su placer. Con ellos se escribió contra todo el hombre el veredicto de culpabilidad, por el que luego tuvo que pagar justamente la pena de muerte.
" Así, pues, también el hombre entero será salvado, ya que el hombre entero cometió el delito... Sería indigno de Dios que devolviera la salud a la mitad del hombre, por decirlo así; vendría a ser menos que los mismos gobernantes de este mundo, que siempre conceden indulto en forma total. ¿Habrá que admitir que el diablo es más fuerte para el mal del hombre, al lograr destrozarlo totalmente, mientras que Dios es más débil, ya que no lo restaura en su totalidad? Pero dice el Apóstol: "donde abundó el delito, sobreabundó la gracia" (Rm 5, 20) " (La resurrección de la carne 34).
– Oramos en el Salmo 39 con las palabras referidas a Cristo en la Carta a los Hebreos: " Tú no quieres sacrificios ni ofrendas y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: Aquí estoy -como está escrito en el libro- para hacer tu voluntad ". Cristo fue el cumplimiento personificado de la Voluntad del Padre. Para cumplir la Voluntad del Padre murió en la cruz y de este modo logró expiar y reparar el pecado de la humanidad. Los demás sacrificios quedaron abolidos. Solo el suyo pudo salvar al hombre. Por eso proclamamos su salvación ante la gran asamblea: " Grande es el Señor ". Todos buscamos en Él la salvación y en Él nos alegramos.
– Ef 2, 12-22: Él es nuestra paz: Ha hecho de los dos pueblos una sola cosa. Gentiles y judíos son uno en Cristo, y Él es la piedra angular de la Iglesia. Escribe San Ireneo:
" Allí donde está la Iglesia, está el Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda la gracia " (Contra las herejías 3, 24).
Y San Agustín dice:
" Estos dos pueblos, cual paredes que traen distinta dirección, estaban muy lejos el uno del otro, hasta que fueron conducidos a la piedra angular: Cristo, como ángulo; en Él quedan unidos entre sí " (Sermón 331, 1). Y también:
" Si Cristo es la Cabeza de la Iglesia, el Espíritu Santo es su alma. Lo que el alma es en nuestro cuerpo, es el Espíritu Santo en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia " (Sermón 187). Y en otra ocasión:
" La Iglesia vacilará si su fundamento vacila; pero ¿podrá vacilar Cristo? Mientras Cristo no vacile, la Iglesia no flaqueará jamás hasta el fin de los tiempos " (Comentario al Salmo 103).
– Con el Salmo 84 decimos: " Dios anuncia la paz a su pueblo. Voy a escuchar lo que dice el Señor: Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos. La salvación está ya cerca de sus fieles y la gloria habitará en nuestra tierra. La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra y la justicia mira desde el cielo. El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos ".
– Lc 12, 35-38: Dichosos nosotros si el Señor, cuando vuelva, nos encuentra en vela. No sabemos la hora justa de ese momento. El cristiano, al igual que el padre de familia avisado o que el buen servidor, no debe dejarse vencer por el sueño, debe velar, es decir, estar en guardia y apercibido para recibir al Señor. La vigilancia caracteriza por tanto la actitud del discípulo que espera y aguarda el retorno de Jesucristo; consiste ante todo en mantenerse en estado de alerta espiritual, y por lo mismo exige el despego de los placeres y de los bienes terrestres. Como es imprevisible la hora de la parusía, hay que estar preparados para el caso en que se haga esperar. Esta vigilancia ha de ejercerse día tras día en la lucha contra el Maligno; por eso hay que orar y ser sobrios. Dichosos los que están siempre dispuestos a recibir la venida del Señor.