30ª semana del Tiempo Ordinario, miércoles

Años impares

Rm 8, 26-30: A los que aman a Dios todo les sirve para el bien. El Espíritu Santo acude en ayuda de nuestra debilidad y nos asiste en la oración, mientras aguardamos la gloria futura. Enseña San Juan Crisóstomo:

" La oración se presenta ante Dios como venerable intermediaria, alegra nuestro espíritu y tranquiliza sus afectos. Me estoy refiriendo a la oración de verdad, no a las simples palabras; a la oración que es un don de Dios, una inefable piedad, no otorgada por los hombres, sino concedida por la gracia divina, de la que también dice el Apóstol: "nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu Santo intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rm 8, 26). El don de semejante súplica, cuando Dios lo otorga a alguien, es una riqueza inagotable y un alimento celestial que satura el alma. Quien lo saborea se enciende en un deseo indeficiente del Señor; es como un fuego ardiente que inflama el alma " (Homilía 6 sobre la oración).

– Con el Salmo 12 manifestamos al Señor nuestra confianza plena en su misericordia. Por eso decimos: " Atiende y respóndeme, Señor Dios mío, da luz a mis ojos, para que no me duerma en la muerte "; para que no diga nuestro enemigo infernal: "le he podido" ni se alegre de nuestro fracaso; porque nosotros, Señor, confiamos en tu bondad misericordiosa. Alegra nuestro corazón con tu auxilio. Te cantamos y te alabamos, Señor, por el bien que nos has hecho.

Años pares

Ef 6, 1-9: Todos, padres e hijos, siervos y amos, sirvamos al Señor. Comenta San Agustín:

" De ningún modo se atreverán el padre o la madre a pedir que se les prefiera a Dios. Yo no digo que se les anteponga, pero ni siquiera que se les compare... Dios te ha dicho: "Honra a tu padre y a tu madre". Lo reconozco, Dios me lo ha dicho... Ama, dice, a los padres, pero no más que a mí (Mt 10, 37)... Ama ordenadamente, para que seas ordenado. Distribuye las cosas en sus pesos e importancia. Ama al padre y a la madre, aunque tienes a Alguien a quien has de amar más que al padre y a la madre. Si los amas a ellos más, serás condenado, y si no los amas, serás condenado. Ofrezcamos el honor a los padres, pero prefiramos a nuestro Creador, al que hemos de amar más en el temor, amor, obediencia, honor, fe y deseo " (Sermón 65, A,8).

Esto que se dice con respecto al amor a los padres, se ha de aplicar igualmente al amor de los padres a los hijos, y al amor entre hermanos y amigos, socios y compañeros.

– Con el Salmo 144 proclamamos: " El Señor es fiel a sus palabras. Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles, que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado, pues tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad. El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones. El Señor sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan ". San Agustín afirma que lo único que manda la Sagrada Escritura es amar, primero y sobre todo a Dios, y luego al prójimo por amor a Dios.

Evangelio

Lc 13, 22-30: Todos están llamados a participar en el Reino de Dios. Podemos pensar que la sentencia de Jesús, acerca de que el Reino iba a ser rechazado por muchos judíos y recibido en cambio por los gentiles, fue ante todo un aviso para sus contemporáneos, que no comprendían los signos de los tiempos y que no se percataban del alcance decisivo del misterio de Jesucristo. No se daban cuenta los judíos de que estaban en la plenitud de los tiempos, no reconocían en Jesús el Mesías esperado, y no entendían por eso que entre la Antigua Alianza y la Nueva que se les ofrecía se daba una perfecta continuidad maravillosa. Oigamos a San Ambrosio:

" El que construye debe poner unos buenos cimientos. Este sólido fundamento es la fe, este buen "fundamento son los apóstoles y los profetas" (Ef 2, 10), porque nuestra fe surge de los dos Testamentos, no faltando a la verdad el que dice que la medida de la fe perfecta está en ambos, ya que el mismo Señor dice: "si creyerais en Moisés, creeríais también en mí" (Jn 5, 46), puesto que el Señor habló por Moisés. Y resulta exacto decir que la perfecta medida está en uno y en otro, porque Él ha cumplido ambos y porque la fe de los dos es la misma, puesto que el que habla y la respuesta tienen el mismo sentido " (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VII,189).