31ª semana del Tiempo Ordinario, miércoles

Años impares

Rm 13, 8-10: Amar es cumplir la ley entera. El Apóstol nos exhorta al amor. Toda la ley se cumple en el amor, participando del amor de Jesús. San Agustín comenta:

" Ama a Dios y ama al prójimo como a ti mismo. Veo que al amar a Dios te amas a ti mismo. La caridad es la raíz de todas las obras buenas... La plenitud de la ley es la caridad. No voy a tardar en decirlo: quien peca contra la caridad, se hace reo de todos los preceptos. En efecto, quien daña a la raíz misma, ¿a qué parte del árbol no daña? ¿Qué hacer, pues? Quien peca contra la caridad se hace reo de todos los preceptos. Esto es absolutamente cierto, pero distinto es el modo como peca contra ella el ladrón, el adúltero, el homicida, el sacrílego y el blasfemo. Todos pecan contra la misma caridad, puesto que donde existe la caridad plena y perfecta no puede haber pecado. Es ella misma la que crece en nosotros para llegar un día a la perfección y a tal perfección que no admita ya adicción alguna " (Sermón 179,A,5).

– Con el Salmo 111 decimos: " Dichoso quien teme al Señor y ama de corazón sus mandatos. Su linaje será poderoso en la tierra, la descendencia del justo será bendita. En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo. Dichoso el que se apiada y presta y administra rectamente sus asuntos, reparte limosna a los pobres, su caridad es constante, sin falta, y alzará la frente con dignidad ". Por eso decía San Roberto Belarmino que vale más un grano de caridad que cien arrobas de razón. Solo el que ama es fuerte y es capaz de hacer todas las obras buenas que el mundo necesita.

Años pares

Flp 2, 12-18: Es Dios quien obra en nosotros el querer y el obrar. El Señor, viviendo en nosotros, nos hace posible caminar hacia la salvación con una vida ejemplar, y ser luz en medio de las tinieblas de este mundo. Así en el día del juicio podremos gozar de su gozo eterno. En la Carta a Diogneto leemos:

" Los cristianos no se distinguen de los demás hombres por su tierra, ni por su habla, ni por sus costumbres. Porque ni habitan en ciudades exclusivamente suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás... Están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo. Obedecen a las leyes establecidas, pero con su vida sobrepasan las leyes... Mas, para decirlo brevemente, lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo " (Diogneto V-VI).

– Con el Salmo 26 proclamamos: " El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Una cosa pido al Señor, eso buscaré; habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida, gozar de la dulzura del Señor, contemplando su rostro. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida "... Esperaré en el Señor con gran valor y confianza. Él es mi salvación y mi alegría. Él es mi Luz, la luz que debo irradiar en mi vida.

Evangelio

Lc 14, 23-35: Renunciamos a todo, para venir a ser discípulos del Señor. El Señor creó todo para nosotros. Todo es bueno: " todas las cosas son para nosotros ", para nuestro provecho, para nuestra utilidad, pero " nosotros somos de Cristo, y Cristo de Dios ". Usemos todas las cosas del mundo presente de tal modo que no nos incapacitemos para las eternas. No pongamos todo nuestro interés en las cosas de este mundo. Guardemos el corazón en una santa indiferencia. Oigamos a Casiano:

" No vayamos a creer que aquellos que han sido elevados en este mundo a las cumbres de las riquezas, del poderío y de los honores hayan alcanzado con ello el bien por excelencia, pues éste consiste únicamente en la virtud. Esas otras cosas son indiferentes. Son útiles, son provechosas para los justos que usan de ellas con recta intención y para cumplir sus menesteres ineludibles, pues brindan la ocasión para hacer obras buenas y para producir frutos para la vida eterna. Son, en cambio, lesivas y dañinas para aquellos que abusan de ellas, encontrando en ellas ocasión de pecado y de muerte " (Colaciones 66, 3).